Capítulo 17 - Segunda Parte

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 El anciano sonrió, movió su cabeza de lado a lado con un gesto que interpreté como «¡Ah! ¡Estos muchachos!» y continuó:

—Satori... —dijo Masaru—. Esto que acaba de pasar...

—¡Maestro, Maestro, Maestro! Una última cosa... ¿el dios se materializó porque no tenía otra opción, o solo creyó que no tenía, pero sí tenía y se equivocó? —pregunté como un rayo.

El Maestro tomó su báculo... y creí que ya me iba a golpear con él cuando Satou y Hiroshi rompieron a reír.

—Perdón, Maestro, discúlpame. Continúa por favor.

—Satori... —dijo Masaru—. Esto que acaba de pasar, ¿fue un sueño? Porque creo que estoy despierto... Vi el techo temblar y el madero golpearte... pero... ¡mira! El techo no ha sufrido daño ni ha caído viga alguna... y ya no hay tormenta... ¿cómo terminó así, tan pronto? ¿Habremos soñado la tormenta también?

Pero Kazuya, le tocó el hombro y le señaló a Keisuke que estaba de nuevo en su sueño mágico.

—No, Masaru... no lo soñamos... todos lo vimos y lo vivimos —le dijo Kazuya.

—Entonces... todo eso que te dijo el dios Aosora... Satori...

—¿Ustedes también lo oyeron? —preguntó Satori.

—Palabra por palabra —contestó Kazuya—. Y aunque creo que entendí todo lo que dijo... no creo haber abarcado todo lo que eso significa... digo... todo lo que de sus palabras debería yo saber, porque... eso de que Keisuke es especial y que la primera batalla será por él... y que de él depende que este mundo... Satori... es demasiado para mi pequeño cerebro... pero... sé que algo debo hacer con respecto a todo eso... aunque no sé qué es exactamente... Masaru... estoy confundido.

Satori, con la ayuda de Masaru, acostó a Keisuke y lo cubrieron con sus mantas, para dejarlo dormir, tal como el dios les había dicho. Volvieron a encender las lámparas de aceite y dejaron una en el cuarto donde dormía el chico, y con la otra se fueron a la otra habitación. Ya no hacía tanto frío y afuera, todo parecía en calma. Kazuya se acercó para abrir una ventana y mirar hacia el exterior, y para su sorpresa, no había rastros de ningún vendaval.

—Todo esto ha sido obra del dios de las Tormentas —dijo Kazuya—. Todo apunta a que fue una demostración de su poder, pero nada más ante nosotros, pues afuera no hay señales de la tempestad.

Los chicos también se asomaron y vieron al pueblo oscuro, en calma y con el suelo seco.

—Satori... —dijo Masaru—. No sé cómo preguntarte esto, pero... ¿crees poder soportar lo que está por suceder?

—Tengo que, Masaru... debo soportarlo... no tengo otra opción. De lo contrario, podría perder a Keisuke... y eso... eso sí que no lo podría soportar.

—Keisuke es nuestro amigo, Satori —le dijo Kazuya—; pero además, el dios dijo que de él dependía que nuestro mundo mejorara... por eso... aunque yo no sirva de mucho... pues más hablo que hago... aunque el tigre no sea más que un gatito... cuenta conmigo. No te dejaré solo en esto.

Masaru se puso detrás de él con sus manos sobre los hombros y dijo:

—Y conmigo, Satori. No estarás solo. Juntos, los tres, haremos frente a lo que sea necesario...

—Los cuatro —dijo Kota asomado a la ventana—. Juntos, los cuatro.

—¿Kota? ¿Qué haces aquí? —preguntó Satori asombrado.

—Ayer, volví a encontrarme con el hombre de la montaña... en su apariencia común. Y me dijo que vendría a buscar a Keisuke. Supongo que no creyó que eso me importara, así que le pregunté por qué quería al chico y me dijo que por su belleza. Yo comenté que efectivamente el muchacho era hermoso y deseable, hasta para mí, pero me dijo que, aunque yo tenía razón, no era a esa belleza a la que se refería. Que si por chicos fuera, él podría tener todos los que quisiera en todo momento. Eso me intrigó mucho y supuse que habría algo más detrás de todo eso del secuestro, algo que no me hacía presentir nada bueno; así que sin perder más tiempo, tomé mis cosas y mis armas, y vine para aquí, lo más rápido que pude. Y estaba en lo cierto, pues de camino podía oír los truenos y ver los relámpagos en dirección a este pueblo.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now