29. Respeto

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No sabía qué se traían Aslan y la rubia, pero no podía ser nada bueno

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No sabía qué se traían Aslan y la rubia, pero no podía ser nada bueno. Básicamente Aslan había huido como si él fuese un judío y ella el mismísimo Adolfo Hitler.

Había algo en la mirada de Cynthia que no me inspiraba confianza, y dada su actitud hacia Aslan, algo me decía que era una persona desagradable.

Cuando Aslan salió del Café Porteño, Cynthia me miró con evidente molestia en sus ojos verdes ojos. Por supuesto que le sostuve la mirada, porque ni ella ni ninguna mujercita con ínfulas de superioridad podía ser capaz de infundirme miedo.

Tras varios segundos ella sonrió con suficiencia y le dio un sorbo lento al café que le había preparado.

—Entonces te gusta As —murmuró entornando los ojos.

Creo que todo en mi rostro se contorsionó ante la sorpresa de su afirmación y la confusión. Por supuesto que no me gustaba Aslan.

—No lo defendí porque me guste, sino porque te pidió respeto y no se lo diste.

— ¿Qué puedes saber tú de respeto si te inmiscuyes en las conversaciones de clientes? Creo que no sabes mucho, mesonera.

Mis cejas se hundieron y estuve a punto de estrellar su rostro contra la máquina de café. Además yo no era ninguna mesonera.

—Quizás no sepa mucho, pero más que tú sí —me crucé de brazos.

Sus ojos me escudriñaron por varios segundos, como si estuviese añadiéndome calificativos en su cabeza. Una de las comisuras de sus labios se elevó, cogió el vaso que era de Aslan y vertió un poco de café en el suelo.

—Ups —fingió sorpresa—, se me ha caído un poco. ¿No deberías limpiarlo?

Mis manos formaron puños a mis costados y mi mandíbula se tensó. Sabía lo que estaba haciendo. Ella creía que podría denigrarme de aquella manera, que no lo limpiaría por orgullo, y que la insultaría por ser una auténtica infeliz. Y aunque pude haber hecho esas cosas, yo le demostraría que no me importaban sus acciones.

Con mi frente en alto y sin pronunciar palabra, cogí un trapo y me acerqué a ella para limpiar el café que había vertido.

No había vergüenza en el trabajo, pues el dinero que me ganaba todos los días era honrado. Nadie me haría sentir de otra manera.

Con toda mi dignidad puesta, me agaché y limpié el café que estaba derramado en el suelo, a pocos centímetros de sus zapatos. Cuando me incorporé, ella mantenía una ceja enarcada y una sonrisa cínica.

— ¿Ya terminaste de demostrar cuánto te avergüenza ser rechazada por Aslan en público? —le pregunté— Te duele que un hombre como él sienta repulsión hacia ti. Ya ves, no sirven de mucho tus ropas costosas y maquillaje cuando él puede ver a través del plástico que desprendes.

Ella solo sonrió y volvió a verter un poco más de café a mi lado.

Mi pecho se comprimió ante la rabia que estaba acumulando mi cuerpo.

—Creo que no has limpiado bien, niña. Ha quedado un poco.

Mi pecho subía y bajaba con rapidez. Decidí agacharme para volver a limpiar rápidamente intentando convencerme que no debía sentirme ultrajada o humillada. La única que daba lástima entre nosotras era ella, no yo.

¿Entonces por qué sentía ganas de llorar?

Mis ojos detallaron los tacones rojos de Cynthia, que seguramente costarían lo mismo que quince días de mi trabajo. Es decir, yo no tendría lo mismo que ella. Nunca lo tuve y nunca lo tendré. Eso jamás me había atormentado porque lo poco que tenía ahora, lo había obtenido por mis propios medios, por mi trabajo.

El trabajo honrado no denigra. Así que continué limpiando en silencio.

Cynthia acercó sus labios a mi oreja.

—Aprende cuál es tu lugar en este mundo, niña. Eres y serás siempre una empleada subpagada destinada a la vida mísera que seguro estás llevando. ¿Crees que tienes alguna oportunidad con Aslan? Lo único que tienes para ofrecerle es lo que tienes entre tus piernas, si es que no lo ha conseguido ya. No hay nada más en tu simple cuerpo, feo rostro o fracasada vida que pueda interesarle a Aslan. Es y será inalcanzable para ti.

Terminó de verter lo que quedaba en el vaso de Aslan haciendo un desastre en el suelo, y mojando un poco mis pantalones y zapatos. Pude haberlo impedido, pero en algún punto de sus palabras me quebré.

Me rompí y un par de lágrimas en mi rostro me hicieron sentir humillada, disminuida a la nada.

—Aprende cuál es tu lugar en el mundo y nunca lo olvides, niña —terminó y salió del Café.

Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora