La batalla

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Amanecía mientras los clanes cruzaban el bosque de camino a las montañas, silenciosos y rápidos como sombras. Una niebla densa cubría el valle y Julia apenas distinguía a los lobos que marchaban alrededor. Enterró las manos heladas entre el pelaje de Rodrerich, deseando abrazarse a él para espantar el miedo. Se sentía demasiado despierta, teniendo en cuenta que no había pegado ojo la noche anterior, con la idea del combate próximo y la horrenda verdad que le había recordado el contenido de la cápsula. Los cambiantes no podían ser convertidos; pero los linajes sí.

«Diego debe estar peor» pensó, preocupada. Sabía que se encontraba cerca, cabalgando como ella sobre alguno de los lobos... ¿Estaría en condiciones de participar en el combate? ¿Lo estarían Teresa, Olaya? «¿Lo estoy yo?».

Sonó en la distancia un coro de ladridos, y bajo sus manos el pelo de Rodrerich se erizó. La marcha se hizo más rápida, un galope corto; los árboles raleaban ahora, sustituidos por una vegetación baja y afloramientos de roca desnuda; ascendían por una cuesta cada vez más empinada.

El olor del Enjambre le asaltó la nariz y, con un aullido largo, Rodrerich se lanzó a la carrera; Julia tuvo que apretar las piernas y aferrarse para no caer. El Rey Lobo salvó de un brinco el cuerpo despedazado de una guerrera y aceleró.

«¿Qué hace? Nos estamos adelantando»

De improviso la niebla se separó frente a ellos y vio las fuerzas unidas de los seis clanes trepando por la montaña, como una flecha disparada hacia el corazón del nido. Los lobos al galope se precipitaban hacia una grieta sombría entre las rocas. Por la ladera se salpicaban algunas escaramuzas, grupos de guerreras que intentaban plantar cara a la marea; Rodrerich cambió el rumbo y se precipitó a largos saltos a uno de los combates; dos guerreras en pie, una caída, un círculo de cambiantes acosándolas y un lobo herido con el abdomen abierto de parte a parte. Su sangre se extendía como un brocado sobre las rocas grises.

«Mierdamierdamierda». Julia se aferró con más fuerza, conteniendo el aliento; de alguna forma estaba saltando al suelo antes de que Rodrerich hubiera frenado del todo. Evitó por un pelo caer de bruces, extendió la mano hacia el lobo agonizante e intentó olvidarse del combate, el peligro, el miedo... el remolino que era la energía del cambiante estaba reducido a hilachas, se deshacía...

«No hay tiempo de ser sutil». Extrajo de un tirón la energía familiar de Rodrerich y la volcó sobre el moribundo. Las hilachas crecieron, el remolino se avivó, y Julia expandió sus sentidos: Estaba la presencia de Rodrerich, por supuesto; los remolinos inquietos del resto de cambiantes, algunos heridos, ninguno grave... y otras presencias diferentes, un cúmulo de glóbulos superpuestos, como bolas dentro de una red. «las guerreras», comprendió.

No se lo pensó, tiró sin miramientos de aquella energía extraña y la volcó en el herido tan rápido como se atrevió. El cúmulo se deshizo como pompas de jabón y bajo su mano el flanco del lobo se hinchó en una súbita inhalación.

—Lo tengo... está vivo.

Abrió los ojos, rodeada del maremágnun; alrededor de ellos los lobos subían en carga. La última guerrera caía bajo los cambiantes, con las pinzas arrancadas y el pecho destrozado, y la otra...

—La hasss hechhho arrrderr —Rodrerich, ya en forma de guerra, señaló con la zarpa una nube borrosa, sobre el pasto ralo que crecía aferrado a las grietas de la roca. Un soplo de aire lo movió y Julia se dio cuenta de que eran cenizas.

Caeréis para no alzaros jamás; y el fulgor no ha de recibir vuestros restos, recordó. Eso hacía el don prohibido, destruir a un enemigo hasta que no quedaba rastro de él. «No voy a pensar en esto ahora». Extendió un brazo y se colgó del hombro de Rodrerich.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora