53. Número

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— ¿Vas a seguir puliendo la barra por dos horas más? —preguntó Catalina, cruzándose de brazos a mi lado y enarcando una ceja con diversión. Ahora su cabello estaba pintado de azul y solo resaltaba su piel de porcelana.

Sus palabras me despertaron de mi trance y ni siquiera me había dado cuenta que había pasado varios minutos limpiando el mismo punto en la barra de pedidos. ¿Cómo iba a darme cuenta si mi cabeza estaba en todos lados menos en mi trabajo? Esto no podía ser muy bueno.

—Es que estaba muy sucia —mentí intentando recuperar algo de dignidad, pero Cata me conocía muy bien.

—Mejor hablemos de Aslan —me guiñó un ojo—. No me engañas, sé que solo estabas esperando a que lo mencionara para que pudieras explayarte. Así que canta, pajarito.

Me reí dándome por vencida. Ella tenía completa razón: necesitaba consultar con alguien todo este asunto de la «cita». En honor a la verdad nunca había tenido una y lo menos que quería era hacer el ridículo frente a la única persona que no solo aceleraba mis latidos sino que yo también aceleraba los suyos.

—Aslan me ha pedido salir, en una cita —murmuré acercándome a ella como si fuese algo embarazoso o confidencial—. Pero no tengo ni una idea sobre qué hacer allí, o qué esperar, o ni siquiera cómo vestirme.

—Mis plegarias han sido escuchadas —dijo juntando las palmas de las manos dramáticamente como si estuviera rezando—. He esperado tanto este momento, Prim. A ver, ¿no te ha dicho a dónde van?

—No.

— ¿No te dijo a qué hora se van a ver?

—No.

— ¿Ni siquiera te dijo el lugar donde se encontrarán?

—No.

— ¿Tiene al menos tu número para que puedan comunicarse?

—No que yo sepa.

Catalina rodó los ojos y resopló con exasperación. Luego me dio una palmadita en el hombro.

—Entonces no creo que necesites pensar en la ropa que usarás para tu cita imaginaria.

— ¡Catalina! —le reclamé, aunque ella tenía razón. Cata solo se echó a reír— Todo sucedió muy rápido.

Creo que la tarde había sido suficientemente emotiva y era de esperarse que se nos olvidaran pequeños detalles sobre nuestra «cita». Probablemente estábamos tan acostumbrados a vernos siempre en el mismo lugar, que se nos había hecho costumbre.

Pero como si los dioses nos hubiesen escuchado y el destino estuviese ahora de mi favor, la campanilla del Café sonó y la persona que entró fue nada más y nada menos que Aslan. Me resultó inevitable sonreír, y él hizo lo propio cuando nuestras miradas se encontraron.

Antes de que Aslan llegara a donde estábamos, Catalina cogió una servilleta y comenzó a escribir algo.

—Invierno, esta tarde se me-

—Sí, sí, chico listo —Catalina le cortó las palabras con un todo de fastidio y luego le entregó la servilleta—. Aquí está su número.

Aslan guardó la servilleta en su bolsillo mientras le dedicaba una mirada gélida a Catalina.

—Le hablaba a ella —me señaló y luego se cruzó de brazos—. ¿No deberías estar en la caja o en algún otro sitio?

— ¿No deberías estar planificando una cita? Mira que le estoy inyectando a Prim una buena dosis de altas expectativas. Sería muy triste que no las cumplieras.

—Escúchame, rastafari moderna —comenzó a hablar pero antes de que diera inicio a la tercera guerra mundial, decidí intervenir.

—El show se terminó. Catalina, ve a tu puesto de trabajo. Aslan, si no vas a ordenar, entonces nos vemos el miércoles. Ustedes dos me obligan a ser la adulta de esta relación.

Ambos me miraron de mala gana, pero no les quedó de otra más que aceptar.

—Bien —dijeron al unísono.

Cuando me quedé sola de nuevo en la barra, sonreí al darme cuenta de una pequeña victoria: Aslan tenía mi número y no sería una cita imaginaria. Sería completamente real.

Y faltaban menos de cuarenta y ocho horas para que comenzara.

Y faltaban menos de cuarenta y ocho horas para que comenzara

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Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora