Capítulo 28 - Segunda Parte

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 Al momento oí que se abrió la puerta y supuse que alguien salía y de apuro me sequé las lágrimas. Pensé que sería Hiroshi, pero me sorprendió que fuera Taiki. En silencio, se sentó a mi lado. Se puso a mirar al pueblo desde el murito. Con la vista recorría las casas y chozas que desde allí se veían, en cuenta la mía, hasta que al fin dijo:

—Takeo... aunque tú no lo creas... te entiendo.

—¿Cómo vas a entenderme, Taiki, si tu vida es tan distinta de la mía?

—Mi madre, Takeo, viene de una gran ciudad, de Osaka, para ser exactos. Quedó huérfana y la casaron con mi padre quien, aunque no era un buen partido, por lo menos se la traería para acá y sus tíos, que se habían hecho cargo de ella, se podrían quitar esa carga de encima. Mi madre, siempre había soñado con casarse con alguien importante de la ciudad, o de Kyoto o de Edo... y que viviría en una mansión con sirvientes y todos los lujos... pero terminó en la granja, sin nada de eso y para peor, alejada de todo. Te puedes imaginar la desilusión y la frustración... pero nunca se quejó delante de mi padre... no... era yo quien tenía que soportar sus quejas, sus lamentos e incluso las veces que maldecía su destino... todo el día, Takeo... todo el día, de la mañana a la noche. Y todo fue peor cuando llegó Takashi. Aunque yo era pequeño, recuerdo esos primeros años... ella... ella lo culpaba porque ya no podría rehacer su vida...

—¿Pensaba abandonar a tu padre?

—Y a mí, Takeo; pero se ve que su conciencia ya no le permitió abandonar a dos hijos pequeños.

—¿Y tu padre?

—Como viste, es un buen hombre, Takeo. Ahora, que tengo edad suficiente, hemos hablado y me confesó que siempre supo del descontento de mi madre, aunque nunca mencionó nada de su actitud hacia Takashi; y por supuesto, yo tampoco se lo comenté... ya no tiene propósito decirle.

—¿Y Takashi? Supongo que él sabía... o mejor, sentía, lo que su madre pensaba de él.

—Por supuesto... pero él, Takeo... es alguien excepcional... siempre la disculpaba, la justificaba... no sé cómo pero creo que hasta la entendía... como si pudiera ponerse en su lugar... no sé... nunca se quejó ni se resintió... aunque muchas veces, yo mismo hubiera querido decirle a mi madre más de cuatro cosas y a los gritos.

—¿En serio?

—Así como lo oyes. Y sí tú crees que yo trato a Takashi como lo hago y eso es consecuencia de intentar compensarle el desamor de su madre, te equivocas. Lo trato así porque me nace; ni siquiera porque se lo merece y te aseguro que si de merecimientos se tratara, tendría yo que tenerlo en un palacio... o mejor en un templo... para adorarlo.

—Pero... Taiki... Takashi es sólo tu hermanito... me hablas de él como si fuera un dios...

—Y para mí lo es, Takeo... ¡Y tú que me preguntabas si yo no estaba harto de él! —dijo riendo y golpeando su hombro contra el mío— ¿Cómo voy a hartarme del ser más dulce, bueno y adorable que haya conocido?

—Entonces no fanfarroneabas cuando me dijiste que no necesitabas a nadie más.

—Para nada, Takeo. Eso es una verdad del tamaño del monte Midori, el de la historia que está contando el Maestro.

—Pero... Taiki... tú tienes más o menos mi edad... o más...

—Veinte, si quieres saberlo.

—Veinte... y eres un hombre sano y fuerte... y no sé... tú solo... en la granja...

—¡Ah! Entonces no es mi estado civil el que te interesaba la otra vez; ¿no?

—Bueno... con todo lo que contaste en aquella oportunidad, más lo que me dices ahora... no sé... uno se pregunta...

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now