Capítulo 01

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Camile Rooney

Estaba tan enamorada de él. De la forma en cómo me hablaba, como tomaba mi mano al caminar y hasta cuándo sólo se mantenía durmiendo a mi lado. Sus ojos cafés me parecían los más profundos que jamás había visto y a veces pensaba que tal vez no merecía a ese hombre, a ese chico que ponía mi piel de gallina cada vez que me miraba a los ojos.

Alto, de pelo oscuro y de amigables margaritas, su piel morena parecía un camino largo por recorrer y sentía que todavía no lo había recorrido por completo. Él me quería muchísimo, sí, pero no estaba segura si tanto como yo lo quería a él.

Me había dado cuenta de que estaba enamorada de Stefan cuando no me cansaba de hablar por teléfono con él, cuando despertaba con grandes bolsas negras debajo de los ojos por haberme quedado hasta las tantas de la madrugada mandándonos mensajes. Cuando comenzó a parecerme más divertido quedarme junto a él comiendo pizza que salir de fiesta con mis amigos.

—Camile, ¿dulce o amargo? —escuché su voz que me despertó de inmediato. Lo miré por unos segundos hasta que me incorporé.

—Ya sabes, dulce —respondí.

—Lo imaginé —sonrió.

Se acercó a pedir los cafés, los pagó y luego se acercó a mí a esperar nuestro turno. Pasó su brazo por encima de mis hombros y besó mi frente.

—Estuve pensando en tus locas ideas —dijo, y yo de inmediato alcé mi vista.

Era muy extraño que Stefan pensara en mis ideas, pues para él eran "locas ideas". Tal vez eran un poco exageradas y mis decisiones jamás terminaban siendo las mejores, pero mi inconsciente y yo éramos buenos amigos y las ideas que se le ocurrían a él, de pronto a mí me encantaban.

— ¿Y? —lo miré con ilusión, él me sonrió al verme de ese modo, ya me conocía.

—Stefan Philips —lo llamó un chico detrás del mesón, él rápidamente se acercó y tomó la bandeja, se acercó a mí y comenzamos a caminar buscando una mesa.

—Encontramos un excelente café —opinó mi novio.

— ¡Si! —Exclamé con alegría —Después de haber visitado todos los cafés de la ciudad, con este me quedo.

—No puedo creer que hayas hecho eso.

—Si me hubieses acompañado, créeme que ahora tendríamos muchísimas anécdotas para contar.

Stefan rodó los ojos y luego bebió de su café extremadamente amargo, ¿es que acaso no conocía el azúcar? ¡Al menos esas gotitas dietéticas que mi mamá le pone al té! No endulzan, pero tu cerebro piensa que si, en fin...

— ¿Entonces de qué idea hablabas, Stefan? —pregunté sintiéndome ansiosa, él rio de mi pregunta. Yo era una ansiosa, me gustaba saber todo enseguida ¿para qué tanto suspenso? Odiaba esos programas de televisión que se tratan de concursos y se demoraban media hora en decir quién ganó y al final ganaba el que no deseaba que lo hiciera.

—Tú no cambias, Camile... —Sonrió mirándome como él sólo podía hacerlo, como si estuviese enamorado de mí hasta más no poder. —Te tengo un regalo, cierra los ojos.

— ¡Sabes que odio hacerlo! —Reclamé —Es una tortura.

—Vamos, Camile... ¡Alguna vez me tienes que dejar sorprenderte!

—Dios, está bien —me resigné.

Cerré mis ojos esperando cualquier cosa, de Stefan se podía esperar lo que fuera, de un elefante podía pasar a un pequeño libro de cocina. Y yo estaba en un intermedio de que me gustaban las sorpresas y no, porque si no me gustaba ¿qué le podía decir? Mi madre siempre me contaba que cuando era pequeña no me gustaba abrir los regalos de mi cumpleaños frente a los invitados, y cuando me obligaban a hacerlo y no me gustaba algo mi risa no podía ser más falsa.

El destino que no soñéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora