Capítulo 10 - Segunda Parte

74 13 20
                                    

 —Maestro... ¿acaso el dios sabía el significado? ¿Pudo descifrar en ese mismo momento el acertijo? —le pregunté.

—No te apresures, Takeo; déjame seguir y ya verás.

—Por favor, Maestro, que como Kazuya, yo también me muero de la curiosidad.

El anciano continuó:

El dios abandonó al grupo y voló por sobre la explanada, sus alrededores e incluso llegó hasta la cima del monte, pero no encontró lo que buscaba o sospechaba.

En el campamento, Satori, preocupado todavía por el estado de Keisuke, le preguntó:

—¿Cómo te sientes ahora?

—Bastante bien, gracias. Tanto la jaqueca como las náuseas se han ido y ya no siento dormida mi boca. Pero lo principal: ahora que ya estás aquí, me siento aún mucho mejor.

—Perdóname por haberte dejado, pero esto era importante y sé que Kazuya te iba a cuidar bien.

—Sí, Satori, lo entiendo. Y creo que también fue bueno que Kazuya y yo quedáramos solos. Pudimos hablar como nunca antes lo habíamos hecho.

—¿Hablaron de mí? —dijo Masaru con tono pícaro.

—Por supuesto, Masaru... ¿de quién más, si no? —dijo Keisuke riendo.

—¡Keisuke! Si dices una palabra más, lo que no lograron los lobos ni la frutita roja, lo haré yo con mis propias manos.

—¿Cuáles lobos, Kazuya? —preguntó Keisuke extrañado.

El chico quedó congelado porque intuyó que había cometido una indiscreción.

—Eh... eh... Masaru... ¿qué hago?

—Nada, Kazuya. Keisuke ya conoce esa imaginación voladiza que tienes cuando te sientes acorralado y no controlas tu lengua.

—Está bien, Kazuya. Ya no te preocupes por mí. Mejor ocupémonos en ese asunto que tanto te interesa —le dijo Keisuke con tono de complicidad.

—No sé por qué, pero me imagino de qué se trata —dijo Satori sonriendo—. Pero ya hemos tenido bastante con lo que hemos vivido en esta expedición. Descansemos por lo que queda del día y durmamos lo mejor que podamos. Mañana temprano partiremos de vuelta al pueblo.

—Recuerda que dijiste que te gustaría disfrutar de las aguas termales —dijo Masaru.

—Cierto —dijo Satori—. Creo que bien nos merecemos regalarnos ese placer reparador. Especialmente Kazuya.

—¿Y yo por qué? No me he esforzado tanto como tú o Masaru.

—Porque en ese baño termal, Kazuya, tendrás a Masaru desnudo solo para ti —dijo Satori mientras intentaba contener la risa.

—¿Eh? ¡Satori! —se quejó el muchacho.

—No te preocupes, Kazuya, porque luego de esta noche, ya no tendrás problema en verme desnudo —dijo Masaru haciéndole un guiño.

—¿Eh? —seguía el chico desconcertado.

—Ya conoces el dicho, Kazuya: «Quien puede lo más, puede lo menos» —le dijo Satori ya riendo francamente.

Aunque el cielo seguía gris, como siempre, los chicos sabían que la tarde iba cayendo. En cierto momento pudieron ver el opaco disco solar que se acercaba al horizonte.

—Me está dando hambre —dijo Kazuya—. Pero no me parece que Keisuke vuelva al ojo de agua para preparar todo lo de la comida. Esta vez voy a ir yo.

Las Siete CampanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora