57. París

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Llegamos a un edificio que parecía viejo, descuidado y probablemente abandonado

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Llegamos a un edificio que parecía viejo, descuidado y probablemente abandonado. Aslan sacó unas llaves de su bolsillo con las cuales abrió una puerta metálica y una vez los dos estuvimos dentro, encendió las luces.

No se había equivocado. De alguna manera me había traído a París y dejé escapar una pequeña risa a medida que bajábamos los escalones de ese pequeño teatro. El escenario estaba decorado con una escenografía parisina, en el centro había una mesa pequeña con dos sillas de madera. A un lado, una decena de cojines puestos sobre un acolchado oscuro.

—Bienvenida a París, madeimoselle —dijo tendiéndome la mano para subir hacia el escenario.

—Te daré mil puntos por creatividad y esfuerzo.

—Yo esperaba un millón de puntos, pero me tocará conformarme.

Me ayudó a quitarme mi abrigo y lo dejó encima del acolchado. Me paré en el medio del escenario apreciando las butacas antiguas. Era un teatro pequeño y antiguo, pero bastante acogedor.

— ¿Cómo conseguiste las llaves de este lugar? —Le pregunté cuando me cogió de la mano y me invitó a sentarme.

—Un amigo de mi hermana es productor de una obra que están presentando acá —respondió sirviéndome una copa de vino y destapando un plato con medialunas. Sonreí—. Así que le hablé de ti y ella le pidió a su amigo que me hiciera el favor.

La escenografía eran edificios parisinos debajo de un cielo oscuro iluminado por una única luna grande y brillante. Pero lo que más resaltaba era una Torre Eiffel de cartón más o menos de mi tamaño, iluminada con lucecillas de navidad.

—Me encanta, Aslan —confesé mordiéndome el labio inferior mientras mis ojos se deslumbraban todavía examinando el teatro. Él sonrió satisfecho y orgulloso de su trabajo.

Me ofreció una medialuna y cuando fui a cogerla, la apartó. Enarcó una ceja y entornó los ojos.

—Volvemos a nuestros inicios, Invierno, pero ahora al revés. Si quieres una de éstas, tienes que darme un beso primero.

Solo acepté porque encendió un poco la nostalgia en mí. Sentí que habían pasado siglos desde aquella apuesta. Nunca hubiese imaginado que terminaríamos de esta forma.

Jamás imaginé que me enamoraría de Aslan.

Me levanté de mi silla y me acerqué lentamente a él. Sus ojos se perdieron en mis labios, y cuando creyó que harían contacto con los suyos, hice un pequeño movimiento depositando un beso en su mejilla. Antes de que reaccionara, cogí rápidamente la medialuna de su mano y me levanté con sonrisa triunfal.

—Dijiste un beso, nunca especificaste dónde —murmuré sentándome en el acolchado, apreciando de nuevo la vista del teatro.

—No esperaba un beso en los labios —bufó, intentando aparentar que lo tenía todo bajo control. Se sentó a mi lado, para luego dejarse caer hacia atrás apoyado de sus antebrazos.

—Claro que lo esperabas —Me reí—. Pusiste boca de pato.

— ¿Qué es la boca de pato? —enarcó una ceja con curiosidad y diversión al mismo tiempo.

—No puedo creer que no lo sepas.

Fruncí un poco los labios para enseñarle lo que era, pero me di cuenta que era una trampa cuando de repente, en un movimiento veloz, me besó con rapidez.

—Te gané —proclamó guiñándome un ojo.

Ambos nos reímos como si fuésemos dos chiquillos. Acto seguido, comenzamos a hablar sobre nuestras vidas, nuestras rutinas, nuestras preferencias. Todo aquello que sin darnos cuenta nos definía como personas. Cada pieza que descubría de Aslan, solo me hacía admirarlo más. Cada sonrisa que me dedicaba, me hacía perder el hilo mis pensamientos y agitaba mi corazón.

Aslan se acostó con un brazo debajo de la cabeza y cerró los ojos por varios segundos. Parecía tranquilo y feliz. Su cabello castaño de mechones rubios brillaba gracias a los reflectores, y caía sin orden en su frente. Cada vez me gustaba más su barba y lo bien que le lucía. No podía imaginarlo sin ella.

Él se había esforzado para que tuviéramos una cita perfecta y lo había logrado. Además, no me permitió pagar por la comida o por el alquiler del lugar donde pintamos. Aunado a ello se había preocupado todo este tiempo por mí, me consiguió información para culminar el bachillerato, algunas tardes cuidaba de Belén en la cafetería y la hacía reír, había soportado mis rechazos y desplantes. Aun así aquí estaba, dispuesto a continuar conmigo.

Aslan me había dado más de lo que alguna vez podría pedirle. Y no sabía cómo agradecerle, cómo recompensarle por hacerme sentir que valía algo.

Las palabras de mi madre hicieron eco en mi cabeza: «Nadie nunca hará nada por ti de forma desinteresada, siempre te pedirán algo a cambio, y si no lo piden explícitamente, creerán que tienen el derecho de tomarlo». Quizás Aslan sí esperaba algo de mí. Suspiré y tragué fuertemente al darme cuenta.

Cerré los ojos y me quité el cardigan que llevaba puesto sobre mi vestido. Sentí una chispa de miedo y de tristeza al sentirme la misma niña de dieciséis años que debía entregar algo a cambio. Pero así era el mundo, así eran las personas.

Con manos temblorosas comencé a bajar el cierre de mi vestido que se encontraba en mi espalda.

No quería hacerlo, no así. Pero tenía que pagarle todas sus atenciones de alguna forma, y ésta era una que lo podría complacer de muchas maneras.

Sentí una brisa fría en las partes de mi espalda que ahora estaban al descubierto, y me resigné a lo que estaba a punto de ocurrir.

Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora