El rostro del enemigo

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Julia corrió por instinto, esquivando troncos y zanjas. A sus espaldas estalló una confrontación de golpes, gruñidos y un sonido como el chirrido de un grillo. El chirrido aumentó hasta cubrir el resto de la batalla.

Dejó de oírse correr, dejó de oírse respirar. El chirrido crecía y crecía. No. Con un alarido de horror Julia comprendió que se acercaba. Una de aquellas criaturas la adelantó por un costado, giró como una bisagra y la interceptó. Julia se quedó paralizada como lo haría un corzo ante los faros del coche.

«Que no me toque. Por Dios, que no me toque»

Tres metros de cuerpo rojizo y quitinoso. Una cabeza triangular, con el vértice donde debería estar la mandíbula. Y sobre esa estructura se estiraba el pellejo de lo que había sido un rostro de mujer. La boca se desencajaba como la de una serpiente, para dar salida a cuatro palpos carnosos, y un racimo de ojos se desparramaba desde cada órbita. Avanzó hacia Julia desplegando dos pinzas alargadas, como las de una langosta.

«Que sea rápido. Que no duela al menos»

Con un movimiento rapidísimo una pinza le rodeó las piernas y le golpeó tras las rodillas, mientras la otra le palmeaba el pecho casi con desprecio. Julia se derrumbó boca arriba como un tronco cortado. La cosa se agazapó sobre ella. Aún le colgaban harapos que habían sido un pantalón de paño, una blusa de seda. Desencajó aún más el agujero de la boca y vomitó sobre las piernas de Julia una masa blanquecina.

Julia chilló de nuevo, ahora de dolor. Aquella masa quemaba. Comenzó a desprender una humareda química y a endurecerse. La criatura aferró a Julia con las pinzas y la hizo girar, vomitando más y más de aquella cosa, envolviendola con ella. Julia aulló e intentó reptar sobre el suelo, con las piernas inmovilizadas. Una de las pinzas se cerró sobre su mano, pinchando la piel con crestas duras como caparazones. Julia vio entre ellas restos atrofiado de unos dedos largos, con trazas de manicura. Enterró la cara entre el barro y las hojas, mientras la criatura le estiraba los brazos hacia la espalda.

«Ojalá se equivoque, me axfisie, me mate por error»

Las pinzas la soltaron y la criatura retrocedió de un salto, lanzando de nuevo aquel chirrido de insecto. Separó las patas y abrió las tenazas, justo en el momento en que un borrón de pelaje castaño se la llevaba por delante. Desde el suelo Julia vio pasar pasar de largo una docena más. Hombres lobo en forma de combate, menos corpulentos que los dos hermanos, de color pardo y rojizo.

Su salvador y otro lobo se enfrentaron a la criatura, el primero encarándola y el segundo danzando a un costado, intentando atacar desde atrás. Incluso entre dos no era fácil, la cosa era rápida y blindada, y capaz de doblar aquellas pinzas en ángulos imposibles. Cuando el primer atacante se acercó demasiado, escupió desde los palpos un líquido verdoso y corrosivo que hizo al lobo aullar de dolor. Con un rugido de rabia, se abalanzó, golpeó a un lado las tenazas y abrió en canal a la cosa de un zarpazo. Sangre negra y tripas amarillas escaparon por la abertura como el relleno de un muñeco.

La criatura retrocedió, trastabilló y ofreció un blanco al segundo lobo, que le descargó un golpe brutal contra la pierna. La quitina exterior y el hueso se partieron en un solo crujido; con la pierna colgando de un jirón de carne, la cosa cayó al suelo. Aún agitaba las pinzas y lanzaba aquel chirrido enloquecedor; como un tiburón, incluso destripada y derribada seguía intentando morder. Finalmente uno de los hombres lobo aferró una roca del tamaño de un balón y le aplastó la cabeza.

En el silencio ensordecedor que vino después Julia distinguió a lo lejos sonidos de pelea. ¿Estaban siendo derrotadas el resto de las criaturas? ¿Habían sobrevivido Rodrerich y su hermano?

—Gracias... gracias... Hay más de esas cosas... Otras cinco por lo menos.

Uno de ellos asintió y se agachó a su lado. Deslizó las garras bajo la masa seca que comprimía las piernas de Julia y la desgarró como si fuera un fieltro muy duro. Julia se la quitó con asco y pavor. Tenía el pantalón hecho trizas, sangre donde las pinzas le habían cortado y se le estaban formando ampollas en las piernas.

—Tranquila, cariño. No son profundas.

Julia giró la cabeza, incrédula. Una muy preocupada y muy desnuda Teresa se arrodillaba junto a ella. Estaba magullada, salpicada también de quemaduras. Y los brazos hasta el codo manchados de sangre negra.

Rey LoboWhere stories live. Discover now