Atando cabos

784 78 2
                                    


Se despertó cómoda y relajada, entre las patas poderosas del lobo. Rodrerich aún dormía, con el hocico enterrado entre su melena, y ella se sentía en paz por primera vez en mucho, mucho tiempo.

«Qué camino tan largo y cuántas vueltas» meditó. Y las que vendrían; el futuro seguía siendo incierto y quedaba mucha tarea por delante. Pero al menos sentía que en los últimos días parte de los nudos de su vida se estaban desenlazando. Antes de que se pudiera sentir demasiado complacida de sí misma, los ojos grises del lobo se abrieron y Rodrerich le plantó un lametón.

—¡Baboso! —chilló. Lo asesinó con la mirada mientras se secaba la cara con la sábana. El rey cambió a su forma humana riendo a carcajadas.

—Anoche no te molestaba.

—Anoche no estabas en forma de perro —protestó, acurrucándose otra vez contra él.

—Vuelve a llamarme perro y te ganas otro lametón —amenazó—. Y adoro hacerte de almohada, pero tengo que levantarme. Necesito hablar con los miembros del consejo. En tres días nos iremos al valle Coria, y necesito cerrar algunos asuntos antes. Entre ellos conseguir su acuerdo en firme para que te puedas quedar.

—Si no hay trato, quizás Aili pueda darme asilo —sugirió—. Las gentes de los Colmillos también irán al valle.

—No. —Rodrerich rodó fuera de la cama—. Te necesito como mi Reina Loba; mis manos y mis ojos. Y no quiero una solución temporal. No te preocupes; Jakob y Astrid están fuera de juego, ya no son una preocupación. Creo que puedo componer las cosas con la mayoría del consejo; por mítico que haya sido el don prohibido en el pasado dudo que le tengan más miedo que al Enjambre.

—¿Te acompaño?

—No de momento. Ahora quiero reunirme por separado con ellos, ver qué opinan y... negociar.

«Me he juntado con un político, vivir para ver»

Bostezando, lo observó caminar con aquel paso elástico que comenzaba a encontrar atractivo, y abrir el armario. De improviso puso cara de sorpresa, sacó el abrigo de ella, lo extendió en el suelo y cambió de nuevo a forma de lobo. Comenzó a olisquear de arriba abajo, cabeceando nervioso.

—Oye, eso podría ser fetichismo ¿sabes? ¿Qué estás buscando?

Rodrerich volvió a su forma humana, sepultó la cabeza entre las manos y se rió con una risa nerviosa y entrecortada que Julia encontró alarmante.

—Mi hermano va a hacerme trozos finos —se lamentó—. Perdoname, pero al abrir la puerta... tu abrigo apesta.

—¿Sí? No he notado nada. ¿Y por qué se va a enfadar por eso Ilbreich?

—Porque huele... supongo que a su padrastro. Habrás atendido adictos, en urgencias. —Julia notó que se estremecía—. Ese olor, cuando el efecto de la droga termina y empiezan a sudar.

—No sueñes que con el olor a desinfectante y las mascarillas, estemos para notar eso. Espera, ¿te tocó atender a tu hermano durante un cuadro de abstinencia?

—Una vez, si. Al poco de llegar a Rendalen. —Se frotó los brazos, inquieto—. La droga cambia mucho el olor del cuerpo.

—Es normal, alteran la química. Seguramente la cazadora de Ilbreich también... oh, mierda.

Miró la cara culpable de Rodrerich y sumó dos y dos.

—No me digas que todos estos años, cada vez que tu hermano volvía con ese olor encima pensabas que había estado poniéndose.

Rey LoboWhere stories live. Discover now