95) Cortando camino

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—Maldición —masculló Silver a la nada.

El sol rozaba con uno de sus cantos el horizonte de poniente. Era una bola de fuego rojo, y el cielo a su alrededor presentaba variaciones que iban del rojo al naranja y al purpura. Era una puesta de sol hermosa. Pero Silver no estaba para tales tonterías.

Si tan solo no se hubiera entretenido en aquella cervecería donde se encontró con viejos conocidos..., pero lamentarse de nada servía.

Silver bajaba de la ciudad a ver a sus padres, que vivían en una aldea, bastante lejos de la autopista principal. Para ver a sus pobres viejos y demostrar al resto que un aldeano también podía triunfar en la ciudad. Viajaba en su moto nueva estilo Hayley Davidson. No llevaba una indumentaria de cuero negro que hiciera juego con la moto, pero eso era lo de menos; aun así, sabía que iba a impresionar a sus viejos amigos.

Hacía diez años que había dejado la aldeucha, para tratar de trascender en la ciudad. Con esfuerzo lo había conseguido. Sin embargo, no recordaba que el camino a casa fuera tan largo. El sol casi desaparecía en el horizonte y él no llegaba siquiera al cruce que tenía que tomar. Empezaba a impacientarse, no quería llegar de noche a la aldea, a despertar a sus pobres viejos, que con tanto esfuerzo habían costeado sus estudios en la ciudad.

Iba a velocidad moderada, porque no se consideraba un conductor ducho y no quería tentar a la suerte. Entonces vio un claro entre la vegetación que bordeaba la carretera y Silver frenó de golpe, la llanta de atrás se levantó y Silver sintió que el corazón se le salía por la boca. Para su fortuna la llanta no se elevó tanto como para dar una voltereta.

«¡Santo Dios! —pensó, recuperándose del susto— Si voy más rápido me mato.»

Aun así, se detuvo poco más adelante del claro. Hizo dar media vuelta a la moto, despacio, y se detuvo frente al claro. Era un camino. Silver ya lo conocía de antes, un palo de amate era firme testigo de que no se equivocaba. En su juventud lo había utilizado en un par de ocasiones, aunque lo recordaba más ancho y un poco más limpio, ahora parecía una senda de animales. Para llegar a su destino, siguiendo la carretera principal, tenía que recorrer al menos unos cincuenta kilómetros, una vuelta enorme que pasaba por varias poblaciones más. Aquel camino que tenía enfrente cortaba esa curva y reducía el camino a poco más de diez kilómetros.

¿Pero por qué parecía tan descuidado? ¿Acaso era que habían dejado de usarlo? Aunque lo más seguro era que siempre hubiese sido así, y él lo estaba comparando con los caminos más limpios de la ciudad. Sí, eso debía ser, entonces, ¿por qué no? Así llegaría alrededor de las siete de la noche con sus padres, aún podría compartir unas horas con ellos.

Y sin pensarlo más se internó en aquél camino viejo y abandonado, sin imaginar los ratos aciagos que le esperaban por su audacia.

El camino, angosto, donde dos personas apenas podrían caminar hombro con hombro, aparecía tapizado de hojas secas, raíces de los arbustos más grandes y montecillos que empezaban a horadarlo. La moto era un temblor constante y Silver pronto se estaba arrepintiendo de tomar el atajo. Tampoco recordaba que la naturaleza tuviera tan ganado el sendero. Además, la oscuridad allí era más densa. Árboles y arbustos bordeaban el caminito y en algunas partes sus ramas se entrelazaban para formar un dosel de ramas, hojas y enredaderas. Y la atmósfera era húmeda y ominosa. La luz de la motocicleta, a pesar de que era muy potente, apenas alumbraba más allá de los diez metros. En el camino Silver vio desaparecer toda suerte de roedores e incluso una serpiente, y entre las sombras, allá donde la luz apenas llegaba, le parecía que a ratos se escabullían seres de mayor envergadura.

«Tranquilo, no es nada, sólo tu imaginación —se dijo, totalmente arrepentido de haber tomado el atajo—. Sólo sigue conduciendo, diez kilómetros no es tanto.»

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