Capítulo 21 - Cuarta Parte

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 El anciano, entonces, continuó:

Habíamos quedado en que el dios Aosora se había recluido en su cueva intentando asimilar lo que sucedía y particularmente, elaborando la aceptación de su fracaso. El dios de las Tormentas al fin tenía al pequeño Keisuke en su poder pues él mismo se había entregado para salvar a Satori; y el resto de los chicos estaban tan desolados que ni siquiera se atrevían a discutir o analizar los pasos a seguir. Sin embargo, parecía ser que la determinación de no darse por vencidos todavía seguía en pie. De pronto, mucho rato después de que Aosora se había desmaterializado e ido, los chicos sintieron una ráfaga fuerte de viento que sacudió los arbustos y árboles de alrededor y como un sonido fuerte en la tierra, como un golpe seco, que hizo temblar el suelo bajos sus pies.

—¿Qué fue eso? —preguntó Yoshio.

—No tengo idea —dijo Kota—, pero... Masaru, acompáñame a ver allí, donde los arbustos más se sacudieron. Los demás quédense aquí juntos y vigilen el sueño de Naoki pues podría despertar en cualquier momento.

Kota y Masaru fueron a la zona desde donde pareció provenir el sonido de la tierra. Al llegar encontraron que los arbustos y pastos estaban aplastados como en círculo y en el centro estaba Satori, de rodillas y sentado sobre sus talones, con sus manos sobre los muslos, la cabeza gacha y parecía como atontado o semiinconsciente.

—¡Satori! —le gritó Kota pero el muchacho no respondió.

—Llevémoslo al campamento, Kota —dijo Masaru—. El dios de las Tormentas cumplió su palabra y liberó a Satori y supongo que el estado de dispersión que tiene, se le pasará al rato.

Ambos muchachos tomaron a Satori y lo colgaron entre ellos sujetándole ambos brazos que pusieron sobre sus respectivos hombros. Satori, aunque con dificultad, comenzó a caminar con ellos, pero parecía débil y arrastraba los pies.

Cuando llegaron al campamento, los otros chicos se alegraron de que Satori volviera aunque se preocuparon al ver su estado. Lo acostaron junto a Naoki y se dispusieron a esperar. Satori, ahora acostado y cómodo, también se durmió pero los chicos pensaron que en su caso, era sueño natural y no un conjuro. Las horas pasaban y Masaru y Kazuya fueron a buscar agua para hacer té mientras que Yoshio y Kota volvían a encender el fuego. El té se hizo y lo tomaron lentamente, como tratando de estirar el tiempo. Ninguno tenía apetito por lo que acordaron no hacer comida a pesar de que ya la tarde estaba llegando a su fin. Cayó la noche y como los durmientes no despertaban, organizaron las guardias nocturnas: la primera a cargo de Kota y Yoshio, y la segunda les correspondería a Masaru y Kazuya. La noche era oscura y reinaba un silencio que llamaba la atención: no había aullidos de lobos, ni cantos de grillos ni lechuzas, nada; solo el suave chisporrotear de la leña en el fuego del campamento y los sonidos que a veces hacían Satori y Naoki, como si soñaran con cosas que los inquietaran.

—¿Crees que Keisuke estará bien? — rompió Kota el silencio.

—No lo sé. Realmente no entiendo para qué quiere a Keisuke el dios de las Tormentas, Kota; no entiendo qué pretende con eso —contestó Yoshio.

—Cierto, yo tampoco entiendo. Pero no tengo la sensación de que lo quiera para provocarle algún mal... ¿qué ganaría con eso? Nunca he oído de algún dios que se deleite en hacer daño por el daño en sí. Me han contado que a veces, lo que a nosotros nos parece un mal, al final resulta un bien —dijo Kota.

—Sí. Yo también he oído eso —dijo Yoshio—. Espero que Keisuke esté bien, donde quiera que el dios lo haya llevado.

—Yo también.

—Lo que más me preocupa, Kota, es qué le vamos a decir a Satori cuando despierte.

—La verdad, Yoshio; nuestro amigo no merece otra cosa que la verdad.

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