70. Ayúdame

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Lo intenté.

Hice todo lo posible por luchar, por defenderme a mí y a mi pequeña.

Parte de la casa estaba destrozada: entre mis intentos de liberarme de Jorge, ambos terminamos tumbando todo lo que estaba a nuestro alrededor. Para mi fortuna eso también hizo bastante ruido.

Alguien debía escucharnos. Alguien debía escucharme.

Sé que lo hicieron, porque en algún momento tocaron la puerta. Era nuestra vecina, la señora Marlene, reconocí su voz de inmediato. Pero Marlene estaba entrando en sus setenta años y ella no podría hacerle nada a Jorge para alejarlo de mí. Si era una mujer inteligente buscaría ayuda.

Todo mi rostro palpitaba del dolor. Cuando vi las manos de Jorge cubiertas con un poco de sangre entendí que me había roto algo. Pensé que había sido la nariz, porque la sentí inflamada. Pero mi lengua identificó un sabor metálico, así que asumí que también me había partido la boca. Quién sabe qué más.

De verdad lo intenté, pero ya no podía más. Me había quedado sin energías, y a estas alturas sabía lo que estaba a punto de ocurrir.

Él había logrado quitarme —romperme, en realidad— parte de mi ropa. Sin embargo después de tanta pelea, ni siquiera sentía pánico.

Yo había perdido, él había ganado.

No sentía ni dolor ni tristeza. Finalmente había quedado vacía, me sentía derrumbada y sin esperanzas.

Resignada.

No me quedaban fuerzas para luchar. No me quedaba voz para gritar. No me quedaban lágrimas para llorar.

Sabía que seguían tocando la puerta, pero no importaba a estas alturas. La señora Marlene seguía llamándome a mí o a Teresa, sin saber quién era la que había estado gritando antes, pero no podía responderle. Jorge, sabiéndose acorralado solo apresuró sus movimientos, intentando terminar de desvestirme rápidamente.

Yo había intentado convencerme de que no era la misma niña de dieciséis, que ahora era fuerte, que podía proteger a mis seres queridos. Pero todo había sido una mentira. Aún era débil y cobarde. Así que asumiendo mi realidad y enfrentando mi destino, hice lo mismo que solía hacer cuando vivía con Jorge: cerré mis ojos esperando no sentir tanto dolor.

Entonces lo escuché.

Tres golpes fuertes en la puerta, y su voz como un rugido.

Aslan.

— ¡Primavera! —estalló, volviendo a golpear la puerta.

Aquí estoy.

Su llamado volvió a darle vida a mi corazón, como si existiese un botón de encendido y apagado que solo dependía de su voz, de sus miradas y de sus caricias.

Por favor ayúdame.

Sentí una lágrima rodar por mi mejilla y de repente todo en mi mente se volvió negro.

Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora