56. Arte

58.4K 7.8K 1.8K
                                    

Todo el lugar era un departamento viejo vacío, lleno de lienzos por todos lados así como decenas de frascos de pintura y brochas de todo tipo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Todo el lugar era un departamento viejo vacío, lleno de lienzos por todos lados así como decenas de frascos de pintura y brochas de todo tipo. El piso estaba cubierto por láminas plásticas y en el centro del lugar había una mesa con aperitivos.

Giula, la encargada del lugar, ya conocía mi plan así que antes de retirarse y dejarnos solos me indicó que tenía dos horas para estar allí. Cumplido ese tiempo, ella regresaría. Invierno siguió mirándome como un ciervo perdido en la sabana.

— ¿Qué es todo esto? —inquirió paseando por el lugar.

—Al principio no se me ocurría un sitio único al cual traerte, uno que nunca olvidaras. Quería un lugar que te permitiera convertir todas esas experiencias tristes en cosas fantásticas. Transformar la oscuridad y convertirla en color. Así que buscando en Google encontré este sitio. Tenemos decenas de lienzos para descargar nuestras desdichas y sacar algo ligeramente bonito de ello.

Invierno se quedó callada. Simplemente me escudriñó, paseando sus ojos incrédulos por mi rostro como si lo estuviera descubriendo por primera vez. Tras varios segundos finalmente sonrió.

—Todo lo que he vivido contigo ha sido inolvidable —confesó con timidez—, incluso las partes conflictivas de nuestro inicio. Todo ha sido único, y sin necesidad de lienzos transformaste mis nubes grises en un amplio cielo multicolor.

No bastaba con decir que sus palabras removieron cada fibra en mi interior. Ninguna descripción era suficiente, ninguna explicación era racional. Lo más certero era que por ella me había vuelto loco desde la primera vez que me miró, que me desafió, que me sonrió, que me habló, incluso, cuando me golpeó.

Ambos nos sonreímos y, para evitar caer en la tentación de apoderarme de sus labios, la guie hacia la mesa principal.

—Aquí hay una franela y un pantalón que tienes que colocarte, de esa manera no arruinarás tu ropa. Hay un baño al final del pasillo —le señalé—. Yo me cambiaré acá, ¿de acuerdo?

Asintió y cogiendo la ropa de la mesa me dejó solo. Cuando regresó, los dos ya estábamos vestidos, aunque toda la ropa era de tallas más grandes que las nuestras.

— ¿Y ahora qué? ¿Solo pintamos? —preguntó.

—Ahora hacemos lo que queramos —guiñé un ojo. Cogí una pintura, una brocha y decidí hacer algo que siempre había visto en películas. Comencé a salpicar la pintura sin saber realmente qué hacía—. Dicen que esto es arte. Ahora intenta tú. Saca todo lo que tienes adentro, Invierno. Tienes todo este lugar para descargarte.

Miró las pinturas como Tarzan miró el guante de Jane por primera vez: con curiosidad y al mismo tiempo, desconfianza. Sin embargo hizo lo mismo que yo, y comenzó a plasmar su arte por doquier.

No tardamos demasiado en convertir aquel lugar en un verdadero desastre, pero quien iba a pensar que lanzar pintura sería tan terapéutico.

Me acerqué a Invierno quien no dejaba de reírse por un chiste muy malo que ella misma había contado y del cual no me reí ni siquiera por condescendencia.

— ¿Cómo te sientes ahora? —pregunté cuando estuve cerca de ella, con mis dedos llenos de pintura, toqué la punta de su nariz como solía hacerle a Belén.

—Más viva que nunca —contestó manchándome a mí también pero en la mejilla, o en la barba, mejor dicho.

—Hay algo que no entiendo —Su semblante se enserió un poco—. Entre tantas chicas tan guapas que hay en la ciudad, ¿por qué salir conmigo?

Enarqué una ceja casi con incredulidad. ¿De verdad a ella era insegura con respecto a su aspecto físico? Bien era cierto que había mujeres más atractivas, pero para mí, la belleza de Primavera era tan particular que ante mis ojos era la más deslumbrante de todas.

—Algunas personas son como obras de arte: no necesitan ser hermosas para despertar todos tus sentimientos y apoderarse de ellos.

Se llevó una mano a la barbilla como si analizara mis palabras.

— ¿Estás diciendo que no soy bonita en términos sofisticados?

No pude evitar reírme y acercarme más a ella, hasta que nuestros alientos se entremezclaron.

—He dicho que no necesitas ser hermosa para despertarlo todo en una persona, y aun así lo eres.

—Creo que los dos somos obras de arte —susurró con sus ojos enfocados ahora en mis labios.

Apoyó sus manos en mi pecho y siguiendo el magnetismo que existía entre ambos, sus labios se encontraron con los míos de forma tímida, delicada, insegura y al mismo tiempo, tierna, cálida.

Sus labios brindaban una sensación de hogar que solo invitaban a perderse en ellos y no encontrar la salida jamás. Sonreí para mis adentros cuando la escuché suspirar en medio del beso al mismo tiempo que su cuerpo se estremecía cuando llevé mis manos a sus caderas. Por mis venas solo corría adrenalina en la medida que mi pulso se aceleraba al tenerla de esa forma conmigo. Era como si mi cuerpo la... ¿necesitara? Joder, la necesitaba como no había necesitado algo más en mi vida. Y no me refería a un plano carnal, sino al paquete completo.

Necesitaba sus miradas, sus palabras, sus gestos, sus risas, su tacto. Ella era paraíso e infierno al mismo tiempo, era mi dosis de realidad y de sueños.

Se separó y dio un paso hacia atrás casi con dificultad. Sus labios estaban enrojecidos. Se aclaró la garganta e intentó ocultar una sonrisa.

— ¿Cuál es la tercera fase de esta cita?

—Busca el sobre, allí está tu respuesta —me encogí de hombros.

Caminó con torpeza hacia su cartera y sacó el sobre que le había entregado hacía unas horas. Lo abrió y frunció el ceño cuando se encontró con lo que estaba adentro.

— ¿Qué es esto, Aslan?

—Lo que dice allí —señalé el papel que estaba en sus manos—. Un boleto a París.

Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora