40. Impactantes revelaciones

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Halo - Beyoncé

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Halo - Beyoncé

Aspiré con fuerza todo el aire que mi cuerpo me permitió, desesperada por llenar mis pulmones de oxígeno

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Aspiré con fuerza todo el aire que mi cuerpo me permitió, desesperada por llenar mis pulmones de oxígeno. Tosí varias veces, y de mi garganta salió bruscamente toda el agua que había entrado en mi sistema. Me sentí ahogada por un momento, incapaz de controlar la sensación de asfixia, y con un gran malestar no solo en mi adolorido cuerpo, sino también en mi garganta maltratada.

Unos segundos después el sonido llegó a mí. Lo que había sido un agudo zumbido en mis oídos se convirtió en la angustiada voz de Andrew llamándome por mi apellido. Podía percibir el húmedo césped bajo mi cuerpo, y la brisa de la noche acariciando mi piel con extrema frialdad debido a mi cuerpo mojado.

Abrí los ojos lentamente, adormecida y cansada, y los entorné para observar a la persona frente a mí. Andrew, con su empapado cabello goteando agua de lago, ropa mojada, y ojos brillantes que me miraban expectantes a mi reacción. Noté la preocupación que mostraba en su rostro y el alivio cruzarlo al verme despertar.

Se encontraba inclinado sobre mí, pero al percatarse de mis ojos sobre él se permitió sentarse de manera adecuada a mi lado. Soltó un pequeño suspiro y pasó una mano por su cabello para alejarlo de su frente, sin dejar de mirarme. Se veía realmente agotado.

—¿Qué...? ¿Qué pasó? —pregunté, tan exhausta que lo que salió de mi boca sonó como un débil susurro.

Mis parpados pesaban y quise volver a cerrarlos para seguir durmiendo; sin embargo, la penetrante mirada de Andrew no me lo permitía. Era como una estaca que no me dejaba mover; él en verdad tenía una mirada pesada.

Traté de incorporarme, pero el agotamiento logró mantenerme en el césped. El mareo había regresado, y el dolor en todo mi cuerpo era persistente hasta el punto de no querer ni respirar. Me sentía horrible, como nunca en mi vida, y solo quería quedarme ahí sin moverme para no sentir nada.

Andrew pasó su mano bajo mi espalda, ayudándome a sentarme en la hierba ahora sin ningún rastro de nieve. Un golpeteo en mi cabeza me provocó una desagradable mueca, y una punzada en mi pecho me hizo estremecer. Llevé mi mano a la frente y la sostuve ahí para amortiguar el dolor general que padecía, pero era en vano, el dolor seguía presente como los latidos de mi corazón, y cada vez eran más fuertes.

Kamika: Dioses GuardianesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora