Capítulo 25 - Primera Parte

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 —Maestro, perdona la interrupción, pero esto último me ha maravillado —dijo Hiroshi—. Takeo: esa relación entre el poema y las campanas tampoco nosotros la habíamos visto... Es... fascinante.

—En verdad lo es, Hiroshi; y no veo por qué me lo comentas sólo a mí y no le dices lo mismo a Satou —le dije frío como un témpano.

—Es que ya sé que Satou también la encuentra fascinante, Takeo —dijo el chico.

—¡Vaya! ¿Ahora puedes leer la mente de Satou? —pregunté bajando aún más la temperatura de mis palabras.

—No, Takeo. Pero ya he visto cómo piensa y viene analizando la historia y sé que le interesa mucho este aspecto de resolver las pistas que podrían dilucidar el misterio de las campanas, ¿no es así, Satou querido?

—Así es Hiroshi. Estás en lo cierto —le contestó.

—¿«Satou querido»? ¿Y desde cuándo esa dulzura y amabilidad con el chico que hasta hace un rato tú no... ¡Oh! Ya entiendo... la sorpresa —dije y me mordí los labios. ¿Por qué tuve que recordárselo? ¡Demonios!

—¡Oh, no, Takeo! No creas que estoy siendo amable porque Satou me va a dar su sorpresa hoy en la noche... yo soy amable siempre... lo que pasa es que tú no lo notas.

—Si tú le dieras tu sorpresa también, Takeo, no dudo que Hiroshi también se desharía en amabilidades para contigo —dijo Satou riendo.

—¡Oh, no, Satou! No necesito que Takeo me dé su sorpresa también para ser amable con él. Si él no quiere dármela, sus razones tendrá y yo debo respetarlas... aunque eso me haga sufrir —dijo y frunció los labios como un niño resentido.

—No vamos a caer en la misma discusión que ya tuvimos, Hiroshi —le dije con firmeza—. Así que no nos desviemos de la historia; además de que el Maestro ya dijo que no quería saber nada del asunto de las sorpresas.

—Cierto —dijo Satou—. Y no te preocupes más Hiroshi, que yo sí te voy a dar la mía y estoy más que seguro de que te va a encantar.

—Maestro —le dije—: No te importaría que hoy pase la noche en tu cueva, ¿verdad?

—No, Takeo, no me importaría, pero no veo por qué.

—Porque... ¡Ay, Maestro! No me preguntes.

—¿No habían acordado que Hiroshi debía juzgar cuál sorpresa era más grande? —preguntó el anciano—. ¿Qué? ¿Te estás retirando del desafío?

—¿Yo? ¡Nunca me he retirado de un desafío, Maestro! Pero en este caso...

—Sería la primera vez... ya entiendo —dijo el ermitaño.

—Takeo... no me lo esperé de ti —dijo Satou—. Bueno... nos quedaremos sin saber el tamaño de la sorpresa de Takeo... me parece que no quiere competir porque recapacitó y humildemente reconoce que es más pequeña que la mía.

—¿Qué? No presumas, Satou, ni te jactes de lo que no sabes —le dije.

—Entonces, Takeo, a ti te corresponde probarlo; de lo contrario no puedes quejarte de que pensemos todos que la mía es más grande.

—¡Satou! No sigas con este asunto, por favor. ¿Tienes idea de lo que eso significará para el chico?

—Por supuesto. Por eso insisto.

—¿Qué? ¿Te has vuelto loco?

—No, Takeo; no me he vuelto loco... sólo me divierto a tu costa.

—Bueno, bueno; haya paz —dijo Hiroshi—. Si Takeo no quiere mostrar su sorpresa así será... ¡qué más remedio! Estoy acostumbrado a que Takeo me prometa cosas que luego no cumple.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now