16. Ellas

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Siempre me ocurría lo mismo.

Siempre se burlaban de mí.

Ni siquiera comprendía qué demonios me impulsó a levantarme de esa manera y pedirle que se quedara. Pero tampoco quería que se fuera. Me acerqué pensando genuinamente que podría ayudarla a quedarse, y no pude evitar sentirme ridiculizado cuando se rio de mis palabras.

No era novedad, pues al parecer yo tenía un imán para las mujeres burlonas. Y cada vez que veía a una mujer reírse de algo que yo decía o hacía que no fuese particularmente gracioso me acordaba de ellas.

Hasta me obligué a mí mismo a ir a terapia por culpa de ellas. Las odiaba, las odiaba y no podía evitarlo.

En Primavera no vi esa misma mirada de burla, pero no por eso me sentí menos disminuido.

No podía volver a dejarme llevar de esa manera, no por una mujer que ni siquiera conocía.

Tragué fuerte y me masajeé la sien intentando sacar a esas mujeres de mi cabeza.

Cuando una chica era perturbada, humillada o burlada, lo siguiente que le ofrecían era consuelo y apoyo. Pero cuando a un hombre le hacían lo mismo, no podías ni siquiera manifestar que te habías sentido mal porque te pedirían que te pusieras «un par de huevos», como si uno fuese un maldito alienígena incapaz de afligirse.

Y ante esas construcciones sociales teníamos que erguirnos, teníamos que mejorarnos.

Por culpa de ellas sentí eso toda mi vida. Y me indignaba que cosas tan pequeñas como aquella risa de Primavera me recordara a lo que ellas me habían hecho.

— ¿Aslan? —escuché una voz llamarme, y alcé la vista para encontrarme con sus grandes ojos azules aparentemente confundidos. Me examinaban con curiosidad, aunque sus labios menguaron una sonrisa pequeña mientras depositaba algo en mi mesa.

—Yo no he pedido nada —respondí.

—Lo sé —Primavera suspiró pero no abandonó la sonrisa—, son cortesía de la casa.

Era un plato con un par de medialunas. Mis cejas se hundieron sin comprender porqué me estaban regalando aquello, especialmente cuando ni siquiera la había ayudado con la fulana apuesta.

— ¿Por qué? —pregunté.

—Es una forma de agradecerte por preocuparte por mí —se encogió de hombros como si quisiera restarle importancia.

—No estaba preocupado por ti —tajé.

Por alguna razón esas palabras se sintieron equivocadas, pero no las cambiaría.

Primavera rodó los ojos y negó con la cabeza.

—Solo acéptalas —dicho eso se dio media vuelta para dejarme solo de nuevo, pero pareció olvidar algo pues volteó a verme con los ojos entornados—. Después de lo de hoy creo que podemos estar de acuerdo con algo.

— ¿Con qué? —fruncí los labios perdiéndome en el cielo de su mirada.

—Con que ni tú eres tan insensible como yo pensaba, ni yo soy tan mala empleada como tú creías.

Finalmente siguió su camino hacia la caja donde su compañera parecía un poco aburrida al no tener clientes en espera. Paseé la mano por mi cabello y no pude evitar sonreír.

Por un momento quise creerle, quise pensar que yo no era tan imperfecto como siempre me hicieron creer, y que quizás una persona por primera vez podía verlo muy en el fondo de lo que yo era capaz de demostrar.

O no.

Probablemente ella estaba equivocada.

Después de comer, volví la vista a la caja donde Primavera parecía reírse de algo con su compañera quien le paseaba el pequeño frasco de propinas por el rostro.

La apuesta.

«Un beso por medialunas» era el trato.

Revisé la hora en mi reloj y me di cuenta que se había hecho tarde. Inhalé y exhalé con profundidad, como si eso pudiera limpiarme todo el cuerpo, luego me levanté de mi silla y cogí todas mis cosas.

¿Por qué no? Me pregunté. Así que antes de salir, caminé en dirección a la caja donde estaban Primavera y la chica del cabello extraño.

Ella había apostado porque necesitaba el dinero. Lo necesitaba tanto como para aceptar recibir un beso de alguien que ni siquiera le agradaba.

Así que la ayudaría.

Solo que yo apostaría para mí mismo algo más grande.

Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora