99) La promesa de Cristopher Rod (II)

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Pensó en una y mil formas de llevar a cabo aquella tarea. Pero ninguna terminaba por convencerle. Empezó a buscar en internet. Es increíble lo que se puede hallar en internet. ¡Veneno! Eso era. Necesitaba veneno. Puesto que ya no tenía contacto con ella nadie sospecharía de él. Consiguió el veneno de manera anónima, y cambió sus ya tradicionales borracheras por noches de espionaje.

Él tipo la visitaba casi a diario, a veces la sacaba a pasear, de noche, algo que a él nunca le habían consentido. A veces los que salían eran sus padres, y se quedaban los novios solos. Fueron las noches que más tentado estuvo de entrar y asesinarlos como simples animales. Pero esperó. Sabía que tarde o temprano le llegaría su oportunidad.

Y la oportunidad llegó.

Llegó casi tres semanas después de que empezara su misión de espionaje, pero llegó. Salieron los padres y sus hermanos, y ella y su novio los acompañaron. Cristopher había sido su novio casi un año. Conocía los hábitos de ella, conocía lo que hacía, y conocía la casa. Principalmente conocía la puerta trasera, cuya llave de repuesto se escondía tras el marco de una manta bordada.

Entró a la casa muy nervioso, pero sin mirar atrás. Recorrió el pasillo con pisadas largas pero silenciosas. Subió las escaleras y entró a la habitación de Annie. Estaba tal cual la recordaba, e inmediatamente sintió que la situación amenazaba con desbordarlo. La cama, el armario, la silla junto al escritorio de la computadora, la repisa con sus innumerables pares de zapatos, y el pachón color fucsia que se llevaba los días que iba a correr: su objetivo. Annie iba a correr tres veces a la semana: martes, jueves y sábados. Y siempre llevaba su pachón. Lo lavaba todos los lunes, y las otras veces sólo lo llenaba del refrigerador y salía a correr. Unas gotas de aquel veneno mortal, y Annie moriría antes de terminar su caminata.

Pero de pronto no se sentía tan seguro. De pronto, estando en aquella habitación en las que ya algunas veces había estado, sentía más nostalgia que odio o rabia. De pronto recordó esos momentos tan felices, a su lado, su sonrisa, su andar, y sintió que las lágrimas anegaban sus ojos. Había extraído el frasquito con veneno, lo apretó con fuerza, y lo sostuvo así durante unos instantes. Pero al final supo que no era capaz, no sería capaz. Por más que le hiriera estando con otro, él la amaba, y se supone que el amor no mata. Así que volvió a guardar el recipiente en su bolsillo y abandonó aquella casa apesadumbrado.

Pero no fue a su casa. Se dirigió a la cantina acostumbrada y empezó a beber hasta embriagarse. Sentía que había hecho lo correcto, pero una especie de voz en su interior le decía que era un cobarde, un idiota, que mientras ella viviera sería un desdichado. Pero Cristopher Rod ya lo había decidido, rompería su promesa, y dejaría que Annie fuera feliz con quien quiera que eligiera, o una libertina, que en este caso era igual.

Faltaba poco para la media noche cuando abandonó el bar. Se había tomado más de diez cervezas, pero no se sentía tan ebrio como en ocasiones anteriores, quizá ya le empezaba a coger el truquillo, eh. Y lo mejor es que sentía una relativa paz en su interior, no había cometido ninguna locura, había hecho lo correcto.

Caminando por un estrecho callejón, una calleja que no acostumbraba transitar, de pronto ruido por delante y por detrás. Dos tipos sucios y desaliñados le salieron al paso, otro cerró la trampa por detrás.

―¿Qué quieren? ―preguntó Cristopher. Su voz era pastosa y temblorosa.

―La cartera ―dijo uno.

―Claro. ―Le temblaban las manos mientras se rebuscaba en el pantalón. Pero consiguió extraer su billetera. También sacó su celular.

Uno de los asaltantes se acercó. En su mano empuñaba un cuchillo. Los ojos de Cristopher miraban al cuchillo abiertos como platos por el terror. El asaltante alargó la mano para tomar las pertenencias de Cristopher. Él se las entregó. Entonces sintió un golpe en la espalda. Pensó que lo habían golpeado, pero luego sintió que algo cálido y líquido le bajaba. «Me han apuñalado», comprendió. Un nuevo golpe en el vientre «otra puñalada» y Cristopher sintió que las rodillas le temblaban, incapaces de sostenerlo. Otro en la espalda, y otro en el vientre; luego sonidos de pasos que se le alejan.

«¿Por qué?» se preguntó interiormente. El dolor vino de golpe, fue atroz. Las rodillas se le doblaron y cayó al suelo, sentía las manos empapadas de sangre, en la espalda el vital líquido le manaba casi como un arroyuelo. Pensó en gritar pidiendo ayuda. Pero tenía la boca seca y apenas emitía sonidos roncos. Hizo un esfuerzo por ponerse de pie, pero las heridas le dolían demasiado, las piernas le temblaban y la visión se le puso borrosa a causa del esfuerzo. Entonces comprendió que estaba perdido y se dejó estar. Se quedó inmóvil, esperando la muerte, o quizá un milagro.

Permaneció largo rato tendido, desangrándose, muriendo con lentitud. Pensó que en cualquier momento alguien lo encontraría y lo ayudaría, pero ese alguien nunca apareció. No supo en qué momento empezó, pero se percató que amargas lágrimas escapaban de sus ojos. Pero no temía a la muerte en sí, le inquietaba la idea de morir simplemente. Lo que le hacía derramar abundantes lágrimas, y hacía que su corazón se contrajera de dolor, era la idea de no volver a ver a Annie. Y la imaginó muy feliz con su nuevo novio, quizá ni acongojada por su muerte en aquel callejón solitario, quizá ni iría a su velatorio.

El dolor en el pecho era de pronto más fuerte que el de las heridas. Y maldijo una y mil veces, se reprendió, se llamó idiota por no haber vertido el veneno. Ahora ella viviría, muy feliz, mientras él yacería en el polvo, o se retorcería en el infierno según la creencia de los cristianos. Y se arrepintió profundamente de haber roto su promesa. Y deseó de todo corazón volver a tener la oportunidad, y esta vez la asesinaría sin dudarlo. Rogó a Dios, a Satanás o a quien fuera que le diera otra oportunidad.

Resultó que Cristopher Rod no estaba solo. Porque de pronto sintió que algo entraba en su interior, algo que le devolvía sus fuerzas, algo que lo reafirmaba en su férrea determinación. De pronto las heridas ya no dolían, de pronto se sentía fuerte y despejado. Lo único que no variaban eran sus intenciones macabras. Se puso de pie, muy consciente de que había recibido una nueva oportunidad, una que no debía dejar escapar. No tenía explicación para ello, pero sabía que así era.

Se puso de pie sin esfuerzo. A sus pies encontró uno de los cuchillos de los ladrones, manchado de sangre, su sangre. Lo que reafirmaba la teoría de que todo era real, nada de sueños o ilusiones de borracho. Cogió el cuchillo con energía y empezó a caminar, no hacia su casa.

Si alguien lo hubiera visto caminar habría visto a un muchacho cubierto de sangre, con la ropa raída, el pelo revuelto y pegajoso de sangre. Lo habría visto que empuñaba con fuerza un cuchillo y habría observado que su rostro, su expresión y el brillo en sus ojos no eran para nada amistosos y quizá ni humanos. La mayoría se habría escondido, y otros habrían marcado a la policía pidiendo ayuda. Pero curiosamente nadie vio a Cristopher Rod, a pesar de que el alba no debía estar ya muy lejana.

Esperó de pie frente a la casa de Annie, con la mirada fija en la puerta, serio, imperturbable, decidido. Asesino.

Algunos vecinos, testigos de lo que a continuación ocurriría, aseguran que permaneció frente a la casa durante al menos una hora. Curiosamente nadie lo identificó como el exnovio de la muchacha. Pero nadie dijo nada, ni alertó a los vecinos. No creyeron que fuera peligroso, aseguraron. Cuando la policía preguntó qué parte de un muchacho cubierto de sangre y con un cuchillo en la mano no era peligrosa, los testigos se encogieron de hombros.

Lo cierto es que Cristopher Rod permaneció largo rato de pie, inmóvil, esperando que Annie saliera. Y salió, vestida de deporte para sus tradicionales ejercicios matutinos. Testigos aseguran que la muchacha vio al chico, pero que fingió no verlo. Otros aseguran que el muchacho estaba poseído por algo que lo hacía invisible a ojos de ella, porque ella no lo vio, sino que bajó muy tranquila los escalones del porche y pasó trotando a su lado. Entonces el chico la cogió del cabello, la atrajo hacía sí y empezó a apuñalarla con furia asesina, una y otra vez.

El resultado fue una Annie irreconocible, que murió entre grandes gritos de dolor y sangre salpicando por doquier. A pesar de que su cuerpo sufrió más de medio centenar de puñaladas, todo ocurrió en apenas un minuto. Lo curioso fue que Cristopher Rod también resultó muerto, con puñaladas en el vientre y en la espalda; puñaladas que nadie supo explicar su origen.

Aquel fue un suceso que conmocionó a todo ellugar, y que aún hoy día sigue siendo un hecho comentado por todos. Y para elque muy pocos dan una explicación siquiera más o menos acertada.     

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