51

1.6K 100 20
                                    

Madrugada del 20 de Noviembre de 1845






El agua calma lamía la orilla pausadamente, silenciosa y fría mientras a la lejanía vapuleaba suavemente el casco mayor del bargantine Republicano que esperaba anclado junto a las gruesas cadenas. El oscuro material de metal cruzaba por sobre el agua turbia el estrecho pasaje de costa a costa, aferrado sobre veinticuatro lanchones distribuidos de forma pareja y ordenada. 

El prominente terraplén que se elevaba al borde de la costa lodosa servía para ocultar las trincheras alargadas dónde sus tropas esperaban nerviosas la aparición del enemigo en el horizonte, alejado de la oscuridad de la madrugada y la indiferente presencia de las estrellas en el firmamento. Cuatro baterías, o compañías de artillería, se encontraban dispuestas en la rivera derecha del río con un surtido de armamento pesado y asistido, aunque de un calibre y alcance algo precario y obsoleto. 

El Monte permanecía silencioso e impasible, casi como si el viento y la tierra esperaran con paciencia la llegada de la batalla inminente, acompañado el latir desbocado en el pecho de los soldados. A lo lejos, la oscura noche cedía paso a un azúl pálido que emergía desde el lejano horizonte, el sol naciente preparándose a surgir allí donde la infinita agua se funde con el cielo en su hermosa inmensidad, dando lugar a las primeras luces de la mañana. 

Aquél ente apretó la empuñadura de su espada, bien sujeta a la funda adherida al cinturón que ceñía su cintura. Su hermoso traje azul marino se veía destacado por la ligereza que ostentaban las telas, la simplicidad de los detalles solo volvía el uniforme más atrayente a la vista puesto en el cuerpo que le lucía con orgullo. La simpleza y practicidad eran necesarias para la batalla próxima, pero jamás se permitirá el abandonar los colores que le enorgullecían enormemente. 

Esos ojos escarlata observaban el agua formar un suave oleaje, la calma del río que precedía a un sangriento descenlace. Su cuerpo estaba firme y su mente clara, pero aún así una inquietud se sentía pesada en el centro de su pecho, y ni siquiera era la suya propia. 

Sentía, como el crepitar de un caliente fuego, la inquietud y el nerviosismo de sus tropas desplegadas en las trincheras tras de sí. Su fortaleza emocional contrastaba peligrosamente con el temeroso y ligero murmullo llevado por la brisa, y es que, pese a que la lealtad a su patria y la absoluta libertad residida en cada uno de sus corazones, los soldados temían a un enemigo que jamás habían enfrentado cara a cara, a lo que vendría sobre esos números barcos de guerra que se aproximaban sobre el agua calma. 

La Gran Confederación Argentina ladeó la cabeza hacia un costado, pasos tras de sí se escucharon hasta que pudo notar como su general avanzaba hasta situarse a su lado. Mansilla esperó con paciencia e infinita serenidad hasta poder decir unas cortas palabras: 

_Se están acercando. Casi puedo sentirlos sobre nosotros_ 

_Lo sé. Yo también lo siento_la femenina habló por primera vez en horas, su voz profunda pareció fundirse con la oscuridad del lugar. No lucía sorprendida, o preocupada.

_Todo ya está listo, y las baterías tienen la carga justa al igual que el personal_ el general cruzó las manos tras la espalda, luciendo su uniforme militar.

_Soldados, general, soldados, hermanos, y no 'personal'_ corrigió de una forma más bien socarrona la mujer, inclinando la cabeza suavemente. 

_Me disculpo_ el hombre carraspeo un poco, dándose cuenta de su error.

_No hay porqué, mi amigo. Pero los soldados deben ser llamados y respetados por lo que son; nobles héroes y hermanos de la Patria_ Confederación soltó un largo suspiro, sus ojos perdidos en la otra orilla, algo oculta por la bruma que se distorsionaba y fluctuaba sobre la superficie del agua.

°Fuerte° (C.H. Argentina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora