Inofensivos

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El regreso de los dos Vargsón les interrumpió. Rodrerich jugueteaba con unas gafas negras de pasta y ahora vestía un jersey oscuro y pantalones de cuadros que no le sentaban nada bien.

—Julia, si tienes tiempo me gustaría visitar hoy el pueblo. Voy a tener que salir de viaje, y necesitamos solucionar algunas cosas primero. Lo estaba retrasando hasta que Ilbreich estuviera repuesto.

El corazón de ella dio un salto con la idea; tenía ganas de ver el cielo y conocer el exterior.

—¡Claro! ¿Que tengo que llevar?

—Ropa de abrigo —advirtió Rodrerich.

—Y un pintalabios para salir guapa en las fotos —comentó su hermano risueño. Rodrerich le lanzó una de las miradas que Julia empezaba a llamar para sus adentros "de rey" y se puso serio de inmediato.

—¿Fotos? ¿Qué estáis tramando y qué es lo que quieres "solucionar"?

Rodrerich volvió a girar las gafas entre los dedos.

—Vas a necesitar un seguimiento médico con el embarazo. Aquí tenemos una pequeña clínica, pero como te dije no hay doctor. Es necesario que te traten en el pueblo.

—No tengo pasaporte, me sacaste de mi casa a la carrera y al hombro.

—Tenemos un contacto en Oslo que lo solucionará en cuanto le enviemos esas fotografías. Entre tanto no se van a negar a tratarte, Rendalen en un lugar pequeño y nos conocen.

—Somos esa familia rara descendientes de nobles que se casan entre primos —aseguró Ilbreich. No pasamos desapercibidos.

—Seguro que no. Aunque no tengáis esa intención, los cambiantes siempre pareceis amenazadores.

Rodrerich sonrió al oír eso. Se sacó de debajo del jersey una sola punta de la camisa, se recogió de forma desigual las mangas y se puso las gafas. Se las recolocó con gesto nervioso e inclinó algo los hombros. De golpe Julia lo hubiera tomado por un profesor de instituto.

—Eso ha sido como ver a Superman disfrazarse de Clark Kent.

—Te dije una vez que podía parecer muy inofensivo. Llevo décadas haciéndolo, no somos malos vecinos. Ayudamos a despejar las carreteras en las tormentas, nunca buscamos pelea y si hay turistas groseros echamos una mano.

—Nobleza obliga. ¿Y tú? —el pequeño de los Vargsón no parecía interesado en variar su aspecto desaliñado, incluso llevaba la barba medio crecida

—Yo tengo las credenciales de inofensivo selladas. Noruega es un país liberal, pero siempre quedan prejuicios.

—Me he perdido algo.

—Que el marica del pueblo no se tiene que preocupar de que le tengan miedo. —Parpadeó al ver la cara de sorpresa de Julia y se volvió hacia su hermano—. ¿No se lo habías dicho?

—¿Por qué tenía que decírselo?

—Para que no se pusiera tan colorada cuando me ve sin pantalones, por ejemplo.

—Siendo honesta, dudo que hubiera diferencia —aclaró Julia—. Sigo sin entenderlo: mides dos metros, tus hombros casi no pasan por las puertas y te mueves como un depredador. ¿De verdad se olvida todo porque te gusten los hombres?

—Vaaale, a veces... —Movió la mano como un abanico y subió el tono una octava larga— exageeeero un poco, amorcito.

Julia se dobló en dos de risa.

—Normalmente no tanto —aclaró con tono normal—. Asómbrate lo que quieras, pero funciona. ¿vamos? Diego, venid vosotros también. Los niños agradecerán correr un poco y hay un par de parques. Hay sitio de sobra en el coche.

Sacudió las llaves y Julia gimió por dentro. No había olvidado el viaje de llegada.

—Gracias, príncipe. Están en clase, y lo que necesitan es recuperar las rutinas. El fin de semana quizás.

«Lo que quieres es mantenerlos a salvo» pensó Julia. Si las preferencias sexuales de Ilbreich no se habían comentado, su estilo de conducción desde luego que sí.

—Julia, llévate esto —dijo Diego, sacando una de las caracolas— Si vas a hacer papeles, necesitarás enterarte bien de lo que se dice.

Por un momento, Julia pensó que Rodrerich había fruncido el ceño; pero si lo hizo fue tan rápido que no podía estar segura de no haberlo imaginado.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora