Saber que sigues viva

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Demasiado preocupada por sus pensamientos y dudas, no había estado prestando atención alrededor. Un grupo de Mesas de piedra las había alcanzado y comenzaron a intercambiar con Teresa una mezcla complicada de cotilleos e impresiones políticas. Cansada, Julia estaba pensando en marcharse a su habitación cuando la voz de Rodrerich la pilló de improviso.

—¿Has tenido tiempo para decidir quién va a acompañarte, Teresa Coria?

No lo había visto acercarse. Tenía el ceño fruncido y él también parecía fatigado.

—¿Es inminente? —se extrañó Teresa—. Pensaba que no nos marcharíamos hasta que mi gente se hubiera asentado.

—La Matriarca se quedará al cargo de eso. He acordado que tendrá un asiento en el consejo, aunque no debería ser necesario que se reunieran hasta nuestra vuelta. Si por vuestra parte no hay impedimentos, nos iremos en tres días.

—No los hay, Brisa me acompañará.

—¿Alguien tan joven? —Rodrerich alzó las cejas sorprendido.

—Precisamente. Quiero llevármela entre lobos a los que todavía no muerda el invierno, mi gente ya está entrando en él.

—Comprendo.

—Pues yo de nuevo no —protestó Julia—. Para mí estáis hablando en clave.

—La temporada de celo —explicó Teresa con su franqueza habitual—. Estos chicos del hielo entran más tarde, pero durante un par de semanas los cambiantes de Mesas de Piedra vamos a estar insoportables... y Brisa es muy jovencita aún. Lo hemos hablado y prefiere alejarse.

—¿Os vais? ¿Los cuatro, también Ilbreich? —Un pánico irracional le aleteó en el pecho. Con ellos fuera, Diego sería la única persona que podía llamar amigo—. ¿A dónde?

—A Elverum, Troms y Oslo. En los dos primeros habitan clanes que han aceptado forjar una alianza contra el Enjambre. —Rodrerich cruzó las manos tras la espalda, incómodo—. Me gustaría que nos acompañaras. Con tanto en juego, querría contar con tu capacidad para desvelar a los cucos.

—No va a ser el más seguro de los viajes, Rey Lobo —protestó Teresa—. Y antes o después Julia debería recordar que está embarazada. Necesita descansar.

Pero Julia había sentido que volvía a respirar cuando Rodrerich hizo la oferta.

—Desde que llegamos he presenciado dos muertes, un tiroteo y un apuñalamiento. Tampoco es que Refugio de Hielo sirva como balneario de reposo. Y no estoy cansada, contad conmigo si puedo ayudar.

Una chispa centelleó en los ojos del Rey Lobo, que sonrió aliviado y se inclinó brevemente con una mano sobre el pecho.

—Excelente. Debo irme ahora, recuerda, tres días.

Teresa apenas esperó a que se alejara antes de bufar.

—¿"Tu capacidad para desvelar a los cucos"? ¿O quiere asegurarse de que no te quedas sola, en una cueva repleta de cambiantes salidos y linajes contagiados?

En otras circunstancias, Julia hubiera protestado por un comentario que no solo era injusto hacia Rodrerich, sino incluso despectivo hacia ella misma, sin embargo guardó silencio. Porque el alivio que había visto en la cara de Rodrerich podía deberse a los celos que Teresa le suponía, pero...

—¡Espera!

Corrió detrás de él, sin importarle dejar a su amiga con la palabra en la boca o si había caras que se volvían o no.

—Te acompaño... me quiero acostar ya , esta noche he dormido en una silla.

Cruzando los dedos para no encontrar a nadie en el largo túnel espiral que partía desde la gran sala, Julia acompasó los pasos a las largas zancadas de él. Cuando calculó que nadie les podía oír, lo retuvo del brazo sin contemplaciones y le hizo volverse.

—¿Por qué crees que corro peligro en Refugio de Hielo si tú no estás? No pongas esa cara de sorpresa, chucho embustero. A estas alturas empiezo ya a conocerte. Y no soy una niña a la que tengas que mantener en la ignorancia.

Él levantó la palma, intentando apaciguarla.

—No lo eres, y si tuviese la certeza, tienes mi palabra de que te lo hubiera dicho.

Ella se cruzó de brazos, tozuda. Si pensaba que se iba a conformar con seguridades vagas... Rodrerich suspiró y se rascó la cabeza.

—Lo de ayer... derramar a traición la sangre del clan es romper una norma moral muy profunda, Julia. Temo que alguien capaz de ello no respetase tampoco la vida de un heredero por nacer.

—Bård está muerto.

Rodrerich respondió con una mueca.

—Si. Pero ¿recuerdas lo que dijo Johanes, que no habían encontrado más huellas en el arma? Esa pistola era de prácticas, pasa de mano en mano. Debería haberlas tenido. Eso quiere decir que Bård la limpió antes de usarla para atacarme.

—¿Para qué hacerlo si realmente estaba sólo? —comprendió Julia.

—Quizás sólo la estuvo poniendo a punto. Quizás estoy siendo temeroso en exceso. —Roderich tomó una bocanada de aire, como si le faltara, y puso la mano sobre la suya—. Sólo sé que no puedo dejarte atrás con ese miedo. Necesito poder mirarte y saber que seguís vivos.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora