Capítulo 15 - Primera Parte

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 Desayunados y listos, tomamos unas rocas y ramas y dejamos la entrada de nuestra cueva cerrada y cubierta, pues supusimos que, estando ahora tibia, algún animal podría elegirla como nueva guarida.

Cuando llegamos a la cueva del Maestro, hacía bastante frío y nevaba sólo un poco y Satou se maravilló, al igual que nosotros el primer día, de las pequeñas flores amarillas que crecían allí cerca. El anciano ya estaba en su posición y sitio usual esperándonos. Nos saludamos y por instalados y preparados para seguir oyendo la historia, luego del repaso, invité al anciano a continuar.

—Entonces, al llegar al final de ese primer día en el pueblo natal de Satori, los chicos volvieron a prepararse un poco de comida y luego se sentaron como de sobremesa a analizar los datos que habían recopilado y planear la visita a la laguna a la mañana siguiente —dijo el anciano; y siguió:

Temprano, los cuatro partieron para la laguna, que quedaba un poco más lejos comparada con la que había en el pueblo de Keisuke. Al llegar, vieron que ya estaba casi seca en su totalidad. Ya no se veía como laguna, sino más bien como un pantano. Como las lluvias se negaban a volver, el proceso se había acelerado. Como el lugar ya no ofrecía peces, ni ningún atractivo para los pobladores, estaba solitario.

—Satori... ¿no pensarás aventurarte a entrar en ese pantano traicionero, verdad?

—Lo estoy pensando, Keisuke... en verdad que se ve complicado.

—Ese truco de las cuerdas que usaste conmigo... no creo que sirva en este caso, Satori. Se ve como muy... espeso... no sé... como si no fuera un fango común —continuó Keisuke.

—Tienes razón, Keisuke. Este es un fango demasiado arcilloso. De hecho, de una zona un poco más allá, vienen a sacar lodo para hacer tejas y ollas.

—¿Qué haremos, Satori? —preguntó Masaru—. Desde aquí, no parece haber nada que sobresalga o sea distinto que el puro fango que llena el lugar. Incluso, las flores extrañas, que son azules, tal como dijiste, se están apiñando en los pocos lugares donde todavía se puede ver un poco de agua líquida.

—Es cierto, Masaru... aquí no parece haber ninguna campana... y si la hubiera, podría estar muy enterrada en la arcilla, de tal forma que no somos capaces de verla —dijo Satori.

—Y si aquí hubiera una... ¿tendríamos que darla por perdida? —dijo Kazuya con bastante desilusión.

—Me temo que sí —dijo Satori.

—Aunque si las encontramos todas, entonces tendremos la seguridad de que aquí no hay nada —dijo Masaru—. Pero si al final nos falta una, quizás para ese momento la laguna ya esté seca y podamos cavar. Por lo pronto, dejemos este lugar marcado como pendiente y ya veremos.

—Tienes razón, Masaru —dijo Satori; y decepcionados volvieron al pueblo.

Era como media mañana cuando Satori fue a buscar agua al pozo público, que quedaba muy cerca de su casa. De camino, se encontró con la horda de niños que estaban jugando en la calle.

—¡Satori, Satori! —gritaban como si lo vieran por primera vez.

—Ahora no, niños... no puedo quedarme a jugar con ustedes.

—Y cuando dejes el agua en tu casa, ¿no puedes volver? —dijo uno de ellos.

—Estoy ocupado, chicos, no insistan.

—¡Ah! —dijo uno de ellos con gran desilusión—. Queríamos mostrarte nuestra nueva cueva.

—¿Nueva cueva? ¿Cuál cueva? Que yo sepa no hay ninguna cueva cerca... no me digan que se aventuraron lejos del pueblo. Ya saben que eso puede ser peligroso.

Las Siete CampanasNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ