Asuntos internos

998 94 20
                                    

—En la armería no hay fusiles de precisión. ¿Para qué los querríamos? No existen largas distancias cuando se asalta un nido.

El linaje que Rodrerich estaba interrogando, un hombre de pelo cano y constitución rotunda, no parecía impresionado. Julia lo admiró por ello. Sentado en el alto trono de piedra, con la túnica negra, el torque y su hermano al lado, el Rey Lobo tenía un aspecto sombrío. A sus pies los dos clanes se sentaban en un semicírculo irregular, atentos a los acontecimientos y a quién era llamado a declarar.

—Has examinado las balas. ¿Tampoco las sacaron de la armería?

—Aún menos. Están reconstruidas, las han abierto y sustituído la parte delantera del núcleo con plata. Punta de polímero... no atravesarían las placas de una guerrera, están preparadas para entrar en un cuerpo blando y abrirse dentro.

—Extraño que renunciase a emplearla para utilizar una pistola de balines, entonces... —meditó Rodrerich, con el mentón sobre las manos— ¿Por qué no desistir e intentarlo otro día?

—Bueno... con ese rifle hubiese podido matar a un cambiante de un disparo. Si yo hubiera estado en su pellejo...

Se calló de golpe. Rodrerich alzó la cabeza, irritado.

—Ruán, si alguien sabe como matar a un cambiante con un arma de fuego eres tú, por eso te he llamado. No nos hagas perder el tiempo danzando alrededor.

El hombre dio un paso atrás, sorprendido. Cruzó las manos tras la espalda y se puso en posición de firmes antes de seguir hablando.

—Si hubierais vuelto todos en coche, con ese fusil ya calibrado y esas balas hubiera podido acabar contigo del primer disparo. El problema es que después tendría que lidiar con Ilbreich sobreaviso, transformado y atacando. O lo tumbaba también al primer intento, o tu hermano lo despedazaría, el veneno de la plata no es instantáneo. Si yo estuviera en su pellejo, pensaría que darte cazarte a solas era una oportunidad única, incluso con un arma menos potente. Pero yo no habría olvidado que los pasos al santuario se pueden clausurar.

La sala estalló en una risa nerviosa que Rodrerich no compartió. Ceñudo, volvió a dejar la barbilla sobre las manos.

—¿Y el arma corta y los moldes de los balines?

Ruán tragó saliva.

—El arma era nuestra, de prácticas. Los moldes supongo que también. No es algo que tenga vigilado.

—¿Hay más pistolas que no se estén guardando en la armería?

—Alguna. El invierno es aburrido, la gente sale a tirar y a veces cuando vuelven yo ya me he acostado.

—Soluciona eso —ordenó Rodrerich tajante—. Estamos demasiado apretados y hay muchos niños. No quiero que haya pistolas perdidas en los armarios.

Ruán se inclinó como si le hubieran puesto una bisagra en la cintura y se retiró. Cuando pasó a su lado, Julia le vio gotas de sudor en la raíz del pelo.

—Tu Rey Lobo está dando un puñetazo en la mesa —le susurró Teresa en el oído—, asentando su autoridad.

—¿Eso te parece? Ruán era responsable del arma con la que le han herido, y no le ha culpado por ello.

—Le ha puesto su error delante y le ha ordenado arreglarlo en lugar de pedirle cuentas. Ha sido magnánimo —admitió Teresa—, eso es también una forma de recordar quién está al mando. Ha elegido un buen momento, antes de que el invierno vuelva a los cambiantes más propensos a pelear.

Antes de que Julia pudiera pedir explicaciones sobre la última frase, Jakob y el caricortado Johanes se adelantaron. Johanes sujetaba una caja de madera alargada que parecía pesada.

Rey LoboWhere stories live. Discover now