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El frío.

Eso fue lo primero que sintió al bajar del helicóptero, cuando una ráfaga le arrastró blancos y diminutos copos de nieve a la cara.

Poco a poco el ruido de las hélices comenzaba a hacerse un murmullo, un ruido sin importancia que se perdía contra el rugido del viento invernal.

La nieve arrastrada por la ventisca parecía ocultar la casa de madera, rústica, pero amplia. Una columna de humo gris salía de la chimenea y era arrastrada por las gélidas ráfagas.

Apretó con mayor fuerza aquel bulto envuelto en varias mantas contra si mismo y acomodó la bolsa en su hombro mientras atravesaba el nevado camino de piedra que llevaba hasta el porche. Su abrigo no llegaba a cubrirlo totalmente del frío, y sus afilados dientes comenzaron a castañear.

Uno.

Dos.

Tres golpes apresurados contra la puerta de madera oscura, adornada con detalles dorados. Las ventanas estaban empañadas y cubiertas con cortinas, por lo que no podía ver nada de lo que pasaba dentro.

_¿Quién es?_ grito un fuerte voz desde el interior.

El hombre solo volvió a golpear la puerta tres veces, con más calma.

_¿Quién carajo viene con esta rosca?_se escucho de nuevo la voz, más cerca de la puerta. Seguro estaba observando al visitante por la mirilla_

La puerta se abrió, dejando ver a un hombre alto. Utilizaba un pantalón negro y un suéter amarillo, su cabello alborotado. Emblema azul y blanco, un sol en el centro de su rostro. Su expresión perpleja.

_¿Qué...?_

_Ich ... ich muss reden [Yo... Yo necesito hablar] _gruño el hombre del abrigo negro en su natal, pues sabía que él lo entendía perfectamente. Le sostuvo la mirada con intensidad_

República Argentina dudo un rato. Pensaba en lo peligroso que era invitar a ese hombre a pasar a su hogar, pero no vio soldados, ni siquiera una escolta, afuera, en la nevada.
Miro a esos peligrosos ojos por un largo rato. Parecían pedirle algo de forma silenciosa, parecían nerviosos.

Se maldijo mentalmente mientras miraba al interior de su hogar, dos de sus hijos sentados en el largo sillón, frente a la chimenea, durmiendo plácidamente. Algo dentro de él le pedía que lo dejara pasar, se apiadaba de ese hombre, y no sabía porqué.

_Komm rein, lass uns in mein Büro gehen.[Entra, vamos a mi oficina] _gruño con recelo el albiceleste, y, con pesar, hizo lugar en la entrada para deja pasar al extranjero, quién se adentro en la cálida estancia._Veni, no hagas ruido ni toques nada_ se dirigió al otro lado de la acogedora sala a grandes zancadas, seguido de cerca por el de ropas oscuras, quien pudo notar dos niños durmiendo bien abrigados en un largo sofá gris, frente a la chimenea, que resguardaba un ardiente fuego.

No supo porqué esa imagen le revolvió algo en su interior.







°Fuerte° (C.H. Argentina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora