13. Verdad

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Qué situación más extraña

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Qué situación más extraña.

Me senté en una de las mesas con los ojos fijos en la barra que ahora estaba vacía, dejándome llevar por un pequeño ataque de ansiedad. Creo que debía repasar los últimos acontecimientos antes de decidir cómo sentirme al respecto, si es que podía manejar mis emociones de alguna manera.

Primero, Primavera me trató hipócritamente bien.

Segundo, eso se debía a una apuesta con su amiga del cabello raro.

Tercero, tal apuesta consistía en que yo besara a Primavera, no necesariamente en los labios.

Cuarto, Primavera al parecer necesitaba el dinero, aunque eso solo podría ser una excusa para ganar la apuesta.

Quinto, me daría medialunas por una semana si la ayudaba.

Sexto, a su amante lésbica llamada Belén no le importaría que yo la besara.

Séptimo, ella se me había acercado utilizando sus atributos femeninos para inducir una respuesta de mi parte y manipularme —era hombre, no estúpido.

Octavo, debíamos mantener la situación de la apuesta y las medialunas en secreto.

Noveno, su jefe nos había pillado peligrosamente cerca y la había citado a la cocina, posiblemente para amonestarla.

Décimo, sus ojos azules eran intensamente preciosos.

Una verdad era que la responsable de la situación había sido ella. Fue Primavera la que cruzó la raya de cliente–barista, y si yo fuera su jefe, también la reprendería. A final de cuentas ella era la imagen de un establecimiento y su atención a otras personas —la cual yo, particularmente, no calificaría como eficiente— era lo que hablaba por el Café Porteño.

Existía otra verdad: me sentía ligeramente culpable por la situación. Le creí a Primavera cuando me confesó que necesitaba este trabajo. Las sombras debajo de sus ojos y su mirada agotada me llevaba a pensar que quizás ella le exigía a su cuerpo más de lo que éste podía darle. Sin contar que era bastante joven, probablemente más que yo.

Rompiendo mi hilo de pensamientos, la observé salir de la cocina después de su jefe, quien se despidió y salió del Café. Primavera suspiró y apoyó la frente sobre el hombro de Cata que estaba en caja, y parecía preguntarle por lo que había sucedido. En un movimiento sutil, Primavera volteó a verme con sus profundos ojos invernales y luego apartó la mirada.

La observé quitarse su delantal y algo en mi cuerpo se comprimió, todas mis extremidades se tensaron.

Allí descubrí una última verdad: no quería que la despidieran. No quería que dejara el Café.

En principio porque era una excelente barista, y nadie nunca me había preparado un café tan celestial como ella. En segundo lugar porque me hacía sentir extraño la idea de no volver a verla.

Lo cual era una completa locura porque solo teníamos dos semanas de conocernos y porque no nos llevábamos precisamente bien.

Ella salió del área de caja sin su delantal y comenzó a caminar en dirección a la puerta del café.

Me levanté de mi asiento de golpe y caminé hacia ella. No sabía ni siquiera para qué, no sabía qué le diría, pero todo se volvió blanco en ese trayecto que sentí que duró tres años, cuando solo fueron tres pasos largos.

Cuando me crucé en su camino ella abrió sus ojos en sorpresa y luego hundió las cejas, el cielo de su mirada oscureciéndose un poco. Desde donde estábamos, los rayos del sol iluminaban su cabello y destacaban esos reflejos casi naranja que solo resaltaba su cremosa piel y sus carnosos y rosados labios.

¿De verdad la habían despedido?

¿De verdad se iría?

¿De verdad no volvería a verla?

¿De verdad me dejaría así?

No.

Yo me encargaría de que no fuese así.

Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora