Aguamusgo

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Dos linajes les recibieron por fin en el acceso a Aguamusgo. Sin demasiada ceremonia, les condujeron a través de un sótano de mampostería y una escalera angosta. De allí salieron a un edificio decorado como una granja de cuento y al exterior. Desde la puerta se extendía una pradera verde, jaspeada de nieve, que se alargaba por ambas riberas de un río caudaloso y ribeteado de hielo. La hierba terminaba en una zona boscosa, con hermosas casas guarecidas entre los árboles, y sobre una escarpadura de piedra se posaba un pequeño helicóptero como una libélula de plata. Aguamusgo no resultaba tan imponente como Refugio de Hielo, pero sin duda el clan poseía más dinero.

—Esta zona está mucho más habitada que Rendalen, así que no es aconsejable cambiar en el exterior —advirtió Rodrerich—. Puede haber vecinos de visita, y por el día a menudo tienen contratados trabajadores.

—Por nosotras no te preocupes, Rey Lobo. —Teresa observaba alrededor con curiosidad—. En el pueblo también estábamos mezclados con vecinos que no eran de los clanes. Estamos acostumbradas.

La ruta terminó en una mansión soberbia, de afilados tejados, torrecillas y galerías de madera que debía haber costado un bosque entero construir, y un recibidor con una imponente escalera. Un hombre de pelo entrecano les estaba aguardando; se acercó con la gracia depredadora de los cambiantes y él y Rodrerich se tomaron por los brazos para saludarse.

—Él es Holger, Bailiff de Aguamusgo —presentó Rodrerich con formalidad—. Ella es Teresa, heredera del clan Coria. Brisa es su escolta. Y ella es Julia.

Su voz se entibió al decir su nombre, y Holger asintió con una sonrisa sorprendida.

«Eso no ha sido involuntario, señor skald» supuso ella indignada. Aunque por otro lado, ¿qué motivo podría explicar si no su presencia en esa visita oficial?

—Bienvenidos todos, he convocado al clan esta noche. Hasta entonces, ¿queréis refrescaros? Y Julia al menos agradecerá descansar.

—Primero debemos darte noticias —dijo Rodrerich—. Hemos encontrado algo extraño en la malla, demasiado cerca de vuestro hogar.

Mostró a Holger el extraño cuerno negro, y explicó en pocas palabras cómo lo habían obtenido.

—Mi gente no ha visto nada parecido o yo lo sabría —afirmó el Bailiff con el ceño fruncido—. Más les vale. Pero hablaré con los exploradores. Los últimos meses ha habido muchos movimientos en la malla, y sin embargo ninguna intrusión.

—¿Seguro? —Ilbreich alzó una ceja, incrédulo—. El nido con el que lidiamos hace dos meses estaba bien oculto...

—Y cuando me llegó vuestro aviso, ordené que mis exploradores buscaran también en el fulgor. Todo está limpio, los nidos de Oslo esquivan esta zona o pasan de largo. Puede que lo que habéis encontrado ayude a explicarlo. Veremos.

Después de la breve entrevista, les condujeron por una escalera lateral a una de las torrecillas, ocupada por unas habitaciones recargadas de muebles antiguos, tan lujosas que Julia se sintió tímida. Esquivó su reflejo, que un gran espejo veneciano devolvía con aspecto desaliñado, ropa mal ajustada y prestada.

—Dos suites completas: Baño, alcoba y antecámara para Ilbreich y Brisa —observó Teresa. Ella no parecía impresionada, pese a que su aspecto era tan desastrado o más—. Las camas son dobles, así que me pido a Julia para dormir. ¿Te apetece, cariño? Será como cuando éramos crías y te quedabas después de la verbena.

Julia la bendijo en silencio y huyó detrás; no necesitaba mirar a Rodrerich para saber que el arreglo de camas lo contrariaba. Efectivamente había un dormitorio para la escolta, con un gran lecho que era necesario rodear antes de acceder al cuarto principal. Las ventanas se abrían a una caída lisa de tres plantas.

—No hagas mucho caso a las medidas de seguridad —la tranquilizó su amiga—. Estas habitaciones están preparadas para recibir delegaciones de todo tipo, incluidas de aquellos clanes con los que se tienen deudas de sangre... que uno de los suyos se puede querer cobrar, piense lo que piense el cabeza de clan.

La cambiante se dejó caer en la enorme cama, que la recibió como una nube hospitalaria.

—¿Vamos a tener que vestirnos de gala o algo, para la cena? —se preocupó Julia—. No tengo nada elegante, ni he visitado una peluquería en... más de seis meses.

—Habrá ropa en esos armarios, es de cortesía procurarla a tus invitados cambiantes. Y dile a ese Romeo que te lleve a ponerte guapa, cuando volvamos. Dedícate algo de tiempo a tí para variar.

—Nuestra última cita acabó con balas de plata. —Teresa no se había equivocado, en un armario encontró una amplia colección de aquella mezcla de túnica, bata y traje de húsar que había visto utilizar a Rodrerich. En otro encontró ropa más corriente, pantalones y gruesos jerseys de lana. —Y la vez anterior, nos atacaron los espías del Enjambre. Me pregunto si podremos hablar alguna vez sin tiros ni muertos.

—Pero en resumen y entre nosotras: ¿te gusta o no?

Julia apoyó la frente en el armario. No sabía si estaba preparada para esa charla.

—Mucho —confesó.

—¿Entonces? ¿Piensas que debes a los muertos ser infeliz más tiempo? ¿O me he pasado de lista cuando propuse que durmieras conmigo? Si quieres cabalgarlo esta noche boca arriba...

—No seas... —calló por los pelos "animal"—. Burra. Rodrerich no quiere una aventura, busca una pareja. Y yo... —Señaló a su alrededor, intentando abarcar todo lo que le rodeaba, visible e invisible—. Yo no pertenezco a esto. No puedo comprometerme si no sé si voy a quedarme.

Una risa incrédula fue la respuesta de Teresa.

—Cariño, estás hablando como si tuvieras alguna elección. No, escúchame: emparejarte con su alteza o no, eres libre para eso, pero ¿volver a donde estabas? No está en tu mano dejar de ser una artesana del fulgor. No puedes olvidar lo que has aprendido.

—Si tú no te hubieras convertido en la heredera de Mesas de Piedra te habrías marchado, ¿no?

—Me hubiera gustado experimentar cómo viven los que no tienen la sangre del lobo. Un tiempo. Y sobre todo, me hubiera ido a otro clan donde no tuviera que cumplir con las expectativas de ser la nieta de Olaya Coria.

Se puso en pie con la brusca energía de los cambiantes y tomó una de las túnicas del armario. Con la mano libre se atusó varias veces el pelo encrespado, en un gesto nervioso.

—Y no niego que te he envidiado durante años. Que a menudo fantaseaba cómo sería vivir sin las obligaciones de mi estirpe. Pero ni yo dejaré de ser la heredera de Coria, ni tú serás de nuevo una mujer humana con preocupaciones humanas. Este es tu mundo ahora.

»Así que ¿mi consejo? Toma de él todo lo que puedas. Nuestro tiempo puede ser breve.

Desapareció por la puerta del baño; a los pocos segundos se oyó el agua correr en la ducha y un gemido de felicidad. Julia se recostó en la cama con un suspiro y cerró los ojos. Sintió unas uñas arañar con suavidad el suelo de madera y después una pata suave tocó su pierna con cortesía.

—Sube si quieres, Brisa —invitó con un suspiro. La loba flaca saltó sobre el colchón y se tumbó a su lado, con el hocico tocando la mejilla de Julia.

—Supongo que lo has oído... —acarició pensatíva la mandíbula de la loba.

Unos minutos más tarde, Brisa cambió a su forma adolescente, aún con el rostro pegado al suyo. Tenía una forma de guardar silencio y ofrecer compañía con una dulce sencillez que Julia encontraba sedante. Por último tomó aliento, decidida, y se incorporó.

—Si estás libre, vamos a practicar un rato mi don ¿quieres? Hasta que el maldito obedezca de una vez.

Rey LoboWhere stories live. Discover now