Capítulo 27 - Segunda Parte

44 9 2
                                    

 —De la mejor manera posible: Me quedaré en el pueblo hasta que termine de contar la historia.

—Pero, Maestro, ¿dónde te quedarás?

—No preguntes tonterías, Takeo, aquí en casa, por supuesto —dijo mi madre sin dar tiempo a nadie a reaccionar y dando por sentado el ser la dueña absoluta de la situación y de la vida de los demás.

—Muchas gracias por la hospitalidad —dijo el Maestro—. Pero ya está acordado que me quedaré en la choza de Hiroshi.

—Pero aquí es mucho más cómodo y hay más espacio y... —comenzó a decir mi madre hasta que se encontró con mis ojos que la fulminaron conminándola a callar.

—Puede ser —dijo el Maestro— y lo agradezco, pero no es comodidad lo que busco, querida señora.

—Entiendo —dijo mi madre sin ocultar su decepción.

—Maestro... entonces...

—Mañana continuaremos con la historia, Takeo y nos reuniremos en la choza de Hiroshi. ¡Ah! Y Satou está de acuerdo en que estés presente —me dijo.

— Y yo... ¿también podré ir? —preguntó mi madre.

—Eso, señora, no me corresponde decidirlo a mí sino al dueño de casa —le dijo.

—¿A Hiroshi? Entonces estará encantado de que yo también vaya... es como mi hijo menor, usted sabe, siempre ha estado con Takeo... desde que nació... siempre ha sido un niño tan...

—Madre —la interrumpí—; al Maestro no creo que le interesan esas intimidades.

—Perdón —dijo—. Es cierto. Le preguntaré a Hiroshi, aunque como les digo, no creo que se moleste sino que estará más que encantado.

—Maestro... y Taiki y Takashi... ¿cuándo volverán a su granja? —pregunté.

—Se quedarán hasta que termine mi misión aquí, Takeo. Bien podrás imaginar que no podría devolverme solo. Todos dormiremos en la choza de Hiroshi.

—Maestro, perdón —dijo Takashi—. Takeo: como te había dicho la otra vez, Hiroshi y yo tenemos mucho de qué hablar y esta es una oportunidad inmejorable.

—Además —dijo Taiki—, Takeo tiene todavía muchas cosas en el tintero que quiere que le conteste, ¿no es así, Takeo?

—¿Eh? No, no creo... eh... bueno, puede ser...

—Takeo —dijo mi madre— es una verdadera bendición tener al Maestro entre nosotros y que tú y Hiroshi puedan hacer nuevos amigos... y Taiki —dijo dirigiéndose a él—: le comenté a Takeo que hace muchos años que no veía a un chico tan guapo como tú...

—Gracias, señora, pero no creo que sea para tanto —dijo el muchacho un poco avergonzado.

—... pero ahora que conocí a tu hermanito... debo reconocer que es de comérselo... ¡qué niño más hermoso, Takeo! ¿No lo crees?

—¿Eh? ¡Madre!

—No seas tonto, Takeo, que si de algo me he sentido orgullosa de ti siempre, ha sido por tu buen gusto.

—Madre, que me estás avergonzando. Además, Takashi ya no es un niño como para que yo opine, y...

—¡Ay, Maestro! —continuó mi madre impermeable a lo que yo decía—. Los chicos de ahora no son como en mis tiempos... Ahora todo es prejuicios, cánones y todas esa boberías que han venido del occidente... han perdido la naturalidad, Maestro. Antes hacían y hablaban lo que les nacía de natural... ahora sólo lo que les dicen que hagan... y que me disculpen, pero mucho de eso es responsabilidad de los cristianos... Yo no sé qué tiene esa gente que les lleva a esa manía de dirigir la vida de todos.

Las Siete CampanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora