Capítulo 26 - Segunda Parte

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 Demás estaría asentar que me fui sin decir una palabra más y sin saber en qué podría terminar esa escena violenta y escabrosa. Nunca había visto a Satou, ni cuando era pequeño, en tal estado de furia. Estaba como un animal salvaje defendiendo su presa o su cachorro... según quiera verse. Me fui aunque me quedé preocupado por el chico, que volvía a quedar solo con ese energúmeno y como él mismo había dicho, tenía miedo de él. Me fui para mi casa, pero en lugar de entrar y aunque había empezado a nevar, me quedé afuera, en el corredor y bajo el alero, mirando para la choza de Hiroshi. En el silencio de la noche, si algo pasaba allí, tendría que oírlo, pero no pensaba que Satou le fuera a hacer algún daño; aunque su estado podría enceguecerlo y al fin agredir al chico, pues, como él mismo dijo, su actitud de sometimiento hacia mí, lo enfurecía.

A como estaban las cosas, parecía que mi aprendizaje se acabaría. No veía cómo lograr que Hiroshi volviera conmigo a la montaña y por lo tanto, el Maestro se negaría a continuar. Hacía sólo unos momentos, tuve que elegir entre la Sabiduría y la tranquilidad; y elegí la Sabiduría... y elegí mal. Pensé que al descartar la tranquilidad, no la perdía del todo sino sólo por un tiempo, el necesario para terminar mi aprendizaje. Luego, cuando ya fuera sabio, podría recuperar mi tranquilidad y así, al final, tendría las dos cosas... como el mono del cuento, digo, a diferencia del mono tonto. Sin embargo, por lo menos en estos momentos y habida cuenta de que me había librado de Hiroshi y esta vez parecía que definitivamente, mi tranquilidad no era tal. Estaba y me sentía de cualquier manera menos tranquilo y en paz. Todo lo que dijo Satou durante su ataque de ira me tenía pensando. ¿En realidad era yo tan egoísta, desconsiderado y aprovechado como dijo? Lo que más me impactó fue que usara en mí el apelativo que yo siempre usaba con Hiroshi: «sanguijuela». Satou dijo que yo era la sanguijuela... era yo quien se aprovechaba del chico, quien le quitaba la energía y las ganas de vivir... como si le chupara la sangre... ¿Era yo una sanguijuela? ¿Acaso no era Hiroshi quien se pasaba «Takeo esto, Takeo aquello, Takeo lo otro»? Y si de chupar se trata, ¿no era Hiroshi quien me chupaba mi paz? ¿No era él quien me hacía enojar a cada momento? ¿Quién era el que no me dejaba vivir? ¿Quién impedía que yo tuviera novia? ¿Quién espantaba a las chicas que podrían acercarse a mí? Me había cuestionado qué hacer con mi vida y pensado que no tenía rumbo pero que de ahora en adelante iba a tomar el control para conducirla en la dirección que yo quisiera... ¿pero cómo hacer eso con Hiroshi rondando siempre sobre mí? Cualquier paso que decidiera dar, ahí estaba el mocoso... tanto que llegué a la conclusión de que el único paso que podría dar y que no topara de frente con él, era irme a vivir con mi abuelo a Kawoshima. Y Satou se atreve a decir que yo soy la sanguijuela... Estaba ciego de ira, por eso afirmó semejante disparate.

Estaba pensando todo esto cuando vi que se abrió la puerta de la choza de Hiroshi y que Satou salía con su morral al hombro. Como estaba oscuro no pude ver bien la expresión de su rostro, pero supuse que continuaría, por lo menos, ofuscado. Simultáneamente pensé que desde que me echó, hasta ese momento, no había pasado suficiente tiempo como para haberse reconciliado con el mocoso y haberle hecho el amor, aunque quizás sí hubo tiempo para haberlo violado... pero no escuché nada que indicara que el chico intentara defenderse.

Cuando vi que Satou se alejó rumbo a su casa decidí que era hora de entrar a la mía y acostarme a dormir pues todavía era relativamente temprano. Tanto mi madre como mi tío y mi prima todavía estaban levantados y no se habían dado cuenta de mi llegada hasta que entré en la casa.

Mi madre se alegró mucho de verme, al igual que mi tío (de mi prima ni hablo porque como ya he relatado, más bien formaba parte de la decoración). Como no podía ser de otra manera, lo primero que hizo mi madre fue preguntar por Hiroshi. Me limité a decirle que ya estaba en su choza y que suponía se alistaba para dormir.

—Takeo... ¿ese niño habrá cenado?

—No lo sé, madre —dije y, aunque fuera cierto, no debería haberlo dicho.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now