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Magnus.

Un rato después, cuando sintió que Alexander estaba descansando un poco y estaba en los brazos de Morfeo sin poder sentir si él estaba o no a su lado, lo dejó con cuidado en un almohadón que tenía la silla, avisaría a los adultos de lo sucedido y por la razón de que no estaba trabajando.

Le dolía un poco la cabeza por la cantidad de bebida que tomó la noche anterior, a ser despechado por Alexander y haber tenido que volver a su casa solo, sin poder pasar una buena noche a su lado, se dedicó a tomar y poder perderse en la felicidad.

Le gustaba Alexander.

Ya no era algo que podía ocultar, un capricho se le había implantado y solo quería eso, ganar a ese chico, aunque esa muñeca rubia estuviera a su lado fastidiando la existencia.

Pero no podía decir nada, cuando había amanecido se había enterado de lo que había hecho y estaba un poco desilusionado, había estado coqueteando con su ex, Camille y habían sucedido algunas que otras situaciones. Y aunque con Alec aún no eran nada, veía un fallo enorme haber hecho aquello cuando se quería dedicar a enamorarlo.

Salió por la puerta de la casa y se adentró de nuevo al negocio, Sebastián a pesar de ser el hijo de los dueños se había dedicado a trabajar en el local, aunque Magnus a veces lo echaba para que se fuera a dar unas vueltas por la ciudad, su destino estaba atado a un hilo y rogaba para que encontrará una dama a su nivel en tan poco tiempo.

Cuando vio el cliente, sonrió, su padre siempre pasaba por el lugar para dar un vistazo a lo que estaba haciendo y además quería ver a Alexander, su padre era bien metiche.

— ¿Estaban dándose besitos? — preguntó burlón Sebastián.

Los dos, su padre y Sebastián, comenzaron a reírse, pero Magnus no, rodeó los ojos esperando que el buen humor que ellos tenían se esfumara porque tenía un dolor de cabeza que estaba por explotar.

—Oh claro, me bese con un gato y casi tuve sexo— dijo con sarcasmo Magnus— vete a darte una vuelta por la ciudad antes de que te dé un con un libro por la cabeza.

El chico obedeció, saliendo de atrás del mostrador para llamar a su padre, el cuervo negro que estaba mirando desde lejos y se fue del local sin antes dejar escapar una carcajada. Ahora estaba solo con su padre.

—Oh Magnus, tus diecinueve años te han puesto bien histérico.

El moreno lo miró de mala manera, ya que su padre estaba sonriendo, él había escuchado cuando había llegado a casa a madrugada, había tropezado con todo y hecho un ruido bien grande, él sabía que su resaca era bien alta.

— ¿Qué quieres papá?

No estaba en ánimo para aguantar a alguien, no en este día.

—Baja esos niveles muchacho, solo he venido a traerte el almuerzo.

Con pocas ganas Magnus se lo recibió, lo que menos tenía era hambre, pero no se negó.

—Gracias papá.

—Ahora debo trabajar, así que llámame si ocurre algo— sonrió su padre.

Para dejarle un beso en la frente e irse del lugar tarareando una canción, desde el día del accidente su padre se había dedicado a ser alegre para ocultar su dolor, aún se podía ver su aura desecha, con un poco de rencor con la mujer que se hizo nombrar su esposa y madre de su primogénito.

Pasaron las horas y tuvo algunos que otro cliente, cuando llegó el medio día y haber hablado un poco con Alec, quién había pedido limpiar la despensa, la puerta del local se abrió y un aroma a gran cantidad de perfume inundó el aroma a antigüedad.

— ¿Dónde está mi esposo?

La prometida de Alec, quién no encajaba ni con un anillo al dedo con él, estaba del otro del mostrador, la persona más irrespetuosa con quién se había encontrado en todos sus años de vida, no le caía bien.

—Está trabajando, su hora de salida es a la una y media.

La chica pareció no gustarle, llevó sus manos a su cadera y su cara se transformó en molestia.

—Llámalo.

No podía creer que esa maleducada estaba tratando de darle una orden, en su trabajo.

—No podrá ser, si quiere hablar con el personal debe hablar primero con los jefes.

—Mira niño deforme, soy Lidya Lightwood desde ahora, y puedo ser jefa de este local sucio si se me da las ganas— musitó molesta— ahora llámame a Alexander que me lo llevaré a casa.

Cuando Magnus estaba por responder y decirle que no era nadie para hablarle así, Alexander apareció por la puerta.

— ¿Qué ocurre aquí?

Entonces todo el mal comportamiento fue directo a ese pobre chico de ojos azules que le miraban buscando ayuda.

—Te dije que debías estar a la hora de comida en casa.

Solo podía ver a un chico asustado, no era Alexander, el chico de ojos cautivante, si no alguien que no sabía dónde meterse, que no podía hablar ni decir algo para que esa chica dejara de ser así ¿Pero por qué? Quería averiguarlo.

—Salgo en un rato, aguanta un poco.

La chica dejó que su pie golpeara con fuerza la madera del piso del local.

—No, ahora mismo.

Magnus solo se quedó mirando la escena, se llevó una gran desilusión cuando Alec asintió y bajó la mirada, se fue sin antes articular un lo siento en silencio.

—Yo también lo siento, por esto que te tocó.

Ya no había nadie en el local, pero debía decirlo para dejar de sentirse así. En la noche le iría a dar una visita y saber porque estaba al lado de esa chica que tenía mucha diferencia con él.

Destinado. •Malec•Where stories live. Discover now