66. Proteger

47.5K 6.9K 535
                                    

Automáticamente intenté cerrar la puerta con rapidez, pero él fue más veloz que yo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Automáticamente intenté cerrar la puerta con rapidez, pero él fue más veloz que yo. Siempre lo había sido. La detuvo y me empujó con ella para adentrarse al apartamento.

No, no, no.

—Esperaba un poquito más de cortesía, Verita. Creo recordar haberte enseñado cómo tratar a un hombre —pronunció con una sonrisa triunfal y enfermiza en su rostro.

Cuando me mudé con él comenzó a llamarme «Verita», por Primaverita. Cualquiera hubiese considerado ese diminutivo como algo tierno. Pero para mí, Verita significaba dolor, arrepentimiento, ira, lágrimas, golpes.

Verita era una parte de mí que luché por suprimir durante mucho tiempo.

Cerró la puerta detrás de él. Mi cuerpo dejó de reaccionar, a excepción de mis pulmones que inhalaban y exhalaban aire con agitación, y de mis manos que parecían temblar con locura.

—No pareces feliz de verme. ¿Por qué no te alegra verme, Verita?

Podía escuchar mis palpitaciones retumbar en todas mis extremidades, incluso hacer eco en mi cabeza. Continuaba sin poder asimilar la situación. Él no podía aparecer de esa manera, no en este momento cuando mi vida finalmente comenzaba a tener un rumbo, un sentido.

Jorge se acercó a mí, y sentí la abrumadora necesidad de salir corriendo, pero mis pies no respondieron. Paseó sus dedos por mi mejilla, haciendo que mis ojos se cristalizaran ante el pánico. Mi cuerpo en pleno titiritaba. De verdad Jorge estaba allí. Me estaba tocando de nuevo.

—Estás tan sorprendida que te has quedado sin palabras —se rio—. Yo también te he extrañado mucho, ¿lo sabías? Rompiste mi corazón cuando te fuiste aquella vez, sin siquiera dejarme una nota. Estuve muy preocupado por ti, Verita, pensé que te habían hecho daño.

—La única persona que me ha hecho daño has sido tú —pronuncié finalmente sin atreverme a mirarlo a los ojos.

— ¿Cómo puedes decir eso? Siempre te cuidé y me preocupé por ti.

Volvió a dirigir la mano hacia mi rostro y cerré los ojos, instintivamente. Solo escondió un mechón de cabello detrás de mi oreja, así que suspiré aliviada. Lo siguiente que hizo fue llevar sus manos a mis caderas y acercarme a él, provocando un dolor en mi pecho que no recordaba que podía experimentar.

—Había olvidado lo provocadora que podías verte sin esa barriga —añadió.

—Por favor —supliqué en un susurro, con mis mejillas húmedas y sintiendo mi cuerpo temblar aterrado, como nunca antes lo había hecho—, por favor aléjate.

— ¿Que me aleje? Cariño, pero apenas he llegado y me costó meses encontrarte. Te diré lo que haremos: vas a ir a la habitación y armarás un bolso con lo indispensable. Nos vamos a casa.

Sentí su aliento cerca de mi rostro, pero fui incapaz de encararlo. Sus manos sobre mi cuerpo me hicieron sentir sucia de nuevo, como un objeto repugnante. A mi cabeza volvieron todas esas imágenes que protagonizaban mis pesadillas donde él era el personaje principal.

—Por favor, no —sollocé.

Jorge cogió mi mentón y me obligó a que mirara sus ojos tan fríos, distantes, amenazadores y temerarios. Al mismo tiempo continuaba sonriendo como si estuviese siendo testigo del mejor momento de su vida.

—No me hagas pedirlo dos veces. No quieres que me moleste, ¿verdad, Verita?

Negué con la cabeza.

—Entonces arma el bolso ahora. De camino a casa pasaremos buscando a la pequeña rubia, y le explicaras al flaco que te acompañaba que te regresas conmigo a Rosario. ¿O quieres que se lo explique yo? No soy un hombre celoso, Verita, pero creo que él necesita entender cuál es su lugar y cuál es el tuyo.

¿Nos había estado observando todo este tiempo? ¿Por qué no me di cuenta antes?

Aslan y Belén.

Los había puesto en peligro. Sabía que tener más cuidado, ahora los había expuesto completamente.

Pero podía permitir que él les hiciera daño. Mucho menos podía permitir que Aslan supiera quién era Jorge porque podía imaginar cuál sería su reacción, y el único perdedor sería él.

—No.

— ¿Disculpa? ¿No qué? —inquirió enarcando una ceja.

—Belén no irá a ningún lugar contigo. Yo tampoco —declaré reuniendo valor.

Si tenía que plantármele a Jorge para defender a quienes quería, lo haría. Se decía que solo nos volvíamos fuertes cuando teníamos algo que proteger, y esta vez yo lo tenía.

Tenía una familia.

Y no iba a permitir que nadie les hiciera daño. Incluso si tenía que arriesgarme para poderlo lograr.

Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora