140) El payaso de las fobias

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Vi al payaso en una esquina, rodeado por una media docena de muchachos, todos niños. Ver al payaso allí me pareció raro, ya que no era un lugar muy concurrido; que su público sólo lo formaran seis muchachos lo confirmaba. Imaginé que quizá venía de una fiesta o iba a alguna y los chicos lo habían sorprendido.

Yo caminaba por el lado contrario de la calle, dispuesto a pasar desapercibido. Pero una idea tonta me entró de pronto.

No sé a qué se debe, pero desde pequeño he sentido aversión hacia aquellos seres de narices redondas y zapatos enormes. Recuerdo que cuando iba a los circos, la parte de los payasos era la única que no disfrutaba; aunque los chistes no tenían ninguna relación con este pequeño asustado, me parecía que se burlaban de mí, a veces podría jurar que me guiñaban el ojo con malicia. Y cuanto los encontraba en la calle, simplemente los ignoraba, aunque juraría que siempre me observaban hasta que me perdían de vista.

Pero ya tenía quince años. En tiempos pretéritos, a los muchachos de mi edad ya se les consideraba hombres. No podía ser que les siguiera temiendo a esas criaturas que tantas risas arrancaban a la chiquillada. ¿Qué malos podrían ser?

De manera que me armé de valor y crucé la calle. El payaso se me quedó viendo desde el momento que arranqué hacia él, sus manos seguían manipulando un globo como una salchicha, sentí cómo se me aceleraba el corazón, pero continué. Su peluca era naranja, y su pantalón abombado, amarillo chillón, con tirantes naranjas. Sus zapatos también eran naranjas. La cara la tenía pintada de blanco y la nariz era roja, igual que su camisa de mangas acampanadas. Era el primer payaso que miraba con mangas en forma de campana.

―¿Qué puedo hacer por ti, chiquillo? ―preguntó. Su voz entre cantarina y chillona me erizó los pelos e hizo que mis tímpanos reverberaran― ¿Quierez un globo? ―La zeta la arrastró como una serpiente.

Mi primer pensamiento fue largarme de allí, olvidar esa pavada, pero recordé que un muchacho de quince años ya no podía continuar temiéndole a un simple payaso. Lo miré de pies a cabeza, tratando de normalizar mi ritmo cardíaco, tratando de descubrir qué estupidez de su atuendo me causaba más risa. Pero nada me causaba risa, sino todo lo contrario. Cada parte de su horrible atuendo me causaba asco y miedo. Pero era su risa roja lo que más me atemorizaba.

―¿Quierez una figura en especial? ―continuó preguntado ante mi silencio. La forma en que movió la lengua con la zeta, casi me hace salir corriendo. Pero mantuve el autocontrol.

―Sorpréndeme ―dije con unos arrestos que no tenía.

Mis ojos miraron como hipnotizados al payaso inflar un globo color negro y naranja. Cada soplo hinchaba sus carillos de forma grotesca, y sus ojos saltaban como sapo. Sus dedos, largos y enguantados, manejaron con habilidad el globo. En menos de un minuto puso la figura que hizo frente a mí, su sonrisa era ancha y maliciosa: me ofrecía una araña. El color negro y naranja le daba forma de tarántula, casi parecía real. Retrocedí un paso, espantado. Las arañas eran otra de las cosas que me causaban pavor.

―¿No quierez a la pobre araña? ―Pinchó el globo y explotó provocándome un sobresalto― Probemos con otra cosa entonces.

El hecho de que sólo usara la zeta con la palabra "quierez" me daba tanto miedo como él y su maldita araña de globo.

Empezó a trabajar con un nuevo globo. Este era verde con pequeñas motas negras. Al terminar me tendió una serpiente verde pinteada de negro; también parecía muy real. Miré al payaso totalmente espantado. Las serpientes me aterraban hasta límites indecibles. Era como si me leyera la mente y supiera cuáles eran mis peores miedos. Él me guiñó un ojo. De pronto caí en la cuenta que sólo estábamos él y yo; los niños se habían ido.

El miedo hizo lo suyo y me alejé del maldito tipo como espoleado.

―Hasta luego, Kevin ―dijo mientras corría―. Sé que quierez más.

No le había dicho mi nombre. Eso me aterró todavía más. Corrí hasta el límite de mi capacidad. Por suerte el payaso no me siguió, pero temí que lo haría.

*****

Creo que estaba en un ascensor. El lugar estaba en penumbras, iluminado tenuemente por una luz salida de ningún lado. Ese fue el primer indicio de que algo no iba bien; eso y el hecho de estar en un espantoso ascensor, sin idea de cómo había llegado allí. También soy claustrofóbico, y los ascensores, esas cajitas de metal, me causaban pánico.

Creo que grité pidiendo ayuda. Pero no oía nada aparte del eco que repetía mis gritos. La luz parpadeó al cabo de unos instantes, incrementando mis miedos. Después, una arañita asomó en el techo, era diminuta, pero me eché al lado más alejado de ella, jadeante y aterrado. Se abrieron huecos en el techo y empezaron a salir más arañas, y tras éstas, ¡oh, horror!, serpientes. Empezaron a caer, por decenas, por cientos y empecé a chillar totalmente aterrado.

Por último, mientras me debatía en un mar de arañas y serpientes, apareció el payaso. No sé de dónde salió, pero en un parpadeo allí estaba, con su pelo naranja y su nariz roja y una ancha sonrisa.

―¡Buu! ―dijo y yo me eché a gritar.

Desperté en la oscuridad de mi habitación, jadeante, sudoroso, con el miedo hasta los huesos. Todo había sido tan real. Para disipar el miedo tanteé en busca del apagador y encendí la luz.

El payaso estaba sentado sobre la cómoda frente a mi cama. Solté un grito y me encogí, arrastrándome lo más que pude hacia la cabecera de la cama. Me observaba con su ancha sonrisa roja, su nariz redonda y su cabello naranja. Las manos las tenía escondidas en las mangas acampanadas del otro brazo. Se puso de pie con parsimonia, sin dejar de mirarme, sin dejar de sonreír con malicia.

―¿No te gustaron mis globos? ―dijo― ¿Quierezzzz mázzz?

Sin dejar de hablar sacó sus manos de las mangas y las volvió paralelamente hacia mí. Durante unos instantes las mangas se movieron al unísono, como un péndulo. Después empezaron a temblar. Empezaron a emerger las arañas y las serpientes. Todas fueran a por mí.

Me eché a gritar.

Antes de desvanecerme, noté que mi habitación se encogía y la sonrisa del payaso se ensanchaba. El maldito había sacado provecho de todas mis fobias.

Después todo fue oscuridad.

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