¿Qué edad tienes?

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En la abarrotada cervecería, Ilbreich se abrió camino con tres vasos entre los largos dedos. Varios parroquianos le saludaron al pasar; Julia ya había comprobado que en el pequeño pueblo no podían andar una calle completa sin cruzarse con un conocido.

—Cerveza de Navidad para mi —canturreó dejando una jarra de cerveza oscura—, y gløgg infantil para mi hermano el aburrido y su mujer que no puede tomar alcohol.

Al oír "su mujer", Julia no pudo evitar una mueca de desagrado. Eso habían dicho en el dispensario. Oficialmente y para el pequeño mundo de Rendalen era la novia de Rodrerich.

—Decir que somos pareja hará más simple los trámites —justificó él—. Y evita tener que dar explicaciones largas.

Eso no podía negarse, la mujer que llevaba la admisión del dispensario había dedicado más tiempo a felicitarlos que a pedir papeles. Incluso les había dado varios consejos para acelerar la copia del pasaporte "perdido" de Julia. Todo el mundo había sido muy amable, por eso se sentía culpable con tantas mentiras.

—Edvard y los demás estaban en la barra —informó Ilbreich—. Nos han retado a una de hachas. Hachas lanzables, Julia. ¿Has tirado alguna vez? En la parte de atrás tienen unas cuantas pistas.

—No me puedo creer que sea de verdad tradición —protestó Julia, dando un sorbo a su bebida. Sabía a frutas y especias y al menos estaba caliente. Lo agradeció, en el exterior la temperatura era de varios grados bajo cero.

—No lo es —explicó Rodrerich—, pero el invierno aquí se hace largo y se ha vuelto popular. ¿Te apetece verlo?

Interesada, Julia aceptó. El grupo de Edvard eran dos hombres corpulentos y una mujer casi igual de alta, todos con las marcas rojizas de trabajar en temperaturas bajo cero. Ilbreich le había explicado que gran parte de los habitantes de Rendalen se dedicaban al campo o la serrería; el camino desde Refugio de Hielo atravesaba un bosque espeso muy denso y dos lagos que comenzaban a helarse.

Se saludaron con grandes sonrisas pero sin tender la mano; Julia se dio cuenta de que los hombres lobo, incluso los de Refugio de Hielo, estaban siempre tocandose.

—¿Hablas noruego? —Le preguntó la mujer. Tenía una sonrisa ancha y unos bíceps como la pantorrilla de Julia.

Sorry, only english —La caracola traducía, pero no le permitía hablar—. I'm learning Norwegian, but can only understand it. (1)

—Y en todo caso aprenderá bokmål decente, no el rendøl que masticáis por aquí —afirmó Ilbreich. Hubo un abucheo desganado que hizo pensar a Julia que el chiste era viejo. Mientras el grupo caminaba hacia las pistas, intercambiando bromas crípticas, pensó que tenía de verdad que aprender algo del idioma.

—¡Lo he echado de menos! —con un hacha en cada mano y su efervescencia habitual, Ilbreich cargó hacia la diana y lanzó las dos a la vez. Se clavaron ambas con un chasquido y el grupo de universitarios que jugaba en la pista de al lado rebulló molesto.

«Esos no te conocen, Chiquitín». Rodrerich el skald era capaz de modificar su forma de moverse para ocultar la sensación de potencia que transmitían los cambiantes; su hermano ni siquiera lo estaba intentando. Cuando se dirigió a desclavar las hachas, los otros se apartaron de su camino y se esforzaron en no cruzar la mirada.

—Buen tiro —alabó Edvard, al parecer inmune—, pero la partida aún no ha empezado. ¿Va a jugar tu cuñada con vosotros?

—Ah, no —se apresuró a negar ella—. First time, no idea.

No hubo forma de negarse. Con la amabilidad que todo el mundo destilaba en ese pueblo, se empeñaron en darle consejos sobre cómo tirar. Aquello la distrajo lo bastante para no fijarse en el grupo de universitarios hasta que Ilbreich se retrasó en su turno y hubo que llamarlo: estaba hablando con ellos y al apartarse, como por arte de magia, el lenguaje corporal de todos había cambiado. Ya no le temían.

«¿Cómo lo hace?» se preguntó. Los chicos habían terminado su propio juego, casi tan torpe como el de Julia, y se acercaron a mirar.

—¿Eres española tú, dice hermano marido? —le preguntó en un mal castellano uno de los estudiantes— ¿Importa yo practico lenguaje?

Aunque era inquietante lo rápido que había pasado de ser pareja a ser esposa, el chico parecía amable y Julia aceptó, encantada de poder hablar con un noruego ajeno al extraño mundo del pueblo lobo. Se enteró de que el grupo había venido desde la capital a celebrar un cumpleaños; fuera de temporada Rendalen era barato.

—Otro infantil para ti —ofreció Ilbreich, interrumpiéndoles. Traía varios vasos humeantes— Y doble de aquavit para nosotros —entregó uno al muchacho y cuando ambos bebieron mirándose a los ojos, a Julia le faltó poco para atragantarse. En menos de media hora, Ilbreich se las había arreglado para mostrar su credencial de inofensivo y ligar al mismo tiempo.

«Sois un par de liantes, tú y tu hermano»

—¿No era Rodrerich el Don Juan de la familia? —le afeó en un susurro en cuanto tuvo oportunidad.

—Y yo soy la Mesalina —aseguró sin atisbo de vergüenza. Se sacó del bolsillo las llaves del coche y las agitó en el aire— ¿Puedes conducir tú de vuelta? Voy a quedarme, y mi hermano no tiene el permiso.

Eso explicaba que dejase a Ruedas Locas llevar el coche. Antes de poder decir que no le importaba, Rodrerich se acercó y meneó la cabeza.

—Guárdalas, Julia y yo volveremos en taxi —Señaló al grupo de estudiantes que jaleaban entre risas a los tiradores—. Han alquilado una de las cabinas junto al lago, es mucho camino para andarlo de noche y borrachos. Llévalos a todos y así te aseguras de que ninguno se queda dormido en la nieve.

—Los dejaré arropados y a salvo, papá —prometió Ilbreich con más cariño que retintín.

—No os lleváis tantos años, ¿no? —preguntó Julia. Rodrerich aparentaba estar en la mitad de la treintena, su hermano unos veintipocos. De repente encajó lo que Diego le había dicho aquella tarde—. Espera... Vuestro padre murió esta primavera y tenía noventa y cinco ¿Qué edad tenéis en realidad?

Olaya no aparentaba sus años ¿Envejecían los cambiantes de forma diferente?

—Yo tengo veintitrés, cuando me concibieron mi padre tenía ya setenta y cuatro —aclaró Ilbreich—. Y Rodrerich también nació cuando él ya era anciano. Sus hijos mayores murieron e intentó una nueva ronda.

—No es este el lugar para hablar de la familia —interrumpió Rodrerich con suavidad—. Demasiados oídos.

El príncipe retiró la vista unos segundos y vació de un sorbo el vaso de gløgg. Cuando se volvió, tenía una sonrisa forzada, muy lejos del burbujeante humor que Julia le conocía.

—En todo caso puedes quedarte tranquila, a mi hermano todavía le quedan años de ser un madurito interesante. 

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(1) Lo siento, solo inglés. Estoy aprendiendo noruego, pero solo puedo entenderlo.

(2) Es la primera vez, no tengo ni idea

Rey LoboWhere stories live. Discover now