129) Retando al mal

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Poseído debí estar para retar al mal de aquella manera. Bueno, quizá esté exagerando. Lo cierto es que me encontraba algo borracho. Estaba departiendo con algunos amigos en casa de uno de ellos. Como no teníamos que hacer, hicimos una recolecta y fuimos a por un par de cajas de cerveza (veneno bendito). Después, no recuerdo por qué razón, empecemos a hablar de cosas sobrenaturales, de monstruos, demonios y entes del más allá. Algunos de mis amigos contaron cosas que les habían ocurrido, o que les habían pasado a sus parientes. Todos hablaban con reverenciado temor. Yo, qué les puedo decir, sencillamente no creía en esas cosas. Escuché a algunos y me mofé de otros.

En esa suerte de conversación estábamos cuando se terminó la cerveza. Se habló de ir a comprar más, yo uno de ellos, pero la mayoría desistió, alegando que ya era tarde. De manera que decidimos dejar el asunto allí.

Recuerdo que salimos en bola de la casa. De allí cada quien cogió rumbo a la suya. Yo me quedé solo a las pocas manzanas, cuando el último de mis acompañantes cogió la calle a su casa. Serían las dos de la madrugada. El cielo estaba nublado, cubriendo la mayoría del firmamento y la media luna que pendía en la bóveda celeste, lo que contribuía a aumentar la oscuridad. Alguna especie de locura me atrapó.

―¡Hey! ¡Espíritus del más allá, Demonios, Satanás, lo que sea, si estás allí, manifiéstate! ―Grité a la nada.

El alcohol me insuflaba valor, me sentía un valiente. No había gritado por fanfarronería, en realidad deseé de todo corazón que algo se hiciera presente, en esos instantes sabía que nada me podía atemorizar. Esperé más de un minuto, por si había una respuesta. Repetí el reto, y tras continuar la noche igual de oscura y apacible, seguí por mi camino.

Era una noche fresca, pero no fría. Y ese fue el primer indicio de que estaba siendo respondido: El frío. La temperatura empezó a descender de forma anormal, tanto así que pronto me encontré rodeándome con los brazos, sobándome los mismos para entrar en calor. A continuación, oí unos ruidos escurridizos, primero a un lado de la calle, y después al otro; asemejaban el ruido que haría un roedor corriendo sobre hojarasca seca. Fue en ese momento que empecé a sentir miedo.

Me eché a caminar más a prisa, girando la cabeza cada vez que aquel ruido cambiaba de lado. Mentalmente empecé a reprenderme por lanzar aquél reto tan absurdo.

Oí el silbido del viento antes de sentirlo, un viento que me erizó la piel, gélido y de un hedor fétido, como si portara el hedor de la muerte. Parecía ser un viento dirigido sólo contra mí, y en esencia creo que así era. El silbido, tenue a veces y estridente otras, suplió el ruido de los costados, como si hubiese sido el viento el que me perseguía.

No sé exactamente si el viento me estaba atacando, pero me lo parecía; a ratos incluso daba la impresión de tener manos, ya que sentía que tiraba de mi ropa desestabilizándome. Para esos momentos, toda mi borrachera se había disipado, ocupando su lugar un miedo que nunca antes había sentido.

El frío penetraba mi piel, ateriéndome. El viento cambiaba de dirección continuamente, con brusquedad, me balanceaba como un borracho, con la diferencia de que ya no estaba borracho. Y aquél silbido... el silbido empezó a cambiar de tonalidad, hasta convertirse en una carcajada inhumana, que se extendió durante buen rato. En eso momento se murieron los últimos vestigios de valor que me restaban y eché a correr, deseando de todo corazón que aquella cosa dejara de atormentarme.

Con mis pasos vino un ruido más, no el de mis zapatos contra el pavimento de la calle, sino un ruido más aterrador: era el sonido de la trápala de un caballo. Volví la vista y lo que vi es lo más aterrador que hombre alguno ha visto en la vida: era un caballo enorme, negro, con cascos, crines y ojos de fuego; su jinete era una calavera enorme ataviada con una túnica negra y en sus cuencas vacías bailaban dos llamas. También vi otro detalle que compartían jinete y montura: un pentágono, esa estrella de cinco puntas adornaba sus frentes, las líneas trazadas en sangre.

El jinete gritó, como alegre, y su alegría me caló hasta los huesos en forma de terror. Me creí perdido. Pero entonces vi mi casa a la vuelta de la esquina. Creo que esa noche corrí más rápido que Usain Bolt en Londres. La trápala del caballo se acercaba a vertiginosa velocidad.

Entré a la casa aterrado a más no poder. Aún me volví a ver al jinete y su caballo. La montura relinchó y se paró en dos patas, el jinete lanzó un grito y después se alejaron; dejándome en el umbral de mi casa con el corazón en un puño, jadeando de cansancio y aterrado hasta el tuétano.

A la mañana siguiente, me atreví a esbozar una sonrisa cuando desperté. «No fue real ―me dije―. Fue una pesadilla.»

Pero, antes de levantarme me quedé viendo a lapuerta, había algo en ella que me dejó sin aliento: un pentágono dibujado consangre.     

Cuentos de terror ✔Where stories live. Discover now