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Fuertes y frías cadenas le aprisionaban contra las paredes de sólida piedra. Una mordaza cubría su boca. El frio asentado en la habitación le calaba hasta los huesos, a través de las finas y desastrosas ropas, la piel pegajosa mantenía unas prendas desgarradas adheridas a él como si fuesen una capa incómoda y rígida. Pero eso era lo de menos.

No recordaba bien cuánto tiempo llevaba encerrado allí abajo, todo pasa tan lento y a la par tan fugaz que su confusa interpretación del transcurrir de los minutos, las horas, los días, los meses... se ha vuelto tan difuso que ya no tiene sentido alguno preguntarse por la fecha. Tal vez lleva allí desde él día en el que arribó al puerto luego de esa desastrosa guerra, no había sido bien recibido, su fracaso (según lo habían llamado de esa forma tan incansablemente que la palabra se le grabó a fuego en la memoria dolida y fracturada) no había sido tomado de la mejor forma, había perdido, y eso, dados los planes de la junta de turno, era algo tan inaceptable que lo llevó de regreso a estar aprisionado, solo que en esta ocasión parece más un perro que un país en sí mismo. Un país desplazado, deshonrado y desangrado bajo el temor de su pueblo. Lo habían arrastrado en el momento en que bajo del barco, ni siquiera le habían dejado ver a sus hijos. Lo golpearon, lo insultaron, lo castigaron argumentando que era todo culpa de su enfermiza debilidad. Poco le importa ahora, más allá del entumecimiento de su cuerpo marcado por tanto tiempo de soportar el peso del sufrir de todos los que están a su cargo.

Observaba débilmente los barrotes de metal que lo separaban del mundo exterior, de la libertad, de su gente. Esperaba que el soldado de siempre entrará a dejarle su plato de pan viejo con agua del día. Esperaba, con expresión cansada, pero con furia y determinación en su corazón dolido, un torrente de emociones que se vierte en sus venas y mantiene a su corazón aún latiendo en su pecho. Siempre está allí, esperando.
Había trazado un plan en su mente. Le había dado vueltas por días, semanas, y decidió que aquel día seria. Qué aquel día se liberaría, y correría a salvar a su gente, o lo intentaría. En ese mundo, incluso morir en el intento le parece más digno que seguir allí abajo como un animal.

_Ya nos veremos, Dictadura_susurró, tan bajo que apenas se escucho a sí mismo.

Recordaba a aquel hombre. Eran casi idénticos en apariencia, salvó que él era más alto de los dos, y Dictadura tenía unos dientes afilados y ojos color ceniza, duros y llenos de una ira casi inhumana constante. Jamás se va a olvidar de sus cínicas sonrisas. Todas las dictaduras tienen esas sonrisas, todas tienen esos dientes afilados que las caracterizan, pero no son formadas de la misma manera, y su comportamiento también es condicionado por su propia estabilidad que se extiende a lo largo de su período. Son un producto de las equivocaciones, pero también de la propia oscuridad del mundo en sí mismo que gira y deja que todos vivan en la incertidumbre del destino; aunque suene algo trillado, son producto de una maldad extraña y retorcida, que no siempre es cruel, pero tampoco benevolente. Se arrepentía de haber cuidado de él cuando lo vió por primera vez incapaz de reconocer todas las señales de esa maldad creciendo en el mismo corazón de todo lo que tenía, de su hogar, de su propia vida; se arrepiente de haberse compadecido cuando lo encontró, de darle la oportunidad de dañar a su gente, a su pueblo, a su familia.

Le dolía el corazón cada día más. Se sentía desfallecer cada vez que personas eran secuestradas, torturadas y asesinadas en mayor o menor medida, cada vez que el miedo era infundado, y luego la rabia, una rabia interna y silenciosa que dejaba su mente flotando en un limbo ardiente. Sentía lo que ocurría afuera, y como sus esperanzas menguaban. A veces sentía que escuchaba los gritos de cientos y cientos de personas, llamándolo, pidiéndole a su patria que regrese para alejar aquel tormento. Se sentía una basura. Una criatura débil, un animal enjaulado.

A veces el soldado que le traía la comida se burlaba de el, y revelaba información más útil de lo que pensaba. Utilizaba el sufrimiento de las personas allá afuera para burlarse de su país y de su situación. Se sentía seguro tras los barrotes de metal que los separaban. Lo subestimaba.













°Fuerte° (C.H. Argentina)Where stories live. Discover now