No te subas a mi cama

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—Tú duermes aquí a partir de ahora.

Julia le señaló el dormitorio con la gran cama de matrimonio. Había sido de sus abuelos y luego de sus padres; Noel y ella también lo habían usado un par de veces. Por eso había preferido mantener el cuarto cerrado y usar su habitación de niña.

Rodrerich cruzó los brazos sobre el pecho y negó con la cabeza.

—Bueno, no vas a dormir conmigo. Eso se terminó.

Él se quitó los calcetines y el jersey. No se molestó en bajarse los pantalones, cambió a forma animal y saltó de ellos. Tensó las patas y, como un jugador de fútbol driblando a un rival, la esquivó de un brinco y corrió hacia la habitación de Julia

—Qué te crees que estás...

Lo persiguió hasta el dormitorio. Él describió un par de círculos y se tumbó, con aspecto muy formal, sobre la alfombra.

—Ni hablar. No eres un perro, no finjas.

Rodrerich se tumbó sobre el lomo y movió las patas en el aire. A Julia se le escapó la risa. No había hecho eso ni siquiera los primeros días.

—Ahora le estás echando cara.

Se dejó caer a su lado y le rascó la barriga con ambas manos.

—Ya me advirtió tu hermano de que eras un Don Juan. De acuerdo, duerme donde te de la gana. Pero no te metas en mi cama ¿Vale? ¿Me entiendes? No me fio de ti. Y no me fío de mí.

Por qué se sentía tan atraída por un hombre que no aguantaba vestido, apenas era capaz de hablar y para seducirla enseñaba la patita, era para ella un misterio.

—Llevo demasiado tiempo sola.

Pero no era solo eso. Incluso en su estado actual, Rodrerich tenía intensidad. Por cómo hablaba de él su hermano, sin duda sabía inspirar afecto. Y por mucho que hiciera el payaso, aquel cuerpo tajeado de cicatrices remitía a un pasado de violencia y peligro.

—Nunca me gustaron los tipos duros, Peluche. Debo haber dado un giro autodestructivo.

Rodrerich le atrapó una mano con las patas de delante y frotó el hocico contra ella, como acariciándose a sí mismo.

—Pues si se trata de eso, igual no he elegido bien.

Le dejó finalmente ocupar la alfombra; él parecía muy cómodo, y a Julia le tranquilizaba oírle respirar a su lado. Durmió sin sobresaltos y por la mañana la casa olía a infusión y a humo de leña. Se encontró a Rodrerich haciendo unos huevos en la chimenea del salón. Un pocillo con hierbas flotando se mantenía tibio a un lado del fuego y él canturreaba una melodía, atascándose y retomando la letra.

—Dios. Eres de esos que se despiertan de buen humor —bostezó mientras se dejaba caer en el sofá—. ¿Cómo has conseguido que tire la chimenea? Casi me asfixié tres veces antes de darla por perdida.

Rodrerich repartió los huevos en dos platos. Se había puesto un mono azul de trabajo que Julia recordaba haber visto tirado en la leñera. La pernera le llegaba a media pantorrilla y se había atado la parte superior a la cintura, con el torso al aire. El pelo le olía a champú y se le ondulaba húmedo sobre los hombros.

—Se acabó, hoy bajo al pueblo y te compro ropa. Estás demasiado ridículo hasta para un calendario de playgirl.

El té olía a romero fresco, Julia le dio un sorbo desconfiado y luego sonrió. Estaba sorprendentemente bueno.

—Esto lo has recogido en el monte. Con lo que recuerdas las hierbas que son útiles. Que no hayas querido usar la cocina eléctrica concuerda con lo que me dijo tu hermano de que no eras "muy técnico", pero esos huevos estaban en la nevera... y también recuerdas cómo encender un fuego. Más de lo que yo he aprendido.

Estiró los pies hacia la lumbre, agradecida. La instalación eléctrica de la casa era precaria, y no permitía subir mucho los radiadores. Descubrió maravillada que sentía cómoda y tranquila, el olor del té y la chimenea eran como un tónico. Por primera vez en meses comió con apetito.

—Caperucita y la abuela se equivocaron, deberían haber dejado pasar al lobo y que preparase la cena.

Encendió el móvil, arrancó una aplicación para traducir e intentó hacerse entender. Pueblo: mennesker. Coche. Bill. El asintió y comenzó a ponerse el jersey. Julia imaginó los comentarios que habría en el pueblo si entraba con ese extranjero harapiento y descalzo.

—No, mejor me esperas aquí. Ikke. Du. Forvente (1). ¿Te has enterado de algo?

Rodrerich apretó los labios, así que el mensaje había llegado. Volvió a cruzar los brazos sobre el pecho con expresión testaruda. Ella le señaló los pies desnudos y consiguió que asintiera de mala gana. Después, con su sonrisa ladeada, curvó las manos y lanzó un aullido corto.

—Tampoco de esa forma eres discreto. Y seguro que en el pueblo hay gente que sabe reconocer a un lobo mejor que yo.

Hizo ademán de llevarse una escopeta imaginaria a la cara y disparar. Él resopló pero terminó inclinándose en aceptación. Tomó una mano de ella entre las suyas, apretándola contra su pecho.

—Claro que tendré cuidado. Gracias por preocuparte.

Siguiendo un impulso, se estiró y lo besó en la mejilla. La notó áspera bajo los labios, tenía una sombra de barba como si llevara un par de días sin afeitarse.

—Ropa y una maquinilla. Aunque igual es que te gusta llevar barba de tres días y aparentar ser un chungo.

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(1) No. Tu. Esperar.

Rey LoboWhere stories live. Discover now