50. Mentiras

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Esto podía ser una buena idea o una muy mala dependiendo de mi objetivo. A estas alturas no sabía si quería seguir viendo a Aslan —o si era lo correcto—. Pero dado que él decidió contarme una etapa muy personal de su vida, sentí que debía corresponderle de alguna forma.

Además, tal como él había dicho: si esta sería la última vez que lo vería, lo mínimo que podía hacer era contarle quién era yo en realidad.

Llené mis pulmones de aire antes de empezar. Sus ojos me miraron con cuidado, su rostro parecía temeroso de pronunciar palabra, quizás no quería arruinar el momento o cohibirme de confesarle mi pasado.

—Yo no soy de Buenos Aires —comencé—. Nací y crecí en las afueras de la ciudad de Rosario, en la provincia de Santa Fe. Mi familia era muy humilde, nunca nos dimos ningún lujo y apenas contábamos con lo necesario para sobrevivir, especialmente porque papá gastaba parte del dinero en apuestas y alcohol.

Cuando Aslan paseó sus dedos por mi nuca, me hice consciente de que me había detenido. Me había perdido en las imágenes que ahora rondaban mi cabeza mientras tenía la cabeza gacha y mis manos jugaban entre ellas. Me sonrió con ternura para que prosiguiera, asentí.

—Te podrás imaginar que al ser mi padre alcohólico y dada nuestra situación, él solía actuar de manera... violenta. Casi siempre se descargaba con mamá porque ella no le daba suficiente dinero para sus vicios. Durante una época hombres iban a la casa a "pasar tiempo" con mi hermana y mi mamá, y ellas cobraban por ello. Mi hermana mayor intentó adentrarme en eso, pero siempre me rehusé.

— ¿Es la misma hermana que te dijo que eras un estorbo? —Preguntó. A estas alturas ya él tenía las cejas hundidas y su semblante permanecía bastante serio. Asentí en respuesta y él apretó los labios para contener las palabras que luchaban por salir— Continúa —suspiró.

—Un día Cristina, mi hermana, simplemente no regresó a casa. Al cabo de un tiempo me enteré que se había venido a Buenos Aires con un hombre, pero no he vuelto a saber de ella. Cuando tenía quince años, mi mamá también se fue de la casa y no quiso llevarme, pues para ella yo también era un estorbo —me encogí de hombros—. Así que no me quedó de otra que quedarme sola con mi papá al menos hasta que pudiera terminar el colegio y ver cómo escapar de allí.

»Ya que mi mamá no estaba, tampoco Cristina, me tocó trabajar después de clases para darle dinero a mi papá. Además de por supuesto encargarme de la casa, pues él se enfurecía si algo no estaba en orden —tragué fuerte y escondí un mechón de cabello detrás de mi oreja—. Con los días comenzaron los golpes, y aunque intenté ir a la policía, no quisieron ayudarme.

Frente a mí, Aslan se tensó. Sus ojos estaban llenos de cosas que quería expresar, pero no me interrumpió. Tomó mi mano en la suya y la envolvió en ella, tal como yo había hecho antes con él.

—Un día, un amigo de mi padre fue a la casa —continué—, y se impactó al ver los moretones en mi cuerpo. Así que me dio su número de teléfono para llamarlo si eso volvía a ocurrir. Cuando cumplí dieciséis lo llamé, pero para algo más. Quería vengarme de papá, así que... —las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. ¿Por qué parecía tan difícil contarle aquello a Aslan? —tuve relaciones con ese hombre, pensando que eso me haría sentir mejor, o superior a mi papá.

Aslan abrió la boca varias veces para hablar, pero parecía querer filtrar cada una de sus palabras.

— ¿Y no crees que habían otras maneras de hacerlo sentir mal? —preguntó. No sonó molesto, parecía más bien consternado ante mi historia.

—Tenía dieciséis, Aslan. El único método que conocía para crear o resolver conflictos era el alcohol, los golpes o el sexo. Esa fue la imagen que me dio mi familia durante años —espeté—. Me sentí acorralada ante la situación, no podía denunciarlo, no podía huir, no podía golpearlo, no podía hacer nada.

—Lo siento —suspiró y paseó su pulgar por mi mejilla, donde sin darme cuenta había derramado una lágrima—. ¿Quieres continuar?

Asentí y volví a coger aire. Ya había comenzado, así que debía terminar.

—Semanas después, me enteré que estaba embarazada de ese hombre, de Jorge. Sabía que si se lo decía a mi papá, me mataría a golpes. Así que ante el terror, llamé a quien era el padre de mi bebé para contarle la verdad. Jorge me ofreció mudarme con él, lo cual me pareció extraño pues él estaba sobre los treinta y yo apenas tenía dieciséis, pero parecía la única opción donde no terminaría lastimada. Sin pensarlo mucho, busqué todas mis cosas y me fui con Jorge sin decirle nada a papá.

— ¿Él es el padre de Belén, cierto? El que me habías dicho que estaba muerto.

—Sí, es el padre de mi pequeña. Pero aquel día te mentí, porque no está muerto —confesé tajante.

Aslan me miró con desconcierto, sus dudas pareciendo incrementarse exponencialmente.

— ¿Por qué me mentiste?

—Porque Jorge es la peor parte de toda esta historia. 

Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora