Capitulo 8

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Nunca habría creído que se sentiría agradecido con los Dursley. Especialmente no por las labores que lo habían obligado a hacer cuando ni siquiera era lo suficientemente grande para hacerlas.

Desde que Hagrid lo había alejado por primera vez de los Dursley la magia había sido una gran parte de su vida. Incluso cuando estuvo encerrado en la segunda habitación de Dudley había mantenido su magia, aunque no había podido usarla por temor a ser expulsado de Hogwarts.

Desde el ataque del vampiro, en el que se había drenado la mayoría de su magia, Harry tenía el sentimiento de que faltaba algo importante. Como si una parte de su alma estuviera desaparecida. La única cosa que le impedía volverse loco eran las palabras del profesor Slughorn y el hecho de que su magia estaba regresando. Lentamente, pero sucedía.

En vez de pasarla con las manos en su regazo, Harry decidió hacer algunas reparaciones en la casa. El lugar había estado desocupado durante muchos años, por lo tanto había mucho trabajo qué hacer.

Después de limpiar cada centímetro de la casa, aunque evitó el dormitorio de Ryddle, había hecho que Hubert se metiera dentro de las paredes para ver en que condiciones estaban. Por el reporte que el fantasma le había dado Harry se encontró con que el lugar estaba en buenas condiciones para vivir.

Cuando no estaba trabajando en algo, Harry se sentaba en algún sitio de la casa leyendo alguno de los libros que había comprado en el Callejón Diagon. Debido a su estancia con los Dursley encontraba difícil relajarse en una silla y la mayoría de las veces terminaba acostado en el piso.

Tratando de ponerse al día tanto como era posible sobre la época en la que se encontraba, había decidido suscribirse al diario El Profeta. Aunque la mayoría era basura, Harry se sentía mejor al estar pendiente de lo que sucedía en el Mundo Mágico.

Ahora se encontraba en el patio trasero vestido con la vieja ropa de su primo. Aunque odiaba esas prendas porque le quedaban cuatro veces más grandes, prefería usar esos trapos viejos que ensuciar sus túnicas nuevas.

Las túnicas que él y Ryddle habían comprado habían sido las primeras prendas, además de las túnicas escolares, que Harry había comprado con su propio dinero. Se sentía... bien.

Estaba arrodillado en el jardín trasero. Su cabeza agachada y sus manos sucias por la tierra y un poco de sangre. Los antiguos dueños de la casa al parecer habían amado las rosas. El jardín estaba lleno de rosas de todos tamaños y colores.

Pero los años en los que la casa había sido abandonada no habían sido clementes para el jardín. Sin nadie que mantuviera una mano firme, las plantas se vieron libres para crecer por todo el lugar. Eso lo dejaba con más que suficiente trabajo por hacer.

No tenía nada en contra del trabajo. El clima era bueno y agradecía el tener una razón para estar afuera. Dentro de la casa la atmósfera era demasiado tensa para poder relajarse.

Todo el tiempo, sin importar dónde estuviera o lo que hacía, Harry podía sentir la mirada de alguien sobre él. Con sólo dos personas cohabitando el lugar con él, no tuvo dificultad para suponer quién era. En especial porque Hubert no le enervaba de esa manera cuando lo miraba.

Aunque la casa no era muy grande no había visto a Ryddle. El chico lo había estado evitando desde que le contara sus razones para adoptarlo. Al principio Harry lo había dejado en paz. Después de todo comprendía que Ryddle necesitaba tiempo para entender lo que le había dicho. El chico había estado solo casi toda su vida. Harry todavía recordaba lo confundido que se había sentido cuando Sirius quiso que viviera con él.

El pensar en Sirius provocó que dejara de trabajar. Había evitado pensar en su padrino desde que había llegado a esta época. No sólo porque lo ponía triste, sino porque había tenido muchas cosas qué hacer. Las únicas veces que recordaba a su padrino era cuando dormía.

El comienzo del comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora