Capítulo 4 - Segunda Parte

104 18 18
                                    

—Es inmensa esa cosa... puede ser como de el doble de mi altura, pero no delgada como yo, sino con un ancho como de cuatro veces el largo de mis brazos. La quise mover para desprender la red y solo pude hacerlo muy poco, por lo que pienso que tiene alguna parte hundida profundamente en el fango.

—Pero, ¿qué es, Satori?

—Que no lo sé, Keisuke; nunca había visto nada igual.

Presa de una gran emoción, Satori tomó a Keisuke de una mano y comenzó a halarlo hacia el poblado.

—Ven, Keisuke. Llamemos a los hombres del pueblo para ver si podemos sacar esa cosa de la laguna. Les diremos que traigan cuerdas y si es posible, algún caballo o buey o algo así que pueda ayudar. Supongo que se necesitará mucha fuerza.

—¿Estás seguro, Satori? ¿No será peligroso? Si no sabemos lo que esa cosa es, ¿no crees que de pronto soltaremos algún malvado demonio que haga más estragos en nuestro pueblo? —preguntó Keisuke.

—Tienes mucha imaginación, chiquillo. De seguro te contaron muchas historias de esas que cuentan las abuelas para espantar a los niños... bueno... de eso, en tu caso, no puede haber pasado mucho tiempo —dijo Satori sonriéndole.

—Ya no soy un niño, Satori. Tengo quince años y no me creo los cuentos de viejas que tú dices... eso es para niños pequeños.

—Está bien, Keisuke, ya eres un hombre... como tú digas. Pero no discutas conmigo y llamemos a la gente.

Mientras casi corrían hacia el poblado, Keisuke, que había quedado un poco incómodo con eso de las edades, le preguntó:

—Si tú crees que todavía soy un niño, debo decirte que no veo mucha diferencia entre tú y yo.

—No dije que ahora, en este momento, fueras un niño, Keisuke. Solo dije que lo eras hace poco tiempo.

—Pero lo dices como jactándote de que tú eres ya un hombre maduro, y no lo creo. ¿Cuántos años tienes?

—No importan tanto los años, Keisuke, como lo que se hace con ellos.

—Pero sigues evitando decirme cuántos.

—Está bien... diecisiete.

—¿Ves, ves? Ya me lo imaginaba yo.

—¿Y qué? ¿Ahora que sabes mi edad me vas a faltar el respeto?

—¿Eh? No, no, jamás... eso solo... me... ubica... sí, eso; me ubica mejor.

—¡Ah! Te ubica... —dijo Satori con un tono algo irónico y deteniendo la carrera que llevaban—. Te ubica... entonces ahora sí quieres que me vaya —continuó.

—No, ¿por qué habría de quererlo?

—No sé... porque quizás pienses que soy tan niño como tú.

—Para nada... ¿no me acabas de decir que los años no importan sino lo que se hace con ellos?

—¡Ah! Con que utilizando mis propias armas en mi contra, ¿verdad? Está bien. si me lo pides, me voy ya mismo y buscaré otro pueblo, otra laguna y otro amigo —le dijo dándole la espalda.

—¿Por qué, Satori? Yo sé que soy muy pobre y humilde y quizás no sea lo que tú esperas, pero...

—¡Ah! Ya cállate, Keisuke —le dijo al alborotarle los cabellos y mientras le sonreía—. Cuando te pones nervioso hablas demasiado.

—Pero...

—Ya, Keisuke. Vamos a llamar a la gente del pueblo de una buena vez porque tu cháchara casi me hace olvidar de esa cosa en el lago.

Las Siete CampanasOù les histoires vivent. Découvrez maintenant