28. Juego

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10 AÑOS ANTES

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10 AÑOS ANTES

Voy a invitarla a salir. Voy a llevar a Violeta por un helado. Primero tengo que averiguar cuál su sabor preferido para llevarla a la heladería correcta. Tengo planificarlo muy bien. Quiero que Violeta acepte ser mi novia.

Había hablado con Florencia, mi hermana, y ella misma me dijo cómo podía acercarme a Violeta. Pero Violeta era extraña, especialmente porque siempre parecía triste. ¿Algo interesante sobre Violeta? No me trataba como alguien diferente.

Florencia siempre decía que yo era un principito: bien vestido, bien portado, bien hablado. Decía que yo era el chico más lindo de mi curso. Nunca le creí por una razón básica: era mi hermana. Las hermanas te ven con los ojos del corazón, y esa vista podía estar un poco distorsionada.

Comencé a creer en sus palabras cuando al inicio del año escolar y en adelante, la mayoría de las niñas de mi curso empezaron a tratarme distinto: me dejaban notas en mi bolso, me compraban chucherías en los recreos, me mandaban cartas de amor anónimas, y algunas ofrecían peinarme el cabello en los ratos libres.

Eso último era muy raro.

Mi hermana era la voz de la experiencia. Ella tenía dieciséis y yo apenas trece años, así que escuchaba atentamente todos sus consejos. Florencia me dijo que era normal que las niñas se acercaran a mí, pero que yo no debía comportarme como los chicos de su curso.

Yo debía ser amable con ellas, porque esas niñas me estaban entregando parte de su corazón con cada detalle, nota o regalo.

Le creí.

Así que le hice honor al apodo que utilizaba mi hermana. Me comporté con ellas como un principito: les agradecía por sus regalos y les sonreía cuando se ruborizaban al verme. Todas me trataban como si yo fuese alguien superior, eso no me gustaba pero me llegué a acostumbrar.

Violeta nunca me trató diferente. Violeta nunca me miraba, nunca me hablaba. Violeta siempre parecía triste. Con el paso de las semanas comencé a espiarla en los pasillos, escucharla hablar con sus amigas, la observaba perderse en sus pensamientos en todas las clases. Me gustaba Violeta. Pero Violeta lloraba a veces en el baño del colegio, y algunos días prefería la soledad. Una de sus amigas me reveló que su padre había muerto y su madre estaba muy enferma.

Yo quería ayudar a Violeta. Quería que me viera, que me sonriera. Quería disipar ese dolor. Quería ser su principito. Así que la invitaría a salir y le pediría que fuese mi novia.

Todo eso recorría mi mente mientras servía en una bandeja jugo y galletas para las amigas de Florencia. Mi hermana tuvo que salir por algo que ella denominó «urgente» aunque sabía que estaba relacionado al chico con quien hablaba en los recreos. La había visto. Los ojos de Flor se iluminaban cuando él aparecía.

Dejé la bandeja en la sala frente a las tres amigas de Flor.

—Muchas gracias, pequeño Aslan —dijo una de ellas, la había visto poco pero la reconocía: Verónica.

—Flor tiene razón. Eres todo un principito —otra soltó una risilla. A ella la había visto más en casa porque solía quedarse lo fines de semana con nosotros: Cynthia.

La otra chica se quedó callada mientras revisaba unas revistas. Las favoritas de Florencia.

Les asentí con cortesía. Si Florencia no estaba y mis padres tampoco, lo mínimo que podía hacer por ellas era darles merienda. Me di vuelta para volver a mi habitación pero una de ellas me llamó.

—As, ¿no te gustaría jugar con nosotras? —preguntó Cynthia intercambiando una mirada con las demás. Mirada que no logré entender.

—Tengo que estudiar, pero muchas gracias por considerarme.

—Pues es una lástima —Verónica se encogió de hombros.

Cambió de posición en el sillón y su muslo se vislumbró más de lo debido debajo de su exageradamente corta falda escolar. Miré hacia la ventana esperando que no se dieran cuenta que mis mejillas se habían ruborizado.

Cynthia se levantó y se acercó a mí con lentitud, sonriéndome de una manera extraña. Aunque yo era menor que ella, la sobrepasaba en altura por uno o dos centímetros. Tragué muy fuerte cuando invadió mi espacio personal y pude sentir su aliento mentolado cerca de mi rostro.

—Es un juego muy divertido. Podemos pasarla muy bien.

Tenía mucho que estudiar. Mamá y papá estaban orgullosos de mi rendimiento en el colegio y quería que siguieran sonriéndome, comprándome cosas y diciéndole a toda la familia cuan inteligente y buen hijo era. No podía quedarme a jugar con ellas, además sin Florencia sería un poco extraño.

Flor era muy celosa y no quería que pensara que quería robarme a sus amigos.

— ¿Qué juego es? —pregunté sintiendo un nudo en mi estómago.

Ellas estaban siendo amigables conmigo, así que no entendía porqué estaba tan nervioso.

—Uno que no olvidarás —me guiñó un ojo.

Y tuvo razón: nunca lo pude olvidar. 

Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora