Una velada romántica

2.2K 184 24
                                    

—¿Que dices, Peluche? Si me dan el trabajo ¿Te gustaría Budapest? ¿Te habituarás a vivir en un piso? No puedes escabullirte por las buenas, en una ciudad... Ni cazar. ¿Qué ibas a cazar de todas formas? ¿Ratas? ¿El gato de alguien?

Caminaban de regreso después de su reunión diaria con la cobertura y la civilización. Peluche frotó el hocico contra su mano, mendigando caricias. Julia le dio gusto y el animal resopló y le lamió los dedos. Luego saltó sobre un tocón grueso que coronaba la cuesta. Había mejorado de un modo asombroso en pocas semanas, apenas cojeaba y un pelo nuevo comenzaba a cubrir las cicatrices. Husmeó con la boca abierta y luego brincó de nuevo y desapareció entre las zarzas.

—Ahí que vas de nuevo. Tampoco deberías cazar aquí, mal bicho. Estamos en la zona de impacto de un parque natural.

Siguió andando hacia la casa. Los últimos días habían sido los más tranquilos desde que su vida se fue por el desagüe. Era un consuelo tener a alguien con quien hablar aunque no respondiera. Algo frío le rozó la cara y retiró una gota de humedad. La primera nevada. No eran buenas noticias, la carretera se quedaría atascada si cuajaba la nieve. Tenía conservas para sobrevivir un par de semanas, pero le inquietaba quedarse aislada. Y al llegar a casa y pulsar el interruptor, la lámpara no se encendió. Revisó las luces y los plomos antes de resignarse a que de nuevo se había caído la línea. Tuvo que hacer la cena en el hornillo de gas y a la luz de una vela; estaba separándola en dos platos cuando oyó rascar en la puerta.

—Pasa, mal bicho. Hoy tenemos velada romántica, ya ves.

Tenía el pelaje húmedo por la nieve, no había cazado nada y parecía casi avergonzado. Julia vio que el campo empezaba a blanquearse.

—Qué mala pata. No van a arreglar nada mientras siga nevando. Cena rápido y a la cama.

Sin electricidad, tampoco era posible encender los radiadores. Pese al pijama grueso y los calcetines, las sábanas estaban heladas. Julia tiritaba. Peluche la miró unos segundos con sus ojos penetrantes y luego se deslizó debajo de las mantas, a su lado.

—¿Tienes tú también frío o me quieres dar calor? Los nobles criaban antiguamente perritos para que les calentaran por la noche. ¿Quieres ser faldero?

Peluche era como una bolsa térmica muy peluda. Que diablos, cuando se acabase el apagón ya cambiaría las sábanas. Se durmió olisqueando el olor a monte y a pelaje.

Se despertó oliendo el mismo monte y una presencia masculina, punzante. Un brazo largo y fibroso la envolvía por la cintura. En la oscuridad, el brazo tiró de ella hacia un pecho firme. Labios invisibles rozaron su sien y descendieron por su mejilla.

«Es demasiado pronto», pensó asustada, rebosante de culpa. Demasiado pronto incluso para una fantasía. Una mano áspera le levantó la camiseta del pijama y ella no protestó. Una boca mordisqueó su garganta y su mandíbula. Tampoco protestó cuando sintió que le bajaban el pantalón y la ropa interior. Un cuerpo enorme la aplastó contra el colchón y sus piernas se separaron sin pensarlo para recibirlo. Estaba húmeda, más que preparada. La misma mano le separó con suavidad los pliegues, y lo tuvo dentro antes de que le diera tiempo a pensar. Gritó de sorpresa, luego él empezó a moverse y Julia sintió que le arrancaban una costra de miedo, pena, abandono... enroscó las piernas alrededor de las caderas que subían y bajaban, juntó su boca con la boca de él, diente con diente, labio con labio en la oscuridad.

Rey LoboWhere stories live. Discover now