73) Un paseo inesperado

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Henry detuvo el auto frente el portón de entrada de sus tierras. Era de hierro rojo, por el óxido, no por pintura como había pensado Esteban. Él mismo se bajó, insertó una gruesa llave en el enorme candado y abrió una de las verjas, lo suficiente para que el auto pudiera pasar. Esteban observó el terreno que tenía por delante.

Era una extensión de terreno grande. Había potreros de pastos pardos a un lado, donde un centenar de vacas flacas masticaban la reseca paja sin demasiados ánimos. De ser Esteban una vaca, él tampoco habría querido comer de esa paja. Al otro lado había terrenos de labranza, también propiedad de Henry, donde se sembraba hortalizas, trigo y cebada, cuyos colores no eran diferentes al del pasto del otro lado.

«Este lugar se está muriendo».

Un año atrás la familia de Henry había desaparecido misteriosamente. En voz muy baja se llegó a murmurar que el joven los había asesinado para heredar antes de tiempo. Viendo el lugar, Esteban se preguntaba por qué alguien haría algo así por heredar un lugar en franca decadencia. Claro que hacía un año él no conocía a Henry, tampoco las tierras, y no sabía cómo había sido el lugar. Y en todo caso, ocre y oro todo, era más de lo que él jamás llegaría a tener.

Henry volvió a subir al auto y, tras cruzar el portón y cerrarlo de nuevo, condujo por un sendero de grava hacia la casa, que se alzaba medio kilómetro más adelante como un faro negro en un mar dorado. El aspecto de todo el conjunto era todo menos tranquilizador.

—No te gusta lo que ves —dijo Henry. No era una pregunta—. Lo comprendo. A mí me gusta menos que a ti. Es mío ¿recuerdas? Hace un año que todo está así. He intentado de mil maneras devolverlo a su estado original, pero nada ha funcionado. Abonos, insecticidas, resiembras, oraciones, hechizos... ¿Qué? ¿te extraña? Pues no debería extrañarte. Muchos aún creemos en la brujería. Al menos yo creía hasta que nada funcionó aquí. Haría lo que fuera para devolver a la finca su esplendor de antes. Éstas tierras eran el orgullo de mis padres y... y se están perdiendo.

—Sé que lo lograrás —dijo Esteban.

—Sé que lo haré.

Se detuvieron en el patio frente a la casona negra. Era de madera, negra casi toda, excepto los marcos de puertas y ventanas y las gruesas columnas, también de madera. A Esteban le parecía sacada de alguna historia de terror.

—¿Te gusta? —Preguntó Henry.

—Sí —respondió Esteban. Y no era mentira. Los colores, aunque poco habituales, combinaban y creaban una cierta atracción—. Es muy bonita.

—La diseñaron mis padres hace diez años —contó Henry mientras subían dos escalones para llegar el porche. El piso de madera crujió cuando lo pisaron—. Demolieron la antigua casa, no tan grande como ésta, y la construyeron desde cero.

—Sin duda un trabajo formidable.

—Lo es.

Henry estaba abriendo la puerta principal cuando Esteban se fijó en un objeto blanquecino que sobresalía entre el césped pardo del patio. «Un hueso». Sin duda era un hueso. Esteban no sabía sobre anatomía ni sobre ninguna materia que tratara sobre el cuerpo humano, pero decididamente aquél objeto le parecía humano. «El tobillo —pensó— el que empieza en la rodilla y termina en el pie».

—¡Oh! —Henry había seguido la dirección de su mirada y también vio el peculiar objeto—. Travesuras de una de mis mascotas, supongo.

—¿Acaso tienes un león?

—No son tan salvajes.

De algún lugar sacó una bolsa plástica, bajó al patio y guardó el hueso en ella.

Cuentos de terror ✔Where stories live. Discover now