Capítulo 5 - Segunda Parte

90 14 19
                                    

Luego de hacer las honras fúnebres de su madre, a las que asistió buena parte del pueblo, y mientras Keisuke y Satori volvían para la choza, un joven sólo un poco mayor que Satori se acercó a ellos y les dijo:

—Mi abuelo me pidió que les preguntara si pueden ir a su choza pues quiere tratar un tema importante.

—No creo que ahora sea el momento —dijo Satori—, pero...

—Está bien, Satori, yo ya me siento mejor, no te preocupes. Dile al señor Tagawa que iremos al ponerse el sol —dijo Keisuke al joven.

—¿Estás seguro, Keisuke? ¿No prefieres pasar un tiempo a solas y...

—Gracias, Satori; pero cuanto antes vuelva a la normalidad, mejor será para ambos.

—Como digas, pero si quieres...

—No te preocupes tanto por mí, Satori. Si estuviera solo, no sabría qué hacer, pero estás conmigo y eso me da fuerzas para seguir adelante.

El señor Tagawa era el anciano que el día en que se sacó la «cosa» de la laguna había tratado a todos como ignorantes y que había insistido tanto en el asunto de lo que la campana tenía escrito, el mismo también que había pedido que el pueblo guardara silencio para oír lo que Satori iba a decir cuando descubrió lo que la «cosa» era.

Cuando Keisuke y Satori llegaron a su choza, en el momento en que habían dicho, los recibió su nieto, que era quien les había invitado por instrucciones del anciano. El viejo los estaba esperando y los cuatro se sentaron en círculo.

—Satori —comenzó a decir el buen hombre— cuando yo tenía tu edad o quizás la de Keisuke, escuché a mi abuelo contar una historia; pero como tú sabes, a esa edad uno no presta atención a lo que los viejos cuentan. Eso mismo puede pasar ahora, por lo que te pido que no cometas ese mismo error y, por el contrario, prestes atención. No te voy a contar la historia porque no la recuerdo en casi nada, solo unos cuantos detalles, que creía olvidados pero que ahora, con todo esto, han vuelto a mi memoria... que no es muy confiable, ya lo sé, pero quizás lo que les voy a decir, sirva de algo. Cuando vi que la cosa era una campana fue que lo recordé, y entonces, el asunto ese de «Rojo y también primera», podría tener algo de sentido. Mi abuelo contó que hacía mucho tiempo (para él, así que imagínense contando desde ahora) en lo alto del monte Midori (no estoy seguro si era ese monte, pero es el único que me suena), había un templo muy grande (tampoco recuerdo si dijo a cuál dios estaba consagrado) y que tenía siete campanas enormes.

—¿Siete? —preguntó Satori.

—Sí, siete. Eso lo recuerdo bien —contestó el anciano—. Por eso me llamó la atención esa parte de «...y también primera», pues eso pareciera indicar que hay más.

—Pero... ¿y lo de «rojo»? —preguntó Keisuke.

—De eso no tengo idea, Keisuke, pero quizás se pueda averiguar —contestó el anciano—. Según la historia de mi abuelo, todo era una leyenda que se perdía en la oscuridad de los tiempos. El mundo era un caos, la gente se mataba entre sí como lobos rabiosos, nadie estaba seguro ni ocultándose en cuevas, un sinfín de demonios y fantasmas sedientos de sangre se regodeaban en sus maldades comiéndose a sus víctimas... en fin... un horror total. Hasta que vino un dios y para acabar con la mortandad y el caos, ordenó que se levantara ese templo y que se fundieran en bronce siete campanas que colgarían a la entrada.

—Tiene sentido, abuelo —dijo Satori—, pues la que tenemos dice también «Mi voz anuncia el cese de los vientos»... y eso pareciera indicar que de alguna forma, anuncia paz.

—Lo mismo pensé yo, Satori. Veo que aunque anciano, no estoy diciendo tonterías.

—Para nada, abuelo, para nada... en este momento no creo que sean tonterías —dijo Satori.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now