143) El roedor

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Timmy era el único niño de la casa Bane, tenía siete años y era amante de los animales. Pero no de la manera que muchos imaginarán. Lo que a él le atraía de estos fabulosos seres no era el alimentarlos, el cuidarlos, su fidelidad... No, a Timmy lo que le gustaba era divertirse con ellos, divertirse de una manera cruel y retorcida.

Sus padres lo sabían, era por eso que ya no le compraban los perritos y gatos que tanto pedía. A un gato, que había llamado Stan, lo dejó morir de hambre cuando tenía seis años. Lo encerró en una jaulita y no le dio de beber ni de comer por más de diez días. A Ruly, un perrito, lo envenenó. Los padres de Timmy jamás supieron de dónde sacó el veneno. También se le murió una tortuguita, un canario y otro perrito.

Al principio no sabían que era Timmy quien causaba la muerte de los pobres animalitos, pero terminaron por descubrirlo, lo que los alarmó y llevó a la madre al borde de la histeria.

―¡Oh por Dios! ―dijo en esa ocasión a su marido―. ¡Mi hijo es un psicópata! Ahora una mascota, ¿después qué?

―Es sólo un niño ―dijo el padre, persona menos dada a los arrebatos emocionales―. Seguro que tiene alguna explicación. No me digas que tú nunca hiciste alguna travesura cuando eras pequeña.

―Sí, poner algo más de picante en la comida de mi hermana, pero nunca maltratar un animal. ¡Ahora se pena el maltrato animal, Jas! ¿No te das cuenta?

―Me doy cuenta de que estás muy alterada. Descuida, no le compraremos otra mascota, fin del problema.

―Ojalá tengas razón.

Un mes después del último animal muerto, Timmy llegó a la conclusión de que los adultos de la casa no iban a sucumbir a sus suplicas, no le iban a comprar más "conejillos", como llamaba mentalmente a sus víctimas. Eso lo sumió en una etapa de mutismo, de enclaustramiento personal. No hablaba más que para pedir otro perrito, un gato, un conejo... pensó que, si sometía a sus padres a esa condición, estos terminarían por ceder.

Pero la madre aún estaba aterrada por lo que habían descubierto, que, aunque el padre le sugirió poner a prueba al muchacho comprándole una nueva mascota, se negó en rotundo.

―Ni hablar ―manifestó―. No me arriesgaré a que Timmy siga esa línea de demencia y salvajismo.

No se dijo más al respecto.

Timmy continuó en su plan irracional, negándose a hablar excepto para pedir una mascota o cuando era realmente necesario. Aunque sabía que sus padres no iban a ceder. De todas formas, sabía que su conducta los tenía contrariados y, en cierto modo, indefensos, puesto que no hallaban qué hacer, eso era motivo de regocijo para el pequeño diablillo.

Los Bane vivían en los lindes de un bosquecillo. Sumido en su plan de mutismo, Timmy se pasaba la mayor parte del tiempo metido en su cuarto, viendo dibujos animados y rayando sus cuadernos. Jamás se le había ocurrido que en el bosque pudiera haber muchos "conejillos". De manera que la vez que vio una ardilla corretear en las ramas de unos árboles desde el cristal de su ventana, se puso de pie de un salto, preso de excitación repentina. Corrió en busca de su madre y radiante de alegría, le pidió una resortera. Verlo tan sonriente, ablandó el corazón de la mujer, que le compró lo que pedía.

Fueron los siguientes, días muy felices para el pequeño. Aprendió a tirar con la resortera en poco tiempo, y a los pocos días, era capaz de darle a una lata cuatro de cada cinco veces. La madre aún tenía sus reservas, pero ver al niño ser tan feliz como lo que era, pudo más, de modo que lo dejó hacer. El padre no veía ningún problema, siempre que el chico no se pusiera a tirar chinas a la gente que pasaba por la calle.

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