Capítulo 3

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¡Corre!

Salí a toda velocidad con mis pies descalzos en el pavimento, sentía un agudo pinchazo en mis pies cada vez que pisaba alguna piedrecita, pero lo ignoré. Podía sentir mi corazón palpitando contra mi pecho, detrás de mí escuché pasos acelerados y una respiración agitada, pero por alguna razón sentía que no me estaban siguiendo, de todas formas no me atreví a mirar hacia atrás.

No sé cuánto tiempo estuve corriendo pero me detuve porque mis pies ya no podían seguir. Miré hacia atrás, todo estaba oscuro y en silencio como si nada hubiese pasado. ¿Lo habré imaginado?

La bocina de un auto me hizo saltar en mi lugar, miré hacia adelante y sentí precioso alivio cuando vi el Audi rojo de Valeria, ella se acercó a mí y bajó la ventanilla del auto.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Exclamó.

Quería decir algo, pero nada salió de mi boca. Caminé torpemente hasta la puerta del auto y me subí al asiento del pasajero.

—Salí a tomar aire —respondí encontrando mi voz.

—¿A diez cuadras de la fiesta? —Volvió a exclamar aún más alterada. Wow, ¿realmente habían sido diez cuadras? —¿Sin avisarme?

—Tú estabas muy ocupada —dije, de repente sintiéndome enojada con ella.

—¡Y hueles a alcohol! —Valeria ignoró lo que dije y eso me enfureció más.

—¡No me hables como mi madre! —Exclamé —Además, tú fuiste la primera en romper el trato.

Valeria balbuceó buscando una excusa, pero ambas sabíamos quién tenía razón.

—Buen punto —admitió y me miró de reojo —. Oye ¿estás bien? Te ves pálida —instintivamente toqué mi rostro y antes de que pudiera contestar, ella me interrumpió —claro que no lo estás ¿cuánto bebiste?

—no bebí tanto, cálmate, Val.

—si tu madre te ve así, va a matarme.

—no lo hará —dije tranquilamente.

—Sí, lo hará —lloriqueó —me vetará de tu casa y te prohibirá terminantemente volver a hablarme por los próximos cincuenta años.

Apoyando mi cabeza en el acolchonado asiento, rodé los ojos. Me dediqué a mirar por la ventana por el resto del viaje.

Para suerte de ambas, mi madre no despertó cuando llegamos. Caminé descalza hasta mi cuarto, no habíamos vuelto a la fiesta, así que mis zapatos se quedaron en el sillón rojo. Me arrastré hasta la cama y decidí dormir con la promesa de tomar un baño mañana a primera hora.

***

Unas cuantas horas después, mi despertador sonó, lancé un gruñido y lo apagué. Con todo el esfuerzo posible me levanté y tomé una ducha. Mierda, mi cabeza explotaba (sí, eso se llama resaca, Liz). Minutos después ya estaba cambiada y bajaba hacia la cocina. Esperé ver a mi madre preparando el desayuno, pero lo único que encontré fue una nota pegada al refrigerador.

Lizzy, hubo una urgencia en el trabajo, volveré lo más pronto posible. Si tienes hambre, dejé un poco de dinero en mi habitación, pide una pizza.

Mamá.

No tenía nada de hambre, lo único que tenía era un dolor de cabeza. Caminé hasta el baño y busqué, en el botiquín, alguna aspirina, para mi suerte encontré la última.

Finamente las cosas parecían volver a la normalidad. Los primeros días aquí, mamá aún no trabajaba, se quedaba la mayor parte del tiempo en su habitación escribiendo, pero hace un par de días había conseguido un trabajo como columnista de una pequeña revista de aquí.

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