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El ruido de las ruedas de su maleta es perfectamente diferenciable para él entre todos los ruidos del gran aeropuerto. También lo es la vibración en el bolsillo de su pantalón, proveniente de su teléfono. Seguramente sea su madre, preocupada por si ha llegado bien a Corea. La mujer se ha quedado en Malasia, y su conciencia no está tranquila sabiendo que ha dejado que su único hijo se marche solo. Jisung decide que lo mejor será llamarla cuando esté en el taxi camino a su antigua casa.

La llamada, que comienza nada más coge el taxi, dura más de lo que esperaba. Al final acaba colgando porque subir las escaleras de entrada a su barrio con una maleta y al teléfono es una misión difícil. Todo está como lo recordaba. La única farola de su calle sigue en pie, sin nueva compañía. La fachada de su casa sigue estando igual de descuidada, igual que las vecinas, cuando se planta con decisión ante ella, justo en el sitio en el que Minho solía consolarlo cuando eran pequeños. La acera sigue llena de basura y la calle sigue necesitando un buen asfaltado. El ambiente es algo frío, lo normal en un mes de octubre. Una ligera brisa mueve la basura de manera casi imperceptible y hace que el chico tenga que encogerse dentro de su sudadera rezando porque la cerradura no se haya oxidado.

Puede parecer muy poco, pero para el veinteañero que regresa a su hogar es un mundo entero.

Su casa sigue siendo igual de pequeña. Una cocina salón, que hace a la vez de comedor, lo espera cuando abre la puerta de madera corroída. La mesa no tiene mantel y el sofá esta cubierto por un plástico. El polvo se acumula allá donde mire. Más allá, la puerta de su cuarto, que se mantiene todavía cerrada. Al lado de esta, el cuarto que compartían sus padres, dónde no piensa entrar, así que la puerta se quedará cerrada y el polvo seguirá acumulándose. La puerta de un diminuto baño se esconde tras una capa de mugre. Todo tal y como lo recordaba. Su tarea de hoy será deshacer la maleta y limpiar.

Mientras se instala, llevándose la desagradable sorpresa de que aún no han conectado el agua, se descubre pensando que el silencio es aterrador. Ni siquiera se oyen ruidos en la calle. Es extraño no oír derrapar a una bicicleta de vez en cuando, ni oír pasar a niños revolviéndose contra sus madres que los llevan de vuelta a casa. Tarda un rato en darse cuenta de que es la hora de comer, y que todos esos ruidos cotidianos solían apagarse a esa hora. Su estómago no lo pide, pero calienta unos fideos instantáneos y se los come en el silencio del lugar, pensando en las advertencias de su progenitora de que debe cuidarse y observando todo lo que le queda aún por hacer.

La cocina salón tarda una hora y media en estar perfecta. Su habitación, otra hora. El baño solo le lleva quince minutos. Cuando acaba se tira exhausto en su cama, mirando al techo y pensando en qué debe hacer ahora. Se gira un poco, buscando su móvil para mandarle una foto a su madre de su trabajo, y se encuentra con algo que había pasado por alto. Una fotografía polvorienta descansa sobre la mesilla de noche. La agarra con dedos temblorosos y limpia un poco la capa de suciedad para apreciar bien la imagen. Nueve adolescentes sonrientes le devuelven la mirada desde el momento congelado. La instantánea fue tomada en la fuente del final de su calle, un día en el que todos se querían. Sonrisas plasmadas para siempre en papel que provocan una pequeña lágrima de nostalgia en el dueño de la casa.

Está decidido, su siguiente tarea será ir a la guarida. Puede que ninguno esté allí, pero los recuerdos seguirán viviendo en el pequeño almacén. No tiene miedo a no poder entrar, Chan prometió que, pasase lo que pasase, la llave de emergencia seguiría siempre debajo de la maceta de la esquina antes de llegar al lugar.

Sus recuerdos no están equivocados. Encuentra la llave debajo del tiesto, con una sonrisa triunfal en el rostro, dándole las gracias al mayor por nunca romper sus promesas. Se para ante la puerta blanca con desconchones escondida entre varias más. Respira de manera profunda mientras mete la llave en la cerradura, y la gira de manera brusca. Una sensación de opresión se instala en su pecho cuando la penumbra lo recibe. Enciende la luz con parsimonia, y se queda unos segundos en el umbral de la puerta observando el lugar. Los sofás llenos de agujeros siguen en la misma posición de siempre, con la mesa coja en el centro ante ellos. Casi se puede ver a si mismo, en una versión más joven, rodeado de ocho chicos más, en medio de una partida de cartas. No hay rastro de los habituales dibujos de Seungmin en las paredes, ni de la ropa que solían dejar todos allí tirada para cambiarse antes de volver a casa si ese día sus juegos eran demasiado sucios. Todo parece demasiado vacío. Camina a paso lento, recorriendo el lugar y recreándose en cada pequeño detalle que evoque un recuerdo. Una sonrisa involuntaria se instala en sus labios.

~The Perfect Moment~ MinsungWhere stories live. Discover now