Capítulo 11 - Segunda Parte

72 13 11
                                    

 Luego de esa interrupción, al fin decidimos hacer el corte allí y continuar al día siguiente. Nos despedimos del Maestro y comenzamos a bajar la montaña rumbo al valle y a nuestra casa. Bajábamos en silencio; yo, porque venía pensando y dándole vueltas a ese asunto que, aunque había dicho que estaba resuelto, sentía que no era así; y Hiroshi por cuanto, si yo no hablaba, él tampoco.

La reacción de Hiroshi en cuanto al asunto de dormir juntos, volvió a ser defensiva como ya antes lo había hecho. Yo temía que el asunto pasara por el hecho de que Hiroshi se hubiera enamorado de mí, pero lo había descartado porque él mismo me lo negó expresamente. También consideraba que a Hiroshi le gustaban los chicos y eso lo avergonzaba, incomodaba, lo hacía sufrir o algo por el estilo. Eso no me lo había confesado y yo había decidido no ponerlo en esa encrucijada. Opté por respetar su silencio y volver a actuar como antes, sobre todo, desistiendo de mi manía de «hacerlo hombre». Pero ahora tenía en mi mente dando vueltas el asunto de que, si no está enamorado de mí, ¿por qué me rehúye cualquier contacto físico? No quiso que lo bañara, ni que durmiera con él cuando convalecía; y ahora saltó como una araña ante la perspectiva de dormir conmigo en la cueva del Maestro. Eso, nuevamente, era algo que no entendía. Sin embargo, mi manía de querer que me explique esas actitudes había demostrado no solo ser inútil sino contraproducente. Ya había visto que Hiroshi se sentía muy mal ante mi acoso, y también se sentía mal cuando le preguntaba ya sin acosarlo sino de la manera más respetuosa y cortés que me fuera posible... aunque eso no era ninguna garantía, por cuanto estoy consciente de ser bastante bruto y carecer de tacto. Pero también estaba consciente de que al no tener una respuesta confiable, mi cabeza giraba sin control y la especulación me llevaba a que al fin no supiera qué era una verdad objetiva y qué era un engendro de mi imaginación.

Cuando llegamos a uno de esos tramos lisos y cómodos del trayecto y como Hiroshi venía caminando como cinco o seis pasos más atrás, me detuve para que me alcanzara. Él venía en silencio y mirando el suelo a pesar de que todavía estaba claro y el camino no ofrecía ninguna dificultad. Cuando se dio cuenta de que me había detenido, él también lo hizo y con ello, mantuvo la distancia.

—¿Qué pasó, Takeo? ¿Por qué te detienes? —me preguntó.

—Estoy esperando a que me alcances.

—Vengo detrás de ti, Takeo, tú lo sabes. No voy a perderme como sucedió la vez anterior. No te preocupes.

—No temo que te pierdas, Hiroshi. Solo te estoy esperando para que camines a mi lado, no detrás de mí.

—¿Eh?

—Ven, Hiroshi, caminemos juntos.

Avanzó los pasos que faltaban pero era obvio que dudaba. Cuando llegó hasta mí, no se puso a mi lado sino como a distancia de un brazo. No quise que se sintiera presionado así que comenzamos a caminar separados, pero cada varios pasos yo me acercaba un poco más. Cuando lo tuve a mi alcance, pasé mi brazo por sobre sus hombros y pensé que saldría disparado sendero abajo, pero para mi sorpresa no lo hizo.

—Como en los viejos tiempos —le dije sonriente y lo apreté hacia mí por un momento.

—Sí —me dijo y me sonrió. Eso lo tomé como una buena señal. Pensé que todavía existía la posibilidad de enmendar todos mis errores y que todo volviera a la normalidad.

Cuando salimos del trecho cómodo, tuvimos que separarnos pues había que bajar de uno en uno, por un sector algo empinado y con rocas traicioneras que parecían fáciles para afirmar el pie, pero su inclinación engañaba.

Al salir del bosque y alcanzar el último trecho del valle que conduce al pueblo, aventuré mi última carta:

—Pasemos por mi casa primero, Hiroshi. Mamá debe tener comida caliente y mientras comemos, le contamos cómo nos fue en nuestra visita al Maestro.

Las Siete CampanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora