Volver a Rendalen

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—El tatuaje de la cortada era invisible, Julia —se defendió Ilbreich—. Y normalmente en un brazo, donde se pudiera mostrar con discreción para identificarse ante otro miembro. Mi madre tuvo que tatuarse eso junto a todos los demás después de abandonar a su familia. Claro que estaba indignada con mi padre, y con todos los cambiantes, y el clan mismo...

—¿Rodrerich sabe esto? —preguntó ella, con más dureza de lo que pretendía.

—¿Crees que se lo ocultaría? —bufó el príncipe—. Lo sabe desde el mísmo día que aprendí lo que era la Cortada. Julia, se que te preocupas por mi hermano, pero hace cuatro meses eras una extraña. Yo llevo cinco años intentando mantenerlo vivo.

Julia se tragó una réplica mordaz sobre su mal desempeño. No tenía sentido escalar una pelea.

—Pensé que querías proteger a tu madre, Ilbreich, es humano. A mí no me contaste nada cuando me estuvimos hablando del tatuaje de Bård.

«Cuando pretendías que espiase para tí» pensó indignada.

—Ella lleva casi veinte años muerta, al que tengo que proteger es a Rodrerich. En lo demás... —suspiró y extendió la mano hacia arriba, en un gesto de disculpa—. Mi madre es un tema que prefiero no sacar en Rendalen. Lo normal es que acabe con ganas de partirle la boca a alguien.

—En lo que vale y por mí, tu madre tiene todos mis respetos —puntualizó Julia—. Abandonar un matrimonio que no la hacía feliz debería haber sido su derecho. Con lo joven que era, y criada en un ambiente tan reclusivo, lo mínimo es concederla que tuvo mucho valor.

Ilberich se relajó con una sonrisa agradecida.

—Por lo que mi padrastro me ha contado, tenía un carácter endiablado... y ese signo entre nosotros es como tatuarse una cruz del revés.

—¿Rodrerich no piensa entonces que la Cortada siguiese activa cuando ella se marchó? Me has contado que uno de sus cometidos era ayudar a huír a los linajes en problemas.

—A otros clanes —silabeó Ilbreich, escandalizado—. No para vivir completamente sola. Yo he crecido sin familia, Julia, sé lo que es. Aún me sorprende que ella lo aguantara durante seis años. Precisamente por eso no creo...

—¿Y después de lo que contó Jakob?

El príncipe bajó la mirada y meneó la cabeza, en silencio.

—¿No te queda familia en Refugio de Hielo a quien puedas preguntar? —insistió ella—. ¿Tíos, primos?

—¿Quieres que enseñe esa fotografía entre los linajes y les pregunte si alguno la ayudó a fugarse y pertenece a la Cortada?

—Por lo que estoy viendo —se impacientó Julia—, estáis tan poco acostumbrados a una pregunta directa que igual funciona.

Ilbreich soltó una carcajada y no intentó desmentirla.

—De acuerdo, preguntaré a la familia cercana al menos. A ver que puedo tantear sin levantar demasiada polvareda —apartó la fotografía de su madre y la guardó en la cartera con un gesto casi tierno—. Se la pediré a padre... a mi padrastro. De cualquier forma quiero hacer una copia, tengo muy pocos recuerdos suyos.

El padrastro de Ilbreich seguía dormido, así que encargaron comida rápida para cenar; Julia estaba de nuevo famélica.

—¿Y si tu hermano vuelve al piso y no estamos? —preguntó, algo preocupada mientras engullía el cuarto rollito de primavera—. No tiene llaves, y puede que ni ropa.

—Que nos espere en la escalera poniendo cara de perrito bueno, igual algún vecino le saca un hueso —declaró Ilbreich con malicia—. Él se lo ha buscado, llevo años diciendo que instalemos cerraduras de código aquí y en Rendalen.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora