Epílogo

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Greg

Me doy cuenta de que no tengo apetito al verme jugar con la comida en mi plato notoriamente distraído, he pasado todo el día pensando, imaginando e incluso fantaseando con lo que fue o con lo que será de mi vida. Nunca me ha gustado vivir el presente, siempre estoy planeando y pensando en el mañana, y ahora que lo pienso detenidamente ese ha sido mi error más grande...

–Greg cariño, me pasas la ketchup.– otra vez me he quedado inmerso en mis pensamientos.

–Greg, ¿Estás bien?– susurra acercándose a mí tomando mi cara entre sus delgadas manos.

–Estaba pensando en las finanzas de la empresa, eso es todo– murmuro y me centro en la cena despegando mis ojos de los suyos. Ella se aleja de vuelta a su asiento no muy convencida. La miro de reojo y sé bien que ella me conoce lo suficiente para saber que algo anda mal conmigo hoy, pero este no es el momento adecuado de decirle a mi madre todo lo que me ocurre.

¿Cómo le explicas a alguien la forma tan repentina en que todos esos sentimientos que creías muertos por más de tres años, vuelven a brotar a raudales después de volver a ver a esa persona tan especial?

Doce horas atrás.

–¿Cómo se supone que le envíe estos balances a la junta directiva si no los has modificado? Necesito que me los mandes antes del medio o estás despedido– corto la llamada a Fabián, sin darle oportunidad a responder y le subo el volumen a la radio para poder distraerme antes de que explote.

Voy de camino al trabajo y la radio anuncia las ocho de la mañana, creo que ya se me se ha vuelto costumbre estar con los nervios de punta a tan temprana hora. Solo espero que el día se pase lo más rápido para volver a casa, últimamente no me he sentido bien.

Estaciono el auto en el sótano y me dirijo al ascensor. –Buenos días– saludo al entrar por la recepción sin dirigirme a alguien en especial, no estoy de humor para socializar.

–Señor Van der Wiel– me saludan al pasar. Siempre sucede lo mismo, al verme entrar todos se quedan callados y procurando no cruzarse en mi camino. Aún no comprendo cómo llegue a ser el típico jefe ermitaño.

Al morir mi padre hace un par de años en manos de Themhota, heredé su empresa por ser su legítimo e hijo único y ya que él nunca modificó su testamento tuve que cargar con todas sus deudas. Indudablemente me negué a seguir sus pasos cerrando la empresa y comencé por abrir una propia compañía de energías renovables. Siempre me he preocupado por el medio ambiente y me pareció una magnífica idea unir mi última maestría en negocios con lo que realmente me apasiona.

O al menos eso pensé, lo único que anhelo al despertar día con día es volver lo más pronto a casa.

El elevador se detiene en el onceavo nivel y bajo en dirección a mi oficina. Al entrar, la bilis vuelve a subir por mi garganta, busco a mi derecha y como siempre mi café no está listo, veo hacia la izquierda y las persianas continúan cerradas, y como si fuera poco hay una notoria capa de polvo sobre mi escritorio.

Respiro profundo tres veces antes de llamar a mi ausente asistente.

–Diga–responde Michelle al tercer tono.

–¿Qué hora es Michelle?–pregunto intentando controlarme, últimamente pierdo el control demasiado rápido.

–¡Son las ocho con treinta y seis minutos señor!– responde entusiasta.

–Y ¿A qué hora vengo normalmente a la oficina?– le pregunto de nuevo esperando que así comprenda su error, ya es la quinta persona que contrato en menos de un mes, después de que Andy, mi antigua asistente diera a luz a su hijo y tuviera que renunciar.

Al Otro Lado De Mi Vida © ✔️Where stories live. Discover now