36. Despedida

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¡Vamos con otro! :) Este es el capítulo 2/6 del maratón del fin de semana. Si no han leído los anteriores, háganlo o no entenderán del todo. 

—Vaya, vaya —entró Teresa a la cocina—, no sabía que teníamos un visitante

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—Vaya, vaya —entró Teresa a la cocina—, no sabía que teníamos un visitante.

Presenté a Teresa y Aslan, para ponerme a servir la comida. No supe si Aslan quería quedarse a comer pero tampoco le dimos otra opción. Mi amiga, parlanchina como siempre, se lo llevó al comedor y lo único que se escuchaba era su voz.

Desperté a Belén para cenar, y como era de esperarse, sus ojitos se iluminaron cuando vieron a Aslan en nuestra mesa.

La cena fue incómoda. Aslan no me dirigió la palabra, ni yo tampoco a él. ¿Qué otra cosa podía decirle? Teresa se encargó de hacerle preguntas y reírse de cosas con Belén.

Una vez terminamos, Teresa me ayudó a llevar los platos a la cocina y se acercó para conversar conmigo en un tono que nadie más escucharía.

—Prim, ¿ese chico es tu novio, pretendiente o algo de ese estilo?

Suspiré. No lo era, y nunca lo sería. El hacerme consciente de eso me generó un nudo en el pecho.

—No. Aslan es solo un amigo que hice en la cafetería. Un amigo que Belén parece querer mucho.

—Entiendo —se llevó el índice al mentón—, entonces podrías echarme una mano con él, ¿cierto? Porque no sé si te fijaste, pero está como para chuparse los dedos. Si así es con cara de culo, no lo imagino alegre.

Yo sí sabía cómo era la versión alegre de Aslan, y era una que podía derretir el corazón de cualquier mujer.

No. No quería echarle ninguna mano a Teresa con Aslan. No quería imaginarlos besándose en el portal de nuestro edificio. No quería imaginarlos cogidos de mano. Me dolía ese pensamiento.

Pero tienes que hacerlo, Prim. Aslan no es para ti, y a Teresa le debes todo.

Yo era una mujer egoísta. Me negaba a luchar por Aslan, pero tampoco quería verlo feliz con otra persona. Lo que más me dolía era ese compromiso moral que tenía hacia Teresa. Ella desde que me conoció me ayudó con Belén de una manera desinteresada, se había convertido en su tía Teresa sin pedir nada a cambio.

Así me punzara, tenía que devolverle el favor.

—Aslan tiene una personalidad difícil —le advertí—, pero seguro se fija en ti, Tere. Eres preciosa y muy buena chica.

—Ayúdame a convencerlo para que acompañe a la fiesta —juntó sus manos como súplica—, sé que si va conmigo lo engancharé por completo.

Un nudo se formó en mi garganta, pero asentí y le fingí una sonrisa.

Ambas fuimos a la sala donde estaba Aslan revisando su celular.

—Aslan, ¿tienes planes para hoy?

Me miró confundido, pero negó la cabeza. Así que le sonreí con toda la falsedad que pude acumular.

—Perfecto —dije jalando del brazo a Teresa y acercándome a Aslan—, porque Teresa necesita a alguien que la acompañe a una fiesta y quién mejor que tú. Así disfrutas un poco de este viernes y celebras lo de tu proyecto, han pasado unos días pero mereces celebrarlo.

—No conoceré a nadie.

Eso era un «no» en lenguaje Aslan. Le agradecí internamente su sutilidad.

—Me conoces a mí —le sonrió Teresa de forma coqueta.

Aslan frunció los labios y luego abrió la boca para decir algo, pero antes de que lo hiciera, intervine. Sabía que estaba a punto de soltar uno de sus comentarios ácidos, lo leí en su mirada.

—No pierdes nada con ir. Si no te gusta pues te regresas a casa, pero no desperdicies una oportunidad de pasarla bien.

Me dirigí a la puerta y la abrí esperando a que ambos salieran. Sus ojos miel y oliva solo me miraban desconcertados e incrédulos. Preferí mirar mis pies y no a él, porque aunque él nunca lo supiera, para mí ésta era nuestra despedida. Éste era el final de algo que jamás comenzó.

Conocía a Teresa y sabía que en cuanto ambos cruzaran la puerta, yo lo perdería por completo. Ella tenía métodos infalibles para llevar a sus conquistas a la cama, para seducirlos, y hasta enamorarlos. Una vez Aslan cruzara esa puerta, él sería suyo.

Pero éste era mi lugar y esto era lo que tenía que hacer.

Él merecía ser feliz con alguien que estuviese a su altura y que pudiera complacerlo de las maneras que yo jamás podría. Él merecía salir, reírse y divertirse. A mi lado solo tendría problemas y preocupaciones.

Mis ojos observaron sus piernas cruzar mi puerta y luego las de Teresa. Exhalé lentamente sintiendo mis pulmones estremecerse y contraerse. El nudo en mi garganta era tan grande que dolía, dolía tanto como el hueco que parecía crecer en mi pecho.

Teresa intentó decirme algo pero no la escuché.

Aslan ni siquiera despidió de mí. Hizo lo que siempre hacía: se giró y se alejó. Era como si confiara en que siempre volveríamos a encontrarnos, y que las despedidas eran innecesarias.

Quise gritarle que no se fuera, pero a veces tenemos que soltar. Porque soltar es aún mayor gesto de cariño que pedirle a alguien que se quede a tu lado.

Cerré la puerta y me recosté de ella. No pensaba ver cómo se marchaban. Me dejé caer al suelo y allí me sentí libre de llorar sin comprender porqué me afligía tanto.

Porque sabía que esta sí era una despedida.

Y aunque volviésemos a vernos, ya no seríamos los mismos. 

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Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora