Capítulo 18 - Primera Parte

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 A la primera luz del alba, cuando ya podía distinguir el camino, fui ante el Maestro. Quería agradecerle y despedirme como corresponde, antes que Satou y la sanguijuela llegaran.

—Takeo —me dijo el Maestro—, ahora entiendo por qué quieres saber cómo adquirir la Sabiduría y por qué lo quieres con tanta urgencia.

—¿Por qué me dices eso, Maestro?

—Porque eres mucho más tonto de lo que imaginé.

—¿Eh?

—Déjame contarte un pequeño cuento, Takeo: «Durante un invierno muy frío, había un mono que encontró una pequeña poza de aguas termales y como es común, se metió en ella para estar caliente, a pesar de que la nieve cubría su cabeza como un pequeño y blanco sombrero. Cuando sintió hambre, vio que como a diez o veinte pasos, había una planta con raíces jugosas y nutritivas, así que decidió ir a comerlas; pero al abandonar el agua caliente sintió frío, así que se volvió a meter. El hambre crecía, así que volvió a salir pero el frío era mucho y nuevamente volvió a la tibieza de las aguas. Al fin, el hambre era tanta que salió fue hasta las raíces, las desenterró pero la intensidad del frío era tal que corrió de nuevo hasta la poza y allí se quedó hasta que murió de hambre».

—Pero... Maestro, ¿por qué el mono no tomó las raíces, que ya había desenterrado, y las llevó consigo a la poza?

—Por tonto, Takeo, por tonto.

—Maestro... ¿con eso quieres decir que tu enseñanza es como las raíces y yo soy como el mono?

—Mejor piensa en qué simboliza la pequeña laguna de aguas termales, Takeo.

—Maestro... ¿quieres decirme que, como el mono, yo estoy valorando más mi confort que la satisfacción de mi necesidad?

—Pero, Takeo, ¿no crees que si el mono se hubiera quedado afuera, de todas formas hubiera muerto de frío? ¿No crees que el mono necesitaba tanto comer como mantenerse caliente?

—Eh... entonces, para no ser tonto como el mono... debería quedarme a aprender pero sin que eso signifique...no, no... lo estoy diciendo mal... yo... debería aprender... pues eso me permitirá no solo comer sino estar caliente... ambas cosas al mismo tiempo.

—Me parece, Takeo, que estás viviendo como en un invierno muy frío y que buscas una poza caliente aunque eso te pueda matar de hambre.

—Y no debería, como el mono, morir de una cosa o de la otra... no debería, por huir del frío...

—¡Takeo! ¡Estás aquí! —dijo Hiroshi con alegría de verme.

—Eh... sí... el Maestro me acaba de enseñar... eh... que es mejor quedarme a oír el resto de la historia.

—¡Cuánto me alegro! —dijo el chico—. Temí que decidieras irte para el valle, porque como anoche te fuiste enojado... no sé... pensé... pero no me hagas caso. Lo principal es que estás aquí, con nosotros —me dijo mientras se sentaba.

Satou, al sentarse también, me apretó el hombro, sonriendo.

—Por lo visto, no le dijiste, nada; ¿verdad? —le comenté apenas en un murmullo.

—Por supuesto. Ni una palabra —me dijo y me dio una palmada en la espalda. De pronto se acercó a mi oído:

—¡Ah! Y no tienes nada de qué preocuparte... sigue virgen —me dijo y volvió a palmearme en la espalda.

—No creo equivocarme si digo que anoche no discutieron sobre la historia, ¿verdad? —dijo el Maestro.

—Sí, Maestro. No te equivocas. Como Takeo no pudo estar con nosotros, Satou y yo decidimos pensar sobre ella, pero no discutirla, pues nos faltaba el punto de vista de Takeo.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now